"El secreto de nuestra prosperidad
consiste en la conservación de la paz
y el acatamiento absoluto a la Constitución."
Presidente Julio Argentino Roca.
"¿Y dónde están ahora los filósofos críticos?
Tiñendo sus palabras de intereses políticos."
(Gente del futuro) Miguel Cantilo.
De lo que se quiera entender por "batalla cultural" dependerá la visión estratégica sobre sus alcances en espacio y tiempo, la definición de objetivos, la identificación del enemigo, la disposición de medios y su empleo para imponerse.
Por lo tanto la primera incógnita a despejar es justamente qué entendemos por "batalla cultural". Como escribo un artículo y no un tratado, voy a omitir consideraciones sobre el sentido planetario de la "batalla cultural", que remite a antagonismos tales como Libertad vs totalitarismo, democracia vs autocracia, república vs tiranía, racionalidad vs prejuicio, capitalismo vs socialismo, Nación vs globalismo y un largo etcétera de antinomias capaces de fusionarse, al fin de cuentas, en una sola: identidad o deshumanización.
Puesta en términos locales, que quizás sea también síntesis de lo universal como una de sus variables, el significado de la batalla cultural en Argentina, a la luz de su historia, puede ser definido como el esfuerzo por alcanzar y sostener la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, para el ser y prevalecer de la Nación Argentina con los valores de Patria y Libertad enunciados desde 1813 en el Oíd, mortales!, cantado de generación en generación.
Para decirlo en otras palabras: afirmar nuestra más puro ideal de identidad.
Si bien hace mucho tiempo que la Nación Argentina coquetea con la suicida idea de renegar de sí misma, el punto más bajo de nuestra identidad cultural acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", se haya alcanzado durante la infeKtadura.
El 19 de Marzo de 2020 bajo la presidencia de Alberto de la Fernández el kirchnerismo perpetró un golpe de Estado contra la Constitución Nacional. (Leer: ALBERTO FERNÁNDEZ DENUNCIADO POR SUBVERTIR EL ORDEN CONSTITUCIONAL).
A través del infame Decreto 297/2020 de “AISLAMIENTO SOCIAL PREVENTIVO Y OBLIGATORIO”, con la complicidad de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cabeza de un Poder Judicial devenido Poder Prevaricador a lo largo de este siglo, y de la totalidad de los partidos políticos con representantes en el Poder Legislativo, el orden constitucional fue derogado de facto.
¿Y por qué pudo pasar eso? Porque la sociedad argentina bajo el régimen kirchnerista fue objeto de un proceso de desmemoria colectiva y adoctrinamiento faccioso con los recursos del Estado que diluyó la identidad nacional al punto de trastocar los valores fundantes de la Nación.
El orgullo de la valentía dejó de ser el sesgo saliente de los libres del sur. Se reemplazó la altivez que nos supo distinguir por una cobardía inexcusable fomentada con infinidad de victimizaciones artificiales (y rentadas a costa del erario público) que permitió que el grueso de la población se sometiera mansamente a los caprichos del régimen aceptando la falacia de la vida como el valor supremo y que en virtud de ello había que resignar libertad y someterse a la tutela del gobierno.
Se olvidó así que tanto el Himno Nacional como la propia Constitución de la Nación Argentina colocan los valores de Patria y Libertad por encima de la vida. Armarse en defensa de la Constitución Nacional, tal como el juramento del Himno, implica sostener su vigencia a costa de la propia vida. La Libertad es la que da valor a la vida y gloria a la muerte.
Nunca imaginó Vicente López, ni la Asamblea del Año XIII, como así tampoco los constituyentes de 1853/60, que bastaría una gripe y un gobierno corrupto para que los argentinos descendieran hasta el fondo de la cobardía. Sin siquiera necesidad de un humo de pólvora, se abandonaron las instituciones de la República permitiendo las aberraciones totalitarias que sintetiza (para el recuerdo y que no se repita jamás de los jamases) la imagen de aquel padre obligado a llevar en brazos a su hija enferma de cáncer.
