La diosa Concordia entre Tiberio y el Genio Populi Romani, |
Sobre la historia argentina y de cara al porvenir, esa sencilla definición resulta insuficiente para comprender la profunda dimensión del concepto y la necesidad de ponerlo en práctica. El desafío de las generaciones presentes es emprender la construcción del consenso como la obra patriótica que podemos aportar al bienestar de la Nación. Nuestro protagonismo generacional no está signado por la inminencia de ninguna gesta heroica, no hay en el horizonte inmediato guerra alguna que librar, tampoco tenemos que organizar el Estado ni consolidar la extensión territorial del país como lo hizo la Generación del 80. La República Argentina no necesita fantasías revolucionarias ni epopeyas de cartón. Evitando la tentación de caer en la manía refundadora, cuyo brillo siempre es efímero, el rol de mi generación es promover la evolución cívica a través del consenso. En el desenvolvimiento de la historia las circunstancias nos condicionan, desde las nuestras podemos inventarnos una bandera épica para ser más de lo mismo, o asumir el contexto y buscar la trascendencia de valorar lo cotidiano. Parafraseando a Discépolo, ya basta de tirar la casa vieja antes de construir la nueva.
Creo que nos toca ser los humildes de la historia. Limar la soberbia, abrir el diálogo para encontrar la llave que, cerrando el ciclo de repetidos fracasos al que ha conducido la constante de la discordia, rescate los logros del pasado y los ponga en la perspectiva de una sociedad que se integre concientemente para forjarse el futuro común.
La humildad de trabajar en la construcción del consenso es una misión que se sabe fatigosa, tanto que incluso pueda sentirse opaca desde que el diálogo carece de la espectacularidad que brinda la agitación, pero sus frutos, a diferencia de cualquier otro curso de acción, harán una sociedad menos hipócrita, en la que el valor de las palabras no sea meramente el de las apariencias. Para que el ser se oriente hacia un deber ser, es necesario: primero diferenciar lo que es de lo que parece, y luego mantener la correlación entre realidad y apariencia.
Una sociedad plural y abierta, capaz de definir sus objetivos, sólo es posible en base al consenso. Conceptualmente el consenso parte del reconocimiento del otro. Del otro apreciado en su libertad de pensar y obrar. Del otro como dueño de su propia entidad. Del otro como una insoslayable voluntad. Partiendo de esa premisa el consenso asume la igualdad de los distintos. La razón del consenso anida en la diferencia y no hace de esta un obstáculo a eliminar, por el contrario, la disidencia enriquece el pensamiento y eventualmente posibilita tener un plan “B”.
Se dice que cuando dos personas coinciden en todo es porque al menos alguna de las dos no está pensando. La uniformidad no es el objetivo perseguido por el consenso, ni siquiera en el básico consenso entre dos personas puede esperarse una identificación total. Mucho menos en un grupo de acción política; excepto claro que en lugar de querer fortalecer la democracia se apunte a instalar un proyecto totalitario, emulando a Cuba o cualquier otra dictadura donde algún iluminado se arroga el derecho de decidir la suerte colectiva.
A medida que más personas participan de la búsqueda de un consenso, lógicamente las coincidencias tienden a ser menores, sin embargo y por eso mismo, en ese proceso se define lo fundamental. Un matrimonio bien constituido vendría a ser el máximo común denominador del consenso. En ese caso, dos personas coinciden mucho más allá de lo fundamental y sus diferencias son poco relevantes en relación a la felicidad del matrimonio. En el otro extremo, la definición de políticas de Estado determina el mínimo común denominador de un país. En este caso los acuerdos se limitan a lo básico, pero esos acuerdos, cuantitativamente ínfimos en relación a las diferencias tienen una valorización cualitativa que las apacigua y encauza a favor de la paz social.
Tómese conciencia que en la República Argentina, aunque abunden las declamaciones, prácticamente carecemos de políticas de Estado; ello es así porque como sociedad no tenemos incorporado ni el concepto ni la práctica del consenso. Consensuar es darle a la organización la oportunidad de vencer al tiempo, es cumplir la palabra empeñada respetando las reglas de juego, es aprender y enseñar en la constancia.
Consensuar sólo es posible con responsabilidad mutua, por ello representa el mayor ejercicio de Libertad al que puede brindarse un ciudadano; y un claro síntoma de salud republicana.
El consenso es la práctica de la duda, de la humildad y de la tolerancia. Las convicciones, para ser auténticas, deben ser cuestionadas; constantemente puestas a prueba, tanto por las dudas propias como por las razones del otro.
Construyamos
consensos, ayudémonos a pensar para la acción.
Ariel
Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado
Libre Asociado de Vicente López