A Tigre Mc Laren el aislamiento social preventivo y obligatorio impuesto a consecuencia del coronavirus lo sorprendió aislado por voluntad propia. Y mucho de despiste.
Es un tipo solitario de costumbres frugales. Casi un asceta antisocial y sin proponérselo. Su soledad se agudiza pasándole desapercibida cuando algún encargo de trabajo requiere toda su atención. Y así estaba en su atelier, a puertas cerradas, dedicando hasta el último segundo de cada hora para que su obra sea perfecta. Incluso dormido, en las pocas horas de sueño al derrumbarse doblegado por la fatiga, su mente seguía trabajando. Conoce, claro, que la perfección es la ilusión de un ideal inalcanzable, pero es esa quimera la que empuja al artista y lo encapsula del mundo. La inspiración le había caído encima justo cuando estaba trabajando, el mejor momento para un torbellino creativo.
En ello no faltó ocasión en que prendiera la radio o la televisión para acompañar alguna comida, un puñado de arroz las más de las veces, así escuchó algo sobre una pandemia. Escuchó algo, pero no oyó nada, ni le dio ninguna importancia. No podía. Una extrema y particular sensibilidad por algo puede volvernos insensibles a muchas otras cosas. En ese frenesí laboral el único pesar que trae a Tigre la idea de la muerte, si fuera el caso que se detuviera en ella, sería dejar esa obra inconclusa.
Cuando recibió el encargo le resultó muy trabajoso bosquejar el proyecto para satisfacer al cliente, percibía que no lograba visualizar la imaginación del otro y lo que se esperaba de él. Era un reto agobiante buscarle la vuelta descartando un garabato tras otro. Podía, desde luego, sencillamente hacer un producto y darse por cumplido, pero la veleidad de su conciencia no se lo permitía. ¿Qué gracia tiene hacer algo frente a lo que cualquier otro pudiera pasar indiferente? Aunque estuviera bien no lo estaría. Debía ser mejor que suficiente, debía proclamar excelencia.
La empresa no quiere un simple adorno para que luzca bonito el hall de su edificio. Busca dejar en claro, a todo el que pise esas baldosas, ni más ni menos que la fuerza motivadora de la visión por la que existe. Una escultura que impacte por su significado. Y fue reparar en un detalle de la vida del fundador lo que abrió la creatividad de Tigre Mc Laren. Más aún, el entendimiento de esa personalidad lo catapultó al pico de su propia capacidad. Desde ese simple detalle.
El hombre sabía decidir respetando la suerte. Cuando las cosas se dan bien, se requiere grandeza y la modestia de una cabeza a la que no se suben humos para respetar el azar sin acobardarse.
Al instante en que captó el detalle, la creatividad de Tigre Mc Laren se disparó por el recuerdo de otra historia, una que solía repetir el viejo Falverd para enseñar que todos, en última instancia, dependemos de la suerte.
Decía Falverd que el mejor analista de Inteligencia en la historia de la SIDE estaba ya pensando en su retiro cuando tuvo la misión más trascendente de su vida: alguien con muchísimo poder iba a tomar en siete días y a miles de kilómetros del país una decisión que, por afectar intereses nacionales, era preciso conocer con no menos de seis horas de anticipación.
Era una decisión simple entre dos opciones, tal o cual, pero con tantas derivaciones políticas y económicas que los riesgos y beneficios de una u otra cruzaban las variables de tal modo que, al fin de cuentas, los intereses afectados quedaban empatados y dependían de una elección puramente personal. Ergo, había que ser ese fulano importante a miles de kilómetros de distancia para tener alguna chance de saber por cual se inclinaría.
Al analista lo apodaban "Saporiti", porque además de ser muy parecido al personaje del Inspector Saporiti, aquel detective privado de comedia (uno de los hitos imborrables del cine argentino) que interpretaba Ramón Garay, tenía el muy bien ganado prestigio de ser tan infalible como el mejor analista de Inteligencia puede serlo.