Esa es la postal de la infeKtadura, y la postal de la derrota cultural argentina. Ni valientes, ni solidarios, un pueblo de cobardes comportándose como esclavos. Un pueblo que pactaba con el silencio cuando debía gritar, salir, putear hasta poner las cosas en su lugar. Gritar, putear, sacar pecho cuando ya el peligro pasó no tiene ningún mérito, sólo es embrutecimiento. Exactamente lo que dejó el kirchnerismo: daño institucional, degradación cultural y miseria intelectual.
Y como ocurre cada vez que se toca fondo hubo un efecto rebote. La vergüenza es un sentimiento sano en tanto sirve para recapacitar y corregir conductas equivocadas. La sociedad argentina, aunque muy tarde sintió esa sana vergüenza por haberse sometido al gobierno de los peores.
La reacción se canalizó a través del "fenómeno Milei". Javier Milei logró emerger como un personaje virulentamente histriónico cuyo mensaje disruptivo, gracias al hartazgo que provocó en la ciudadanía el exceso de imbecilidad totalitaria durante la Presidencia de Alberto de la Fernández, logró quebrar la desesperanza republicana que había instalado la hegemonía kirchnerista y que parecía haberse consolidado definitivamente con el fracaso del interregno macrista.
Es dable señalar que durante todo el régimen kirchnerista hubo cierta resistencia republicana activa sosteniendo las ideas de la Libertad, pero que obrando en minoría y fragmentada nunca pudo organizarse. Egos de cabeza de ratón, liberalómetros, prejuicios y recelos entre liberales, nacionalistas y conservadores, todos republicanos; sólo consiguieron construir impotencia. Lo que nos llevó al riesgo cierto de diluirnos entre la progresía de Cambiemos / Juntos por el Cambio / PRO / Coalición Cívica, etc.
Mucho antes que Javier Milei adquiriera notoriedad, la línea de la resistencia republicana tenía en primera fila a Cecilia Pando, Ricardo López Murphy, Nicolás Márquez y Agustín Laje por citar sólo los primeros nombres que trae mi memoria. Los cuatro mencionados se opusieron desde el inicio del régimen kirchnerista diciendo cosas que muchos callaban por temor a ser llamados "fachos". Hoy, y en buena hora, otros muchos que entonces me negaban ser liberal y me llamaban "facho", se esfuerzan hasta la sobreactuación por estar más a la Derecha que yo. Pero en aquellos años toda la sociedad se había desplazado hacia la izquierda, tanto que los progres pasaban por derechistas y por eso corrían a etiquetarse de centro.
Tal como escribí en otro artículo "La Presidencia de Milei no es pues un milagro, ni cosa por el estilo, es sencillamente lo que parió con sus circunstancias de coyuntura la realidad política de la muy vapuleada Nación Argentina".
Mauricio Macri en su presidencia, rodeado de progres irrecuperables como María Eugenia Vidal (la amarilla que más se preocupó y ocupó de preservar la mentira de los 30.000 desaparecidos), no tuvo la capacidad ni la voluntad de dar la batalla cultural. Pensó, en lo que era y es un pensamiento muy generalizado dentro del PRO y el resto de la progresía, que se podía gestionar el cambio gradualmente sin plantar batalla contra la cultura subvertida por el kirchnerismo.
Lo he contado otras veces pero a riesgo de extenderme lo repito aquí. A lo largo de 2019 mantuve charla con secretarios de Estado que para mi sorpresa y espanto creían que iban a ganar las elecciones porque "a la hora de votar la gente va a valorar los ladrillos del metrobús". No entendían ni podían considerar las consecuencias de no haber afrontado la batalla cultural, creían en gestionar sin ideología; creencia absurda si las hay. Y ante mis advertencias sobre la inminente derrota, uno de ellos, con una soberbia que jamás voy a olvidar me dijo: "Si estamos acá es porque ganamos elecciones, o sea que tan boludos no debemos ser".
