El 23 de Marzo de 2010, víspera del feriado que algunos llaman de la mala memoria o muy sarcásticamente -al estilo de la Revista Barcelona- Fiesta de San Jorge Rafael, el artículo de Atilio Borón publicado por Página/12 bajo el título “Disidentes y traidores” ofrecía un argumento que merece subrayarse y extrapolarse a los años de plomo con una perspectiva paradojal.
Sostiene Borón, renegando de las mentiras de la “prensa libre” (el encomillado le pertenece), que la rancia dictadura de los hermanos Castro no es tal sino una Revolución. Desde Octubre y los bolcheviques para acá, Revolución, sin necesidad de recurrir a ningún diccionario político, es en boca de cualquier izquierdista un estado utópico de prometida felicidad, en el que aguardando la llegada al paraíso socialista la única libertad es la de obedecer ciegamente al “amado líder”, ya se trate del viejo y decrépito Fidel Castro en la isla, el patético Kim Jong-il en Corea del Norte o la ferviente juventud idealista del Khmae Krojom antaño en Camboya.
De tal suerte, la diferencia de la Revolución con lo que fueron las dictaduras militares latinoamericanas es además de una cuestión de etiqueta gramatical, el pequeño detalle de la transitoriedad que asumían aquellas (se reconocían una anormalidad cuya necesidad se justificaba en falta de madurez para la democracia) frente a la perpetuidad que requiere la realización del “hombre nuevo”: ese autómata sin alma pergeñado por Ernesto Guevara cual aprendiz de Adolfo Hitler. La historia exhibe que en países como Argentina y Chile, de las dictaduras militares se ha salido a la democracia, en tanto que de la cuba revolucionaria la única salida siguen siendo las balsas.
Defendiendo tal Revolución, protesta Borón por las ayudas económicas que los Estados Unidos destinan a subvertir el orden en Cuba e introducir en ella una democracia liberal donde se respeten los derechos humanos, lo que lo lleva a cuestionar el rol de los disidentes. Buscando autoridad en el Diccionario Político de Norberto Bobbio encuentra Borón que el disenso sería un simple desacuerdo sin ninguna otra trascendencia más que la testimonial. Le gustaría, claro, que los disidentes se limitaran a ser inocuos objetores de conciencia, desvinculados entre sí, carentes de aspiraciones políticas y muriesen en silencio sin abrigar esperanzas de apertura democrática; igual que los fusilados de Santa Clara.
Siguiendo a Bobbio, enfatiza Borón que existe un umbral que traspasado convierte al disidente lisa y llanamente en un traidor. Acusa y juzga culpable a la disidencia cubana de traición a la Patria por pretender subvertir el orden constitucional y derribar al sistema, especulando que lo hacen para ponerse al servicio de los Estados Unidos, país al que llama “potencia enemiga”.
Al solo efecto de darle forma de respuesta a su premisa, pregunta Borón: “Quienes reciben dinero, asesoría, consejos, orientaciones de un país objetivamente enemigo de su patria y actúan en congruencia con las intenciones imperiales de precipitar un ‘cambio de régimen’, ¿pueden ser considerados como ‘disidentes políticos’?”.
Lo que Borón sostiene se derrumba fácilmente dado el carácter totalitario de la Cuba comunista, ya que el derecho de resistencia a la opresión es inherente a la dignidad humana y no corresponde guardar lealtad para con un orden y un régimen que con ánimo de perpetuidad cercena de cuajo las libertades más elementales. La Patria nunca será comunista para ningún cubano –y tampoco para ningún argentino-.
Más allá de lo endeble del pensamiento intentado por Don Atilio, lo interesante resulta al llevar ese argumento al cristal que visualiza la argentina de los años de plomo. Digamos que por elecciones libres Gobierna Juan Domingo Perón, el ERP ataca el cuartel de Azul y los Montoneros son expulsados de la Plaza de Mayo, en el marco de la Guerra Fría las organizaciones subversivas –que en lugar de hacer huelga de hambre como Guillermo Fariñas Hernández ponen bombas, atacan cuarteles y asesinan a tiros en las calles-, reciben dinero, asesoría, consejos, y orientaciones de la Cuba castrista –país objetivamente enemigo porque intenta exportar su revolución- y actúan en congruencia con las intenciones imperiales de la Unión Soviética para precipitar un cambio de régimen.
Entonces: ¿Cómo es que se los llama a los integrantes de esas organizaciones? Ah, sí... ¡Traidores a la Patria!
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López