Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, condenada por defraudación al Estado a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, se asoma y sale al balcón del departamento que sería propiedad de su hija Florencia Kirchner, comprado -según varias publicaciones- en 2015 con dinero de dudosa procedencia al ex secretario de Cultura Jorge Coscia. Una propiedad que bien podría terminar embargada dados los $84 mil millones que debería devolver junto a otros delincuentes de su banda.
Adicta al poder, la corrupta ex Presidente experimenta éxtasis por la devoción de los militantes kirchneristas cuando debajo, a sus pies, cortando la calle para molestia de vecinos y transeúntes, esperan y celebran ruidosamente cada aparición de ella, devenida una suerte de urraca de reloj cucú que, saludando con una manito movediza y la otra sobre el corazón, hace monerías tirando algunos pasos de baile al estilo y con la misma gracia que lució Elaine Benes en uno de los capítulos más risueños de la serie Seinfeld.
Quizás, tal vez, aunque es poco probable, pueda suponer hoy que saliendo al balcón de la calle San José vaya a despertar un clamor de masas que la lleve nuevamente al balcón de la Rosada. Sin embargo, la lectura de la realidad política hace mucho más posible que en cada salida al balcón y más allá de lo que pueda fantasear, la condenada escuche los cánticos de sus acólitos como una brisa tenue que trae más de recuerdo que de porvenir.
De hecho unos cuantos policías de la Ciudad despejaron sin mayor esfuerzo la calle bajo ese balcón de adiós en la madrugada de hoy, domingo Día del Padre. Volverán, claro, y hasta podrán ser muchos, como ocurre con esas bandas de rock geriátricas que amontonan multitudes en recitales durante su gira de despedida. Pero en la todavía transitoria calma vecinal, pudiendo ver Cristina Fernández desde su ventana que el asfalto vuelve a los autos y las veredas a los pasos indiferentes del común de la gente, el silencio del olvido le irá dando certera idea de las sombras que la empiezan a envolver. Acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", intuía hace tiempo y sabe ya que cuando llegue su hora de pasar a la historia no irá al honroso panteón de los próceres, sino al sórdido pabellón de los villanos como una corrupta más.
Es y será su nombre sinónimo de mentira, robo, ambición, estafa, abuso, miseria, resentimiento, y tantas otra palabras no menos despreciables. Y como una de esas graciosas burlas de la historia sentirá ser víctima de sus propios sicarios, porque la condenan los mismos jueces corruptos que el kirchnerismo alentó al prevaricato sistematizado contra los vencedores del terrorismo castrista.
Por todo eso, Cristina se asoma al balcón con la esperanza que vuelvan sus adoradores, para salir a saludar y bailar otra vez oyendo las cánticos que la celebran.
No le importa seguramente que su interpretación de la urraca cucú sea patética para cualquier persona normal, ella la necesita. Necesita una adulación más. Necesita ostentar poder aunque se trate de un poder que se escurre entre sus dedos. Lo necesita porque encarnó en el poder la cultura del grotesco, del lujo mal habido y vulgar, cuya exhibición no difiere de la de esos delincuentes que hacen alarde de sus logros delictivos en las redes sociales posando con armas y botines robados.
Al fin de cuentas esa miserabilidad moral es la cultura kirchnerista. Y de monumento a ella sirve la faraónica tumba de Néstor Kirchner, construcción que demuestra como los que gobernaron mintiendo igualdad hacen notar hasta después de muertos las diferencias de su privilegio. Si algo debe quedar claro es que las farsas revolucionarias de los dictadores y falsificadores de democracias, que declaman la épica igualitaria como supuestos vengadores de los desvalidos, no hacen otra cosa que fabricar desvalidos morales; porque la única igualdad que de verdad promueven es aquella tan decadente del tango Cambalache.
Algún día, todavía lejano, el tango Cambalache entrará en el pasado de la Argentina. Entonces y sólo entonces, la Justicia será Justicia, la decencia credo moral y ningún delincuente condenado bailará en balcón alguno.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.