Ni bien recibió la orden, Saporiti formó un grupo de tareas y con la pulcritud profesional de siempre se fue reuniendo información para el consiguiente análisis. Las comunicaciones no tenían entonces la inmediatez del hoy, pero aún con tanta distancia por medio logró discernir el rol de los distintos lobbys y sus reales posibilidades de afectar la decisión. Al correr de los días comenzó a ser evidente que la encrucijada se iba a resolver por el "factor biográfico", por lo que mientras el equipo trabajaba en los otros factores Saporiti y el más joven de los analistas se abocaron descifrar el enigma del hombre con el poder de decisión. Saporiti, que era extremadamente formal, veía el aro en la oreja de ese joven -cosa inadmisible en sus inicios- como un síntoma de que su tiempo se iba, y en alguna medida sentía que el recambio era tan inevitable como necesario conservar el espíritu de La Casa. Si a alguien debía trasmitir su experiencia y conocimientos, era a él.
Ni bien recibió la orden, Saporiti formó un grupo de tareas y con la pulcritud profesional de siempre se fue reuniendo información para el consiguiente análisis. Las comunicaciones no tenían entonces la inmediatez del hoy, pero aún con tanta distancia por medio logró discernir el rol de los distintos lobbys y sus reales posibilidades de afectar la decisión. Al correr de los días comenzó a ser evidente que la encrucijada se iba a resolver por el "factor biográfico", por lo que mientras el equipo trabajaba en los otros factores Saporiti y el más joven de los analistas se abocaron descifrar el enigma del hombre con el poder de decisión. Saporiti, que era extremadamente formal, veía el aro en la oreja de ese joven -cosa inadmisible en sus inicios- como un síntoma de que su tiempo se iba, y en alguna medida sentía que el recambio era tan inevitable como necesario conservar el espíritu de La Casa. Si a alguien debía trasmitir su experiencia y conocimientos, era a él.
A medida que el plazo se acortaba la cadena de mandos acentuaba la presión. Nombramientos diplomáticos y estrategias de negociación debían definirse antes, aunque fuera un minuto antes. Porque la ventaja que podía sacar el país de la situación dependía de no mostrarse reaccionando con resignación o desesperación sobre hechos consumados.
¿Qué era importante para ese hombre? ¿Cómo tomaba sus decisiones? ¿Qué consideraba sacrificable y qué no? ¿Quién lo influía? ¿Cuáles cosas lo emocionaban? ¿Era más cerebral que sentimental? ¿En qué creía? ¿Qué aborrecía? Esas y mil preguntas se venía haciendo Saporiti, respondiendo algunas y especulando la respuesta de otras. Pero nada, absolutamente nada, rompía la irritante paridad de la opción.
Entre todas las órdenes de requerimientos que impartió Saporiti hubo una que sorprendió al joven analista: recolectar fotos del objetivo de diarios, revistas y libros. Algunas llegaron por fax, borrosas, enviadas por agentes en el exterior. De todas ellas, una llamó tanto la atención de Saporiti que se comunicó con el agente en el extranjero para pedirle precisiones.
- ¿La foto que usted tiene ahí es nítida?
- Sí Señor.
- ¿Qué es exactamente lo que el causante tiene en su mano?
- Una moneda.
- ¿Puede decirme qué clase de moneda?
- Parece un mexicano de oro.
Al colgar el teléfono, llevó la vista al joven y sentenció.
- Estamos jodidos. Muy. Voy a casa para darme una ducha y vuelvo.
Cuando faltaban horas para la culminación del plazo la inquietud en la línea jerárquica de la SIDE era una presión enorme sobre los hombros del analista. Todos en su equipo estaban de acuerdo que era imposible predecir con certeza cuál sería la decisión, porque para el caso 50% era la mitad nada.
Y en medio de semejante clima de fracaso, Saporiti en lugar de sentarse a redactar el parte final se ajustó la corbata, se puso el saco y llevando bajo el brazo la carpeta con los últimos informes recibidos dejó la oficina.