A diferencia de Mauricio Macri, el Presidente Javier Milei alzó la bandera de la batalla cultural. Y en tal sentido está haciendo algo que Macri prometió pero no cumplió: desmantelar "el curro de los Derechos Humanos". Demoler el relato falseado de la historia que construyó el kirchnerismo a partir de la mentira de los 30.000 desaparecidos es condición sine qua non para recomponer la cultura republicana. Tanto como poner fin a la sarasa del "Estado presente" que supone, entre otras aberraciones morales, que lo que paga el Estado es gratis.
Ahora bien, en la batalla cultural, como en toda guerra, es importante entender que los errores estratégicos no logran ser corregidos por aciertos tácticos y que es estrictamente necesario operar sobre el terreno en función del objetivo; lo que supone variaciones tácticas.
Así, por caso, el tono innecesariamente agresivo utilizado en la campaña se demostró ridículo con el acuerdo prebalotaje, donde murieron varias de las consignas enunciadas por el candidato Milei, empezando por aquella de "una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre".
Ahora bien, la campaña presidencial del 2023 fue sin duda la más sucia desde el retorno de la democracia. La mugre fue la regla y no la excepción como en otros comicios. Tal vez no podía ser de otra manera ante un electorado que harto del régimen kirchnerista y avergonzado por su cobardía durante la infeKtadura pedía pelea.
Con todo ello ganar las elecciones, sobre los insultos cruzados, con el acuerdo de política real con la parte de la progresía que lideraban Mauricio Macri y Patricia Bullrich, era imprescindible para poder avanzar en la batalla cultural porque la derrota hubiera significado la cancelación definitiva de toda esperanza republicana.
Se ganó y en los primeros meses, ante la certeza que el kirchnerismo y el resto de la izquierda tenían planes destituyentes, el Presidente y su gobierno debían seguir siendo agresivos manteniendo siempre la iniciativa de la pelea. Porque si ganar la elección era imprescindible, demostrar gobernabilidad no lo era menos.
Ahora bien, el gobierno terminó su primer año con la gobernabilidad demostrada, cumpliendo gran parte de los prometido y habiendo tomado medidas duras sobre las "verdades incomodas" (que Milei explicitó durante la campaña y al asumir la Presidencia) conserva una imagen positiva muy alta. Muy por encima del desgaste que se suponía iba a acarrear un plan de shock.
En este punto, entrando en un año electoral, es preciso acordar qué se entiende por batalla cultural.
Si por batalla cultural referimos el esfuerzo por alcanzar y sostener la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, para el ser y prevalecer de la Nación Argentina con los valores de Patria y Libertad enunciados desde 1813 en el Oíd, mortales! cantado de generación en generación, es conveniente una revisión crítica de lo obrado por el oficialismo.
Mientras escribo estos pensamientos el oficialismo se muestra como un ejército que logrando establecer una cabecera de playa en lugar de avanzar sobre el enemigo se aferra al terreno para dispararse entre sí.
Están regalando tiempo para reagruparse por fuera a los kirchneristas alrededor de Kicillof (en el bastión K de la Provincia de Buenos Aires) y a los amarillos por dentro (el entrismo bullrichsta).
Se insiste mucho desde el oficialismo en que las formas son relativas, pero las formas que impone la República no son meramente decorativas; por ende son muy importantes para ganar la batalla cultural. Las formas reflejan el sentido de lo que se hace, y sin lugar a dudas el patético espectáculo que ofrece el quiebre de la fórmula presidencial exacerba con modos groseros la incomprensión de la batalla cultural y el consiguiente extravío de rumbo.
Digo: Sigan boludeando como los Pimpinela y algunos, tal vez pocos, tal vez unos cuantos o acaso muchos, vamos a terminar buscando votar una lista de derechistas independientes que apoye al gobierno sin mileistas ni villarruelistas. La soberbia cree que puede regalar votos...
Están olvidando que lo aborrecible del kirchnerismo fue y es su odio a la Nación Argentina para reemplazarla por un país "plurinacional", su desprecio por la República en la intención de coptar poderes y aunar la suma del poder público, su obsecuencia al líder personalista en la pretensión de poner la libertad bajo tutela, su agresión constante a los opositores en la exacerbación de la lógica amigo/enemigo y el mal gusto que brota como cloaca desbordada de toda esa inmundicia totalitaria.
