CHE, EL MUSICAL ARGENTINO:
Como PRIMAVERA PARA HITLER, pero sin gracia.
El miércoles 22 de Abril fui invitado a ver la función de Che, el musical argentino. Para entonces ya conocía las críticas que publicaron tanto Clarín como La Nación, coincidentes en algún punto y decididamente opuestas en otros. Entre la repulsa ideológica y el afecto por algunas de las personas que participan del proyecto, decidí satisfacer la curiosidad aceptando el convite.
El talentoso Mel Brooks dejó muy en claro con “Los Productores” que no hay fórmulas que garanticen el éxito o el fracaso en el mundo del espectáculo. Y seguramente, del mismo modo que con la imagen de Guevara se vende el marketing del inconformismo, habrá público que compre su boleto para ver la puesta en escena de este fallido musical cuyo defecto inicial es la chatura del guión; panfletario hasta el aburrimiento.
Propio de un Billiken cubano, sólo apto para reforzar la visión de la historia con que adoctrinaría el Manual del Buen Alumno Castrista, el libro escrito por Oscar Laiguera y Oscar Mangione cierra el abanico de las chances artísticas optando por una narración ingenua que no explota ninguna de las aristas polémicas del personaje.
Un musical sobre el Che debería tener la audacia de poner mugre buscando la sangre para agitar las aguas de la controversia; prefirieron en cambio adosarle alitas de ángel, moderarlo y despojarlo así de la cosa visceral que hace a la pasión. Aunque se repita en parte de la obra que “la moderación es la más execrable de las virtudes”, apenas si asoma la nariz del monstruo cuando en la lectura de cartas se describe Guevara como todo lo contrario de Cristo, pero es apenas un instante de tufillo a roña, un amague de rebeldía, porque enseguida vuelve a la senda del santo que se encamina al martirio con… resignación cristiana y disciplina marxista.
El peor momento del guión es la triste claudicación del pretendido "musical argentino" ante la influencia del musical inglés Evita, introduciendo a cuento de nada, por mero efecto espejo, un imaginario diálogo entre Eva Duarte de Perón y Ernesto Guevara. Resulta una gringada difícil de digerir ese diálogo insustancial fuera de la cronología. Distinto hubiese sido imaginar un contrapunto entre Juan Domingo Perón en el exilio y Ernesto Guevara, que acaso sería entre el militar y el guerrillero, entre el político nacionalista y el aventurero apátrida, entre el que quiere construir y el que sólo pasa para destruir, entre el que va a morir de viejo y el que busca la muerte.
Curiosamente, el mejor momento del guión lo encarna en escena el propio Oscar Mangione. Es cuando representando al paisano arraigado a la tierra, que orienta al aventurero en viaje, canta lo que bien podría ser una oda a la revolución conservadora del que día a día construye futuro cuidando sus raíces. Quizá sea esa la paradoja de la obra. Vale subrayar que Mangione canta muy bien, con una gran potencia expresiva, modulando agradablemente el amplio caudal de su voz para contagiar de sentimiento telúrico a la platea.
Hecha la salvedad, no hay otra originalidad. La historia transcurre sobre los carriles de lo sabido: la infancia signada por el asma, la relación con su madre, el viaje en motocicleta, el acercamiento a los Castro, el triunfo de la campaña contra Batista y el fracaso de la expedición guerrillera en su invasión a Bolivia. Contabilizados cincuenta años de férrea dictadura comunista en Cuba poner en boca de Guevara la palabra libertad debería provocar cuando menos alguna sonrisa irónica, pero el texto es tan escolar que ni esa reacción genera. Como es harto previsible la obra finaliza con el Che, ya mitificado, arengando con la más vacía de sus frases: “Hasta la victoria, siempre”.
El gusto a poco que deja el contenido de este musical hace que al pasar de la sala en el Centro Cultural Konex a la mesa del café la charla se desprende del personaje, de la ideología y de cualquier posibilidad de polémica. Entonces al primer sorbo tonificante extraído del pocillo comienza el repaso de las interpretaciones, apreciación entorpecida por la mala calidad del sonido, un fastidio que reiteradamente conspira contra el talento de los cantantes. En un musical donde las letras importan, el sonido debería estar planteado como bajorrelieve en el que la voz siempre sobresalga del acompañamiento musical, eso no ocurre en Che, el musical argentino, por lo que en distintos pasajes se pierde la voz aplastada por la irrupción de la orquesta, y si además se escuchan acoples o se producen oscilaciones de tipo técnico la falencia en la que incurre el diseño de Norberto Safe es doble: conceptual y técnica.
Por otra parte la música de los dos oscares, Laiguera y Mangione, no ayuda mucho, en rigor de verdad no aporta nada. Lisa y llanamente puede ser calificada de intrascendente, no tiene pulso ni corazón. Con toda razón han coincidido en este punto crucial las críticas de Pablo Scholz en Clarín y de Federico Irazábal en La Nación.
Scholz: “Desde la música, ejecutada en vivo por una orquesta que dirige Oscar Laiguera, coautor de Che, el musical argentino, no hay un leit motiv que se recuerde a la salida del Konex”.
Irazábal: “Seguramente, ni las letras ni la música pasarán a la historia”.
