Yo era joven cuando Raúl Porchetto cantaba "Che pibe, vení votá". Ya no lo soy. Aquella, mi hermosa e ilusionada juventud, la de toda mi generación, se volvió recuerdos chocando contra las mismas excusas del principio:
"Esencia y moral es bueno
pero de golpe no podemos
el país así cambiar
confórmate con algún puesto
sos joven para entender esto
ché pibe, vení, votá"
Y sin embargo, porque hay ilusiones que no caducan, sigo sin entenderlo.
LAS “P.A.S.O.”, SÍNDROME DE DEMOCRACIA FALLIDA
Por Ariel Corbat
Los argentinos tomamos la
costumbre de obligarnos al absurdo. Hemos llegado al punto en el que evadimos
la realidad por principio, como si el llamado de Ortega y Gasset para
dedicarnos a las cosas fuera una afrenta a nuestra identidad nacional. Desde
que el filósofo español advirtió nuestro desvarío hasta el presente hemos hecho
de la imbecilidad nuestro rasgo distintivo. Pinceladas del presente nos pintan
como un país de imbéciles que, sin darse cuenta, se parodia a sí mismo como no
podría hacerlo Matt Groening a través de Los Simpsons.
El proceso de desmemoria
colectiva y control social que implementó el kirchnerismo se basó en afirmar la
mentira de los 30.000 desaparecidos y negar la guerra para borrar todo contexto
al juzgamiento de los hechos. Tan profunda fue la mentira implementada como
método, que no se circunscribió a los ’70 y el Museo Malvinas llegó a publicitar,
justificando un “carnaval afro”, que la Batalla de Ayohúma tuvo lugar durante
las Invasiones Inglesas*.
Frente a ello, el principal
cambio que debía encarnar CAMBIEMOS era hablarnos con la verdad. Sin embargo en
la Provincia de Buenos Aires se sancionó y promulgó una ley que pretende
obligar a repetir que los desaparecidos fueron 30.000 y un genocidio. Viciada
de falsedad ideológica, esa ley inconstitucional, de tinte totalitario y
manipulación orwelliana, no hirió la conciencia republicana de los bonaerenses
ni escandalizó al país. Obviamente que no, porque en la Argentina no hay
conciencia republicana, apenas algunos pocos republicanos que alzamos la voz.
Tanto es así, que todo el
sistema electoral prescinde de la ética republicana, por lo que la representatividad
política es ficticia. El circo electoral se ha puesto en marcha y no difiere en
nada de anteriores funciones bajo la hegemonía kirchnerista. Vamos a las PASO,
obligados por ley, para fingir entre todos un vínculo inexistente entre
supuestos representantes y representados. Dilapidando en ello muchísimo dinero
y tiempo. El colmo del absurdo electoral es que, literalmente, el arreo a las
urnas no ha de dirimir nada.
Es que las PASO no son un logro de la democracia, sino la parodia de
una ilusión devenida en frustración. Esta puesta en escena democrática sólo
sirve a las camarillas políticas con sellos de goma que desaniman la
participación ciudadana. Pero esa voluntad de casta, de club cerrado que hace a
la perpetuación de una misma dirigencia, no sólo en personajes sino en métodos
y cultura, no libra de culpa al ciudadano que ante los obstáculos se retrae de
la política: un pueblo de conciencia débil y voluntad conformista, resignado,
se merece la representación de una dirigencia execrable que privilegia su
propia conveniencia.
Para
que en la representatividad política haya ética republicana, es preciso que haya
ciudadanía, compromiso político, que aquellos que salimos a la calle por la
República contra el kirchnerismo entremos en los partidos para democratizarlos.
Las únicas y verdaderas internas son las que protagonizan los afiliados de cada
partido. En este sentido el 2017 está perdido, pero de cara al 2019 debemos
imponer ya en la agenda política que los partidos tengan vida institucional y
desaparezcan los meros sellos de goma.
Si
no logramos eso, la forma representativa seguirá viciada; lo que implica una
democracia de muy baja intensidad, fallida, siempre proclive a desvirtuar hacia
el totalitarismo. Y lejos, cada vez más lejos, de hacer que los argentinos nos
dediquemos a las cosas.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López