El horror, aquello que el diccionario define como un sentimiento intenso causado por algo terrible y espantoso, necesita de otro algo intangible para ser tal: un cierto sentido de la decencia, alguna inocencia, algo puro en el corazón de quien se horroriza.
Imagino un altar azteca, maya o inca, un ritual de sangre para ofrendar a la divinidad vidas humanas y pienso en el horror. Pero acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", para los aztecas, mayas e incas no existiera tal horror. Quizás el sacrificio humano les brindaba otra sensación, el éxtasis de la comunión con los dioses que, en su visión del cosmos, eran tan reales como pueden serlo las cuestiones de fe. Los primitivos que no conocían la rueda se horrorizarían por otras cosas y no por el corazón palpitante sobre la piedra ensangrentada de los sacrificios. El horror, supongo, sería para ellos la ausencia de esa sangre provocando la ira de la divinidad.
Desde entonces la rueda ha girado incontables veces sobre su eje, los dioses se han devaluado ante nuestros ojos y también el horror. Conocemos cosas que los primitivos ignoraban, como que en los labios de Marlon Brando el horror se hacía carne en la agonía del Coronel Kurtz y daba sentido al título de la película: Apocalypse Now. Y otra vez digo acaso, acaso el apocalipsis no sea tanto el horror como su ausencia, cosa que Hans Magnus Enzensberger, allá por los '90, percibió y describió al analizar la sin razón de la violencia anárquica en su "Perspectivas de guerra civil".
No eran aztecas, ni mayas, tampoco incas, los argentinos que en una tribuna de Córdoba ofrendaron una vida a la brutalidad del horror ausente. Tan ausente como la decencia y alguna inocencia en esos corazones. Simplemente un hombre corría escalones abajo, entre golpes e insultos propinados porque sí, porque era un blanco para golpear, hasta que empujado por manos violentas en un mar de no te metas cayó al vacío y se desvaneció para siempre sin que el fútbol se detenga, sin que nadie se quite los botines porque al moribundo, además, le robaron las zapatillas.
Pero, ¿y el horror?, ¿dónde está el horror? No aparece en los medios de comunicación, que al igualar lo grave, lo simple y lo burdo anestesian cualquier conciencia cuando los presentadores de noticias, después de la pose indignada, pasan de noticia para reírse con alguna insignificancia. Hemos sido masificados a tal punto que no lo vemos. No somos capaces de ver el horror, ni de sentirlo como tal. Lo tenemos naturalizado, lo llevamos a cuestas como cualquier otra banalidad. Me pregunto si habrá muerto en el último aliento de Kurtz. No. El horror sigue estando ahí, o al menos es esperanzador suponerlo, porque sin horror no hay humanidad. Los insectos no se horrorizan, sólo las personas y mientras lo sigan siendo.
El fútbol no es simplemente "el fútbol", es un emergente de la sociedad en que vivimos. Extirpar de cuajo el mal llamado "folclore del fútbol", una fábrica de criminales idiotas, forma parte de la batalla cultural que hay que librar a brazo partido hasta restaurar los valores de la civilización frente a la barbarie. Y eso no hay funcionario, ni fuerza policial que pueda lograrlo, eso es un cambio que requiere conciencia cívica.
Y ustedes, estimados amigos/lectores, pueden pensar que exagero, pero en la marcha en que supuestamente se repudiaba la violencia sin sentido cobrándose la vida de Emanuel Balbo la preocupación de algunos era que su equipo no pierda puntos.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López