La pareja llegó a la misma playa donde muchos veranos atrás disfrutaron unas muy buenas vacaciones familiares, cuando sus hijos eran chicos.
El frío no hizo mella en los recuerdos y subieron a una de esas tarimas que en temporada sirven de mirador a los guardavidas. Se sentaron a ver el mar que vigorosamente alzaba y arrojaba sus olas contra la orilla.
Compartieron un té caliente, tomaron algunas selfies, se besaron, pasaron un buen rato.
Y como todo tiene un final llegó la hora de bajar del mirador. Ella lo hizo del mismo modo que subieron, sirviéndose de las maderas a los costados. Él iba a hacer lo mismo, pero parado en la tarima, elevada a unos dos metros del piso vio la arena y sintió que le daría gusto bajar de un salto.
Inmediatamente, claro, pensó que ya no tenía edad para esos juegos. Instante preciso en que una voz interior le dijo, textualmente: "Además de viejo te estás poniendo cagón".
Esa voz interior, hiriente, provocativa, desafiante, no terminó de hablar que ya sus pies estaban en el aire y ganando más altura. Cuando la gravedad hizo lo suyo e inició el descenso, con esa voz acallada salió del momento irreflexivo, Otra vez pensó. Lo único que podía pensar, obvio: que aquello no tenía sentido.
Pero no quedaba margen para lamentarse. Acomodó el cuerpo como antaño; muy antaño. Lo hizo bien y cayó parado, digno, entero. La tonta satifacción anuló la fugaz sensación de dolor en un tobillo.
Sintiéndose bien quiso creer que había salido ileso.
Pero en la arena blanda las pisadas se hunden y hacen que los tobillos trabajen para compensar lo irregular del suelo. Aquel dolor ignorado se hizo notar.
Si por unos días me ven rengueando, sepan que solamente estoy envejeciendo. Viejo tonto, sí, pero no cagón.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López.