Cada mañana ensayo una rutina informativa que consiste en navegar la web en busca de noticias y opiniones argentinas. El derrotero y contenido de esa "navegación" no debería ser aburrido, pues por razones de timón y ambiente, en la búsqueda de novedades uno nunca estaría leyendo lo mismo. Sin embargo aburre.
El contexto de chatura intelectual acompañando y acaso -hermosa palabra la palabra "acaso"- alimentando la decadencia argentina, de tan repetitivo hace que las noticias de mañana sean viejas hoy. El más de lo mismo es una constante por la cual quien decidiera aislarse de toda data no se perdería de saber nada que por interesante resulte indispensable; ya sea que el aislamiento dure una semana, un mes o un año.
Luego no pasa la cuestión por la falta de noticias, porque eso sería caer en la teoría del fin de la historia -la cual siempre he rechazado-. El futuro no ha sido escrito y la historia se sigue contando desde lo novedoso; lo que estoy señalando es que Argentina es un país en estado de estupefacción, sin reacción, entregado a lo que venga, abandonado al gobierno de los peores. Y como en todo país abandonado al gobierno de los peores, la duda que de inmediato surge es sobre la existencia de los mejores.
¿Existe algo mejor que la casta política? Debería existir, porque no se necesita mucho para ser mejor que quienes malgobiernan el país en todo lo que va del Siglo XXI. Basta muy poco para ser mejor que los peores.
Sin embargo, en caso de existir, no demuestra entidad suficiente para generar la reacción que revierta el daño institucional, la degradación cultural y la miseria intelectual que padece y hacia la cual se sigue proyectando la población asentada en el territorio de lo que alguna vez quiso, pudo y supo ser la República Argentina.
Al hacer esta afirmación no me expreso como un ajeno a la incapacidad política de presentar algo mejor, lo digo siendo afiliado al Partido Autonomista de la Provincia de Buenos Aires con el énfasis de una crítica que, antes de dirigirse a los demás, cae sobre mí.
Entonces repito que no estamos haciendo lo suficiente, que es preciso repensar nuestros modos de organización y alumbrar una nueva dirigencia que comprenda a la humildad como el puente hacia la grandeza; eso mismo que nunca entenderán tantos jinetes de caballitos de calesita que se marean de poder antes de siquiera rozarlo.
Pero -siempre hay un "pero" desde que Juan Jose Paso tomó la palabra en aquellas jornadas de Mayo-, es posible que para alumbrar una nueva dirigencia política, antes debamos definir una renovación de lo intelectual que revalore la humildad de respetar lo ya sabido sin perder por ello su rasgo esencial -como bien dijo aquella vez Aldo Rico- que es y debe ser la jactancia de la duda.
Porque lo trágico de este absurdo país es que no hace falta la brillantez creativa de inventarle nada para que lo sea todo: le alcanza y sobra con vivir como fue pensado por los constituyentes de 1853/60. Pero es tanta la desviación hacia la nada en la que se internó la Argentina que, entre otros disparates e imbecilidades de grueso tenor, la diputada nacional del Frente de Todos, Fernanda Vallejos afirmó -sin perder por ello su banca ni ser internada en una casa para orates- que exportar alimentos es una maldición... Así de idiota está la Argentina.
El 12 de Octubre de 1880, al asumir la Presidencia de la Nación, Julio Argentino Roca sintetizó el sentido común de los mejores: "el secreto de nuestra prosperidad consiste en la conservación de la paz y el acatamiento absoluto a la Constitución; y no se necesitan seguramente las sobresalientes calidades de los hombres superiores para hacer un gobierno recto, honesto y progresista". Así de simple.
La Generación del 80 era "progresista" por buscar el progreso del país, todo lo contrario de los que hoy se dicen progresistas, empezando Alberto de la Fernández, el títere que hace las veces de presidente y que no acreditando ningún logro por el progreso del país tuvo el descaro de afirmar que "Un tipo que reivindica a Roca es solamente un pelotudo".
Confieso que a falta de horizonte político, como un irracional alivio a la irracionalidad de todos los días, cada tanto sueño con una insurrección espontánea.
Imagino que un hecho de esos a los que nos acostumbramos, un día cualquiera detona el hartazgo y las ovejas se vuelven lobos feroces. Las muertes de Nerón, Calígula y Ceaușescu enseñan que es posible.
Y sí, me resulta una fantasía agradable que algunos protagonistas de la decadencia argentina terminen colgados en la Plaza de Mayo. Recuerdo en ello haber escrito estos versos en 2016:
EL OFICIO DEL VERDUGO
Ahorraré las palabras
que no dicen nada,
también las plegarias,
ya que sus almas son sordas
y culpables sus miradas torvas.
Somos lo que trae la tormenta
cuando ya nadie escarmienta,
el rayo y el trueno,
la horca al desenfreno:
la piedad, al fin de cuenta.
Por ahora sólo se oyen balidos...
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López