EL ESTADO LIBRE ASOCIADO DE VICENTE LÓPEZ
Se sabe que así me gusta llamar a mi Ciudad. Es una humorada, seguro que sí, y al mismo tiempo la orgullosa reafirmación de la identidad vecinal. Soy feliz en el Estado Libre Asociado de Vicente López.
Si Belgrano es un país y La Boca una República es evidente que Vicente López, no siendo menos, merece se le reconozca un status acorde a su singular idiosincrasia. La expresión “Municipalidad” con su fonética tan ordinaria podrá ser correcta desde la formalidad del punto de vista jurídico, pero resulta insuficiente al corazón y el orgullo del vecino sensible de Vicente López. No finjamos modestia, sentimos y sabemos que somos más, mucho más que una vulgar Municipalidad. Y tampoco nos conformaríamos con la aparente elevación que implicaría adquirir la condición de Provincia, no mientras el federalismo sea apenas algo así como otra sugerencia escrita en la Constitución que los hechos desmienten día a día. Ser la Provincia de Vicente López sería cambiar una etiqueta sin brillo por otra igual de opaca pero más grande. Así el estado de las cosas, y viéndolas objetivamente, hablar de la segunda secesión de Vicente López ya no parece ninguna utopía. Y ojo que tenemos costa sobre el Río de la Plata, el mismo río que históricamente comunicó a la República Argentina con el resto del mundo.
Trazando paralelo con el modo en que los Estados Unidos iniciaron la lucha para independizarse de la Corona Británica en 1773, al rebelarse en Boston contra el impuesto del té; podemos afirmar que la resistencia contra la voracidad fiscal impulsó a Don Ángel Torcuato de Alvear a despertar el indómito espíritu de nuestra región. A finales del Siglo XIX la codicia en el ánimo del Concejo Deliberante de San Isidro, comuna que nos explotaba bajo su yugo opresor, hizo que se estableciera un injusto gravamen del 4% sobre el monto obtenido por los loteos de tierras. En 1903, dispuesto a no dejarse robar y con el generoso fin de lotear sus extensos terrenos de Olivos para que muchas familias pudieran disfrutar de este buen lugar para vivir, Don Ángel se puso a la frente del primer movimiento secesionista. Recurrió a la astucia en lugar de a la violencia. Sabiendo que “lo que no da Salamanca lo otorga la palanca”, este auténtico estratega de la liberación persuadió al Gobernador Marcelino Ugarte, a la sazón su cuñado, acerca de la imposibilidad de hacer retroceder el clamor popular del pueblo en su legítima aspiración de apartarse definitivamente de San Isidro.
Así, tras algunas idas y vueltas, se logró sancionar la Ley que el 21 de Diciembre de 1905 consagró la separación de San Isidro dando al nuevo municipio el nombre de “Vicente López”. Y quizá sea por llevar el nombre de tan insigne Patriota, hombre de la concordia y de la Unidad Nacional, amén de bardo de la Libertad, que los vicentelopinos nos sentimos demasiado argentinos como para independizarnos lisa y llanamente de la República. En tanto guardianes de la memoria del poeta que puso en palabras el espíritu de la Nación Argentina, no podríamos cantar otro Himno.
Al margen de las humoradas, cuando pienso en la historia del Municipio de Vicente López lo que viene a mi mente no es ninguna gesta extraordinaria envuelta en gloria, tampoco una personalidad sobresaliente, ni siquiera la referencia de un paisaje o construcción emblemática.
Y no es que las glorias de heroicas gestas nos hayan sido ajenas, que no tengamos entre nosotros nombres con brillo suficiente, o que no podamos imprimir postales. Ciertamente, y da orgullo decirlo, atesoramos todo eso.
Pero aún teniendo todo eso, que también tienen otras ciudades, nosotros tenemos algo más. El común denominador que nos diferencia del resto es una percepción que se ha mantenido inalterable desde siempre. Estoy seguro que el primer ser humano en pisar estas tierras sintió que era un buen lugar. Así ha sido desde entonces. El slogan “Ciudad para vivir” es sin dudas un acierto. Y la vida, como sucesión de pequeñas cosas cotidianas, supo mantener su preponderancia sobre lo grande y excepcional.
Cuando transcurriendo la primera mitad del siglo pasado Albina y Miguel dejaron La Pampa con sus tres hijos buscando un mejor porvenir, después de mucho andar sintieron que Vicente López era el lugar para vivir. La subasta de lotes, como aquella que impulsó a Don Ángel, ofrecía la oportunidad de adquirir algún terreno en Florida, pero la esperanza tenía el exacto tope de los ahorros en la billetera de Miguel. Cada mano alzada empujando el precio hacía tambalear las ilusiones y los lotes iban quedando para otros dueños. En el último en salir a remate la puja se redujo a un mano a mano entre dos hombres y peso por peso. Sobre el final de la escalada Miguel podía igualar la oferta pero no superarla. Iba a ser tremenda la frustración que masticar esa noche, y acaso de por vida. Ya se daba por vencido cuando a su diestra José, el mayor de los hijos, alzó la mano antes que el martillo diera el golpe final. Ofrecía apenas un peso más, que guardaba en el bolsillo. El martillero miró a Miguel para saber si avalaba la oferta del chico. El leve movimiento de cabeza dio el sí que el nudo en la garganta no permitía pronunciar. Los dos hombres en pugna tenían un mismo límite, y el peso de Josecito marcó la diferencia. Toda la diferencia.
La casa levantada en ese terreno tiene ladrillos que fueron puestos por el abuelo Miguel, por José, mi querido viejo, y por mí.
