Fue un político lúcido, Miguel Cané (1851 - 1905), quien pensó la Ley de Residencia desde el sentido común para expulsar del país a los inmigrantes indeseables, es decir a los que en lugar de adaptarse a nuestro estilo de vida pretenden imponernos sus ideas a través del caos.
Cané supo prevenir al país de la agresión deliberada y planificada del socialismo, término que ya no tenía la impronta ingenua de Echeverría sino la indolente ambición tiránica del marxismo para imponer esa dictadura del proletariado a la que se llega previo paso por la anarquía.
Y para que nadie se confunda, el mismo Cané, explicó el sentido profundamente liberal de su ley: "Las huelgas, las reivindicaciones sociales legítimas, no se resuelven apelando a la ley de residencia, que es una ley concebida y sancionada contra el crimen y no contra el derecho".
Argentina tiene tradición de asimilar inmigrantes y así debe seguir siendo. Proteger nuestra Constitución, su estilo de vida y el mismo futuro que vienen a compartir los inmigrantes honestos, exige expulsar sin contemplaciones a todo elemento criminal, anarquista, subversivo.
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