Conceptos absolutamente lapidarios. Pero si la música es intranscendente, al menos nunca cae en el ridículo, que no es el caso de la patética coreografía. La labor del coreógrafo Omar Saravia pareciera haberse empeñado en opacar hasta la anulación el lucimiento del cuerpo de baile, todo es elemental y acotado. Ni un momento destinado a poner la danza en la admiración del público, ni hablar de buscar la desmesura, tan mala es su labor que uno termina por preguntarse si realmente quiere que el proyecto salga adelante. El colmo se da en la apertura de la segunda parte -el receso del intermedio fue incorporado a partir de las críticas de Clarín y La Nación-, la muchedumbre avanza sobre el escenario con pasos y posturas que hacen pensar en “El regreso de los muertos vivos”, por lo que a cualquier espectador -incluso al más tanguero- le pasa por la cabeza la música de Thriller y el video de Michael Jackson.
Sí me pareció bien diseñada la escenografía, que ofrecía posibilidades de un buen despliegue en la movilidad de los personajes, el ensamble y el cuerpo de baile. Del mismo modo, aunque no luce particularmente, considero bueno el vestuario, pese a que no me terminó de convencer la vestimenta de Marilí Machado en el rol de la madre de Guevara. Tanto la escenografía como el vestuario son responsabilidad de Sergio Massa, dentro del equipo técnico posiblemente lo mejor. La iluminación, de Manuel Garrido y Nicolás Trovato, aunque económica también merece aprobación.
Obviamente no alcanza la prolijidad de esos tres rubros para defender la opaca labor del Director Daniel Suárez Marzal. Queda la impresión que asume su cargo sin ejercerlo, como si el libro hubiese sido vomitado sobre el escenario y toda la guía fuera apenas una desentendida inercia que no naufraga en un mar de obstáculos por el braceo a puro corazón de los intérpretes.
Lo único valioso que rescata la mesa del café posterior al show son los intérpretes, más allá de alguna sobreactuación –cuya corrección correspondería al Director- todos demuestran condiciones y se esfuerzan manteniéndose por encima de la mediocridad de la puesta. Es entre ellos donde hay que poner los elogios, empezando por Alejandro Paker, quien carga en hombros con la mayor parte del peso en la larga extensión de la obra. Si Paker (o Germán Barceló) no logra mayor conexión con el espectador es porque desde el libro se ha elegido que represente una remera que canta y el Director le pasó la plancha.
La tarea de Marilí Machado es de una abnegación impresionante. Si contra alguien conspira el diseño de sonido es precisamente contra esta gran intérprete del Tango, quien sin mostrar desánimo levanta igual, contra viento y marea, el papel de Celia hasta constituirse en uno de los soportes de la obra. En mi opinión el Director no le ha dado el cuidado que merece, y eso es imperdonable.
Impecable resulta la participación de Brian Cazeneuve como el niño Ernesto Guevara. Una de las pocas veces en que el sonido dejó a la voz en el lugar limpio y principal. No sería extraño que logre algún premio revelación, ya que con su afinación y entusiasmo logró cruzar el opresivo y constante cerco del Director a los artistas.
La otra sorpresa agradable es Lucila Juárez, quien interpretando el papel de Aleida March impone presencia sobre el escenario sumando a sus condiciones vocales un histrionismo de interesante tensión dramática. También representa el rol de Musa de la Juventud, pero en esa parte debió batallar contra el pésimo sonido.
Además del ya citado Oscar Mangione (Paisano) muestran solvencia en sus roles Marisol Otero (Musa de la Niñez y Musa de la Revolución), Sabrina Tassara (Musa de la Inmortalidad) y Ezequiel Salman (Alberto Granado).
La que sería la frutilla del postre, si esta obra amarga pudiera catalogarse de postre, es sin lugar a dudas Roxana Carabajal en el papel de Julia Cortés, una voz exquisita que imprime algo de emoción a un final del todo previsible.
Con todo, Che, el musical argentino podría salvarse mediante un pequeño pero vital giro dramático en el final. Cuando el más simpático y deseado de los personajes, es decir Gary Prado, pregunta al derrotado invasor si tiene alguna última voluntad antes de ser fusilado, sería brillante que el Che respondiera enardecido:
- ¡Sí! Sí tengo una petición, le ruego que antes de ejecutarme a mí, me hagan el bendito favor de ajusticiar al horrible Director de esta obra, entonces, entonces como el valiente Cabral… yo también moriré contento.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
FICHA TÉCNICA
“CHE, EL MUSICAL ARGENTINO”
Música y Libro: Oscar Laiguera y Oscar Mangione
Dirección y Puesta en escena: Daniel Suárez Marzal
Coreografía: Omar Saravia
Escenografía y Vestuario: Sergio Massa
Iluminación: Manuel Garrido y Nicolás Trovato
Dirección Musical: Oscar Laiguera
Protagonistas
Alejandro Paker, Germán Barceló, Marisol Otero, Marilí Machado y la participación de Roxana Carabajal.
Ensamble
Brian Cazeneuve, Diana Cano, Sabrina Tassara, Alejandro Zanga, Christian Alladio, Ezequiel Salman, Facundo Abraham, Florencia Benítez, Georgina Tassara, Hernán Botto, Jorge de Brun, Judith Cabral, Lucila Juárez, Marcelo Penco, Marco Di Mónaco, María del Pilar Cisternas, María Eugenia Prado Conti, María Inés Portela, Mariela Gianico, Martín Juan Selle, Nicolás Carrión, Nicolás Chaied, Pablo Toyos, Patricia Gogna, Sandra Peralta, Tamara Koren, Walter Aón.
Bailarines
Diego Franco, Marcelo Torus, Ángel Gómez, Paula Budnik, Mariela Morassut, Nicolás Godoy, María Florencia Repetto, Andrea Grassi.
Más información en www.che-elmusicalargentino.com