- Estoy en Los Leones, -dijo- que nadie me moleste hasta que sea la hora.
Al rato el teléfono comenzó a sonar, una y otra vez. En el equipo se turnaban para atender y ganar tiempo con excusas. Hasta que dejó de sonar. El silencio significaba que el Señor 5 ya sabía dónde estaba Saporiti. Sentado en el café Los Leones, en la esquina de Alem y Mitre, teniendo abierta sobre su mesa una carpeta con material calificado de estrictamente secreto y confidencial, un vaso de whisky a medio tomar y la mirada distante, como queriendo ver a miles de kilómetros de Buenos Aires. Se sabe, hay días para romper las reglas.
Le tocó al joven ir a buscarlo sobre el final del plazo. Y fue así que ese novato hombre SIDE vio el preciso momento en que el otro cruzó la línea de la leyenda. Ingresando al café sus miradas se conectaron. Saporiti hizo todo lo que siguió con una gracia exquisita. Vaciar de un trago el vaso y devolverlo a la mesa. Llevar esa misma mano, la diestra, al bolsillo del pañuelo en el saco retirando entre el índice y el mayor un mexicano de oro, apretarlo en el puño, pasarlo entre los dedos y en el armónico movimiento del brazo lanzarlo con el pulgar dando vueltas hacia arriba. La moneda dorada resplandecía en cada vuelta. Comenzó a bajar cuando cerró el puño y la recibió sobre el dorso abarajándola con la otra mano. Volvió a ver a los ojos del joven, que ya estaba frente a él.
Al viejo Falverd le gustaba creer que en ese mismo momento, en la más absoluta soledad de una oficina que ningún lobbysta logró infiltrar, otro caballero descubría sobre el dorso de su mano la misma Victoria Alada que le dio el acierto al último parte del mejor analista de Inteligencia en la historia de la SIDE.
Ahora, mientras recuerda el gusto del viejo Falverd por aquella historia, Tigre Mc Laren, que supo apreciar el amor por la numismática del fundador de la empresa, está a punto de terminar su obra emplazando en medio la réplica de la moneda más importante que supo aquel atesorar. Pero lo que aún no decide es ¿de qué lado? ¿Cara o ceca? ¿Cómo saber cuál concreta la perfección?
La puntada final que cerrará su obra quedó fuera del torbellino creativo que le dictó todo lo demás. Y al bajarse de ahí empieza a cobrar realidad del alrededor. Apenas un asomo a lo que está pasando lo lleva a preguntarse cuántas monedas estarán dando vueltas por el aire en este preciso momento. Sorprendido cambia de un canal a otro viendo que el mundo sigue girando, igual que si fuera otra de esas tantas monedas que por no conocer su destino no quieren detenerse. Se acerca a la ventana y no ve a nadie en la calle. Nadie. Mira el reloj y se dice que a esa hora siempre pasa gente. Y ni siquiera un pájaro atina a pasar ahora. Empieza a preocuparse por sus afectos y amigos, que lo son aunque no les dedique el tiempo que merecen. Así siente que debe buscar comunicarse con los demás, ver si puede ayudar en algo, ser útil. Pero antes de encontrar el teléfono ve la escultura incompleta y esa imagen de lo inconcluso lo aterra como no podría hacerlo nada de lo que pasa en el mundo.
Así que se para nuevamente frente a su creación, asimila lo que sucede fuera y logra discernir que ni cara ni ceca la pueden hacer perfecta. Iluminado, pone manos a la obra y emplaza la moneda de tal modo que pueda girar cada vez que alguien la toque. Porque todos, en última instancia, por mucho que hagamos las cosas del modo que deben hacerse, dependemos de una pizca de suerte.
Luego Tigre Mc Laren descansa. Su obra está completa. La ilusión de la perfección durará tanto como demore en encontrarle el más simple "pero" que pase por defecto. Y otra vez descubre que el mundo sigue dando vueltas, mareado como siempre.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López