Esa sola enunciación sintética de los males kirchneristas, deja claro que la batalla cultural no puede consistir en rebajarnos a ser el espejo de esas acciones repudiables. Es pues necesario defender sustancialmente la Nación, la República, la Libertad, el civismo y desde las formas el buen gusto que manda la austeridad y el decoro republicano.
Por lo que observo, no creo que el Presidente Javier Milei esté comprendiendo debidamente los deberes formales que más allá del protocolo propiamente dicho le impone ser el Presidente de la Nación Argentina. En la República, y mucho más desde la concepción liberal, tienen los funcionarios más obligaciones que derechos, restricciones a su libertad que hacen a la dignidad que deben representar: la del Pueblo de Mayo que aspira a ser un faro de civilización. Ya no es un ciudadano más: "Es el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país" (Art.99 inc 1 CN).
Basta seguirlo en X para observar algunos posteos que, de mínima, son de un notorio mal gusto, como si quisiera el Presidente desmentir su pregonada afirmación sobre la superioridad ética y estética de la Libertad sobre el socialismo.
Y luego está la soberbia del autobombo, el esfuerzo por remarcar su proyección internacional en la pretensión de ser el mejor gobierno de la historia. Ojalá lo sea, para eso lo voté y para eso lo apoyo, pero todavía le falta mucho, mucho, para estar a la altura del mejor Presidente que tuvo la Nación Argentina: Julio Argentino Roca.
Hay que poner humildad donde se instala la soberbia, y eso también es parte de la batalla cultural. Es más, siendo que Milei considera al Presidente Menem el mejor Presidente (supongo y podría compartir que de los que cumpieron mandato desde 1983 a hoy), podría comenzar por emular su caballerosidad, ya que más allá de cualquier juicio de valor sobre su Presidencia, el riojano evitaba inteligentemente ofuscarse al responder críticas y ataques. Sonreía y con la elegancia de alguna frase sin agravios se colocaba por encima de sus críticos.
Luego la agresividad del Presidente Milei ha generado un cierto cerco de obsecuencia a su alrededor, a cuento de lo cual va la cita de Miguel Cantilo al comienzo de este artículo. Incomprensiblemente para mí, intelectuales que acertada y duramente criticaban los vicios del kirchnerismo parecen ahora justificar cualquier cosa que haga o diga el Presidente Milei. Algunos personajes, incluso, deliran con una reforma constitucional que profundizaría el personalismo del sistema presidencial. Y con un nivel de agresividad tal que son capaces de postear varios insultos y ninguna idea. Personas cuyo sentido republicano parece haber menguado y que justificando nombres como Scioli, Lijo, Kueider, no dudan en consolidar la lógica amigo/enemigo que exacerbó el kirchnerismo atacando "traidores" en las propias filas comenzando por la Vicepresidente Victoria Villarruel. Por esa vía se pierde y pronto la batalla cultural.
Hemos visto gente desprenderse del espíritu crítico por un cargo, o por la expectativa de obtener uno, y en el mejor de los casos a otros que por la desesperación de saber que este gobierno no tiene margen para fracasar optan por la fe ciega como si tal cosa asegurase el fin del kirchnerismo. El problema es que la fe ciega empuja para donde no ve, y si los que ven son obsecuentes cualquier error conduce a caer por el precipicio.
Menem sabía, a diferencia de su admirador Milei, que la imagen del Presidente debe trasmitir una confiada y señorial calma en todo momento. Como aquella vez en 1998, cuando el Tango 01 llegando a Nueva Zelanda atravesaba una fuerte turbulencia y evitó que los demás pasajeros entraran en pánico al sonreír y decir muy calmadamente: "No temáis, estáis con el César y su estrella, nadie muere en la víspera".
No contribuye a cubrir las necesidades de la Argentina, que son las del propio gobierno, un Presidente en confrontación permanente, muchas veces innecesaria y con giros de mal gusto.
Un estadista republicano no debe expresarse de modo burdo, soez y chabacano (vaya en la elección de las palabras mi homenaje a Alberto Olmedo y Javier Portales), porque a diferencia de un líder populista no encarna el poder por el poder mismo, sino la dignidad de la República.