Signo de los tiempos: Miguel colocó al frente rejas altas con una puerta cuya llave se perdió y siempre quedó abierta. Le gustaban las rejas como adorno, nunca las pensó elemento de seguridad sino arte del herrero, le bastaba sentir que se veían bien y no tapaban la luz del sol para el jardín en que se alzaba el ciruelo. A su turno José emprendió reformas y cortó las rejas porque bajas ayudaban a que la casa se viera mucho más moderna. Yo volví a subir las rejas del frente por arriba de los dos metros, y no hace falta que explique los motivos. Sí, Vicente López no es un mundo aparte; aquí también. Hoy las casas tienen rejas que alguna vez antaño no tuvieron, las tristes garitas de seguridad proliferando en las esquinas se han vuelto parte del paisaje y aún con ese ejército privado de ocupación en las calles no es siempre enteramente aconsejable caminar con el relajado descuido del paseante. Para caminar relajado y tranquilo el Paseo de la Costa, donde ha sido muy positivo imponer restricciones al ingreso de vehículos. Otras cuestiones además de la seguridad deterioran la calidad de vida, son particularmente notorias las deficiencias estructurales y sociales de algunos barrios carenciados (hay quienes creen que aquí no existen), y en otro orden secundario de prioridades preocupan los demasiados autos y el poco apego a las reglas de tránsito o el descontrol de perros –algunos de gran porte y sin bozal- cuyos excrementos hay que esquivar en las veredas. Los asuntos propios de cualquier vecindad.
Aún así, con este deterioro del momento que nos toca, un ranking de ciudades argentinas según calidad de vida ubica a Olivos en el sexto lugar. Más allá que Olivos no es una ciudad en sí misma sino parte de la Ciudad de Vicente López, pequeño detalle a partir del cual me permito poner en duda la seriedad del supuesto estudio elaborado por un equipo del CONICET y seis universidades nacionales (aclaro que me guío sólo por información periodística: Clarín – 23 de Octubre de 2008 – Pág. 32, por lo cual si accediera al informe original quizá tendría otra impresión), su ubicación entre las mejores sirve como indicio de la vigencia del común denominador de Vicente López: ser un buen lugar para vivir. Ante el panorama general residir aquí es casi un privilegio. Acaso sea nuestra Ciudad como Noelia, aquella chica a la que cantaba Nino Bravo, pues es “igual pero distinta a las demás”.
Decía antes que las glorias de heroicas gestas no nos han sido ajenas. Durante la Invasión Inglesa de 1806, por la segura hospitalidad que ofrecía el camino del Fondo de la Legua marchó Don Santiago de Liniers y Bremond a la Reconquista de Buenos Aires. Al respecto, enseña el Licenciado Francisco Romeo Grasso* que: “Los vecinos de estos pagos no sólo brindaron su sangre generosa contra las invasiones inglesas, sino que tuvieron un activa participación en los acontecimientos que nos llevan a la Revolución de Mayo, al combate de San Lorenzo, a la toma de la Banda Oriental y en tantas jornadas heroicas de la Patria”.
En esa tradición es dable inscribir la gesta de Malvinas. El 14 de Junio de 1982, cuando la suerte adversa de las armas ya estaba echada para los soldados argentinos que peleaban por la integridad territorial de la Nación, el Capitán Luis Daniel de Urquiza, oficial del Batallón Logístico 10 de Villa Martelli, combatiendo en inmediaciones de la Casa del Gobernador, advierte que la Bandera de Guerra de la Guarnición Militar Malvinas permanece flameando en el mástil y que ante la proximidad del avance enemigo está pronta a ser capturada para trofeo del usurpador. Cubierto por el fuego de los soldados a su mando el Capitán gana la posición, desprendiendo la Bandera del mástil la esconde entre sus ropas y prosigue el combate hasta agotar munición. La Bandera pudo regresar al continente protegida por los prisioneros de guerra. Esa histórica Bandera que flameó en Malvinas, volvió a izarse el 02 de Noviembre de 1982 en el Patio de Armas de Villa Martelli, durante el homenaje a los muertos del Batallón Logístico 10. Honor a los combatientes, gloria a los caídos.
Hablaba también de nombres con brillo suficiente. Juan Carr, el fundador de Red Solidaria y vecino de Florida, es uno de esos nombres que se imponen por encima de cualquier parcialidad. No es necesario extenderme en hablar sobre él, todos conocemos su labor, capaz de exprimirle agua a las piedras, tenemos presente que con su ejemplo le pone el cuerpo y el alma a la palabra solidaridad. Claro que a veces, nosotros los comunes, sin ese espíritu gregario tan marcado, notamos que su personalidad nos refleja nuestras propias mezquindades y entonces vemos al buen Juan como una especie de Ned Flanders brotando sentimientos que nos emparientan con Homero Simpson.
Un poco en broma, un poco en serio, que es como debe tomarse la vida, lo hasta aquí expuesto explica con bastante claridad que al indómito espíritu vicentelopino le corresponde el reconocimiento de un rango diferenciado. En homenaje al Padre de la Patria Chica, Don Ángel Torcuato de Alvear, siempre teniendo por lema el viejo y sabio adagio: “Lo que no da Salamanca, lo presta la palanca”, debemos emprender la marcha a nuestra segunda secesión para que la denominación formal coincida con la realidad y seamos oficialmente aquello que por designio debemos ser: EL ESTADO LIBRE ASOCIADO DE VICENTE LOPEZ.
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Estado Libre Asociado de Vicente López.
* “2da Edición de la “Historia del Buenos Aires Colonial” y de la Ciudad de Vicente López”. Licenciado Francisco Romeo Grasso – 1980.