El Dr. Isidoro Ruiz Moreno sostiene que, frente a la Revolución Libertadora de 1955, el Presidente Juán Domingo Perón eligió huir en la cañonera paraguaya en lugar de presentar batalla porque, a su entender, básicamente era un cobarde. A contrario de esa opinión, creo que la supuesta cobardía de Perón poco o nada tuvo que ver con esa decisión. Estoy seguro que hay otro factor preponderante que tiene que ver con la visión del estadista, y desde esa óptica Perón tuvo la decencia de evitarle al país entrar en una guerra civil de las que sólo pueden arrojar un final a lo Pirro.
De tal suerte resulta un interesante ejercicio de política ficción pensar como sería nuestro presente si la República Argentina se hubiera masacrado en un abierto enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas a lo largo de un par de años, vaciando de una vez nuestras viejas ansias de fratricidio -que a la larga se dieron con gotero- en el clásico molde de lo que fue la Guerra Civil Española.
Pienso en esto a raíz de la situación por la que hoy atraviesa Honduras, y desde las memoriosas brumas de la historia argentina alcanzo a ver, en el terrible año de 1829, año de desencuentros, cuando el General Don José de San Martín vio frustrado su regreso a la Patria por el estado de conmoción en que se encontraba el país. Unos meses antes el General Juan Galo Lavalle había fusilado al Coronel Manuel Dorrego, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires contra el que se había alzado en armas venciéndolo en el Combate de Navarro. Contra lo que pudo suponer Lavalle aquella muerte, que pesó en su conciencia hasta el final de sus días, no cerró la puerta al despotismo y las arbitrariedades sino todo lo contrario. De allí que, intentando encontrar una salida superadora enviara emisarios a Montevideo para entrevistarse con el General San Martín reclamándole que asumiera el gobierno del convulsionado país. El Libertador juzgando la realidad, es decir los hechos antes que las intenciones, consideró inviable el plan ideado por el León de Riobamba, y así se lo hizo saber en una carta fechada el 14 de Abril de 1829, en la que aconsejaba lo siguiente:
- "Sin otro derecho que el de haber sido su compañero de armas, permítame Ud., general, que le haga una sola reflexión, a saber, que aunque los hombres en general juzgan de lo pasado según la verdadera justicia, y de lo presente según sus intereses, la situación en que Ud. se halla, una sola víctima que pueda economizar a su país, le servirá de un consuelo inalterable, sea cual fuere el resultado de la contienda en que se halla Ud. empeñado, porque esta satisfacción no depende de los demás, sino de uno mismo".
Palabras sabias de un hombre sin ambiciones personales.
Al leer que el depuesto Presidente Manuel Zelaya llamaba desde Guatemala a que sus partidarios permanezcan en las calles, fomentando el estado de insurrección contra el Gobierno de Roberto Micheletti, y que el Presidente de Ecuador Rafael Correa -a tono con las amenazas de Hugo Chávez- instaba a los militares de Honduras a la desobediencia, inmediatamente me pregunté que tanto son capaces de abarcar con sus miradas estos dos actores del conflicto.
Digo: las elecciones son en Noviembre. Y si bien sacar a Zelaya del país a punta de pistola y en pijamas es propio de alguna comedia de enredos ambientada en una republiqueta bananera, también es cierto que el Ejecutivo es sólo una de las tres funciones del Poder, y que en este caso tanto el Legislativo como el Judicial avalaron el desplazamiento del hombre con el sombrero de cowboy. Frente a la crisis institucional que vive Honduras, el bien a tutelar es la democracia cuya salvaguarda depende de que el pueblo logre ejercer su rol de soberano acudiendo a las urnas.
El camino de la insurrección suele empujar gente al atajo de la violencia, y cualquier escenario de caos amenaza la salida racional de la crisis que es a través de las elecciones. Pero Zelaya no es Perón, ni Chávez es San Martín. Si Zelaya pudiera ver más allá de sus narices no entorpecería el camino a las urnas, donde tiene la chance de lograr (acaso eligiendo su Cámpora) el respaldo del pueblo y la continuidad de su proyecto. Sería positivo para Honduras que el depuesto Presidente, en lugar de exigir su restitución a los miembros de la OEA, reclamara lo factible, esto es la presencia de veedores internacionales para garantizar la limpieza del comicio.
Esa es la salida más rápida, limpia y que menos dolor le signficará al sufrido pueblo hondureño. Espero que tanto Micheletti como Zelaya y los demás involucrados en esta encrucijada entiendan aquel gesto de Perón y aquellas palabras de San Martín.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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