Milei tiene lo que se requiere para entrar en "modo estadista", de hecho cuando incursiona en esa postura muestra su mejor versión y potencia su carisma. También es el modo en el que demuestra mayor fortaleza y seguridad, algo que un gobierno que busca inversiones debe trasmitir. En cambio la confrontación permanente y sobre varios frentes beneficia al kirchnerismo, mantiene viva la posibilidad de su retorno regalándole protagonismo y aire; especialmente cuando la confrontación escala al punto que resquebraja el frente interno y debilita las alianzas que requiere sostener la coalición de gobierno. Porque este todavía es un gobierno de coalición, no de partido. Y es dudoso, sumamente dudoso, que pueda cerrarse en un sólo partido sin debilitarse.
Finalmente, a nadie escapa que el curso de la economía es central para definir el éxito o el fracaso del gobierno y la batalla cultural.
Soy muy básico en economía y elijo confiar en Milei aunque me hace ruido que sus funcionarios acaso sean esos mismos que tuvo Macri y que según el mismo Macri le decían que todo iba bien.
Ciertamente Macri no era un líder, por lo tanto no impuso su liderazgo cuando veía venir al fracaso (si es verdad que lo veía venir). Y al dejar la presidencia con esa declaración hizo lo peor que puede hacer un jefe: echar la culpa a sus subordinados (algo que jamás haría un verdadero líder).
A pesar de la repetición de nombres en el staff de aquel y este gobierno, Javier Milei no es tibio, es otro perfil y supongo no se dejaría conducir por aquellos a los que debe conducir. Mucho menos en materia económica que es sin duda su mayor fortaleza.
No obstante, como hace meses vengo diciendo, observo demasiada soberbia y la soberbia siempre es mala consejera.
Juan Pablo Pliauzer, empresario PYME que fue candidato a intendente de Vicente López por La Libertad Avanza, al igual que Lacha Lázzari, expresa preocupación por los apremios de las PYMES en el marco de una microeconomía deprimida. (Leer: "La particular y preocupante frase de un empresario pyme: 'La situación es grave'").
Repito que mi conocimiento económico es muy básico. Tan básico que soy ese liberal que no habla de economía. Desde luego comprendo que resolver el desastre que dejaron 20 años de régimen kirchnerista (y más de otros que hacen una larga historia de desaciertos) va a llevar tiempo y no espero soluciones mágicas. Un año es muy poco tiempo para resolver la pesada herencia, y también muy poco para hacer sonar trompetas triunfales. Pero como he vivido intensamente los vaivenes de nuestra sociedad algunas señales no dejan de preocuparme, planteo entonces mi duda siendo que no soy capaz de clarificarla por mi propio conocimiento. Intuyo que el rumbo que lleva el gobierno es el acertado, ¿pero se está transitando de la mejor manera posible para que no haya retrocesos?
No tengo la respuesta para ese interrogante económico, pero sí puedo afirmar que la batalla cultural no está siendo llevada por el gobierno de la mejor manera posible. Brego pues porque el Presidente Milei advierta y corrija sus fallas de conducción política que determinan fallas de ejecución que se revelan también de concepto en la batalla cultural. El oficialismo debe volver a mirar la brújula y releer el mapa de la batalla cultural, no sólo para clavar el último clavo al ataúd del kirchnerismo sino para que saneando la República desaparezca de la política argentina todo vestigio de vicios populistas, totalitarios y personalistas, como dice un amigo: "que el Diablo los tenga en su hoguera y Dios no permita que vuelvan".
En lo que a mí respecta, en 2025 pondré más cuidado en que mi estilo comunicacional se mantenga con clase y no caiga, como veo caer a tantos, en la desagradable facilidad de la puteada que sólo sirve para afirmar la cultura subvertida por el kirchnerismo exacerbando la lógica amigo/enemigo hasta el punto de nublar el pensamiento crítico y no reconocer camaradas.
La batalla cultural también son formas educadas de decir verdades, porque los argumentos bien expuestos pegan mejor que cualquier grosería.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.