CARTA ABIERTA A NORMA MORANDINI:
Senadora Nacional Norma
Morandini:
Luego de leer la nota publicada por el diario
Clarín del 28 de Julio de 2012, que lleva por título “El sacrificio de Néstor y
Cristina, mis hermanos desaparecidos”, me quedé meditando y la volví a leer con
la amargura con que se leen este tipo de testimonios. Entonces escribo.
El dolor por las ausencias no distingue ideologías,
y si uno no se conmoviera por ello, incluso por las lágrimas familiares
vertidas alrededor de cada enemigo abatido, correría el riesgo de ser un mero
autómata o una simple bestia.
Razona
Ud. con sentido republicano a partir de la historia de sus hermanos y la suya
propia -y en ese razonar está clara su diferencia con el kirchnerismo, tan
reactivo al pensamiento como obsesionado por las sumisiones-; su evaluación de
los años 60’ y 70’ es algo a lo que, en principio, no puedo más que suscribir.
Así, aplaudo
cuando dice: “No creo en la derrotada idea de que un fin noble justifica
medios antidemocráticos. Menos aún la concepción setentista que antepone el
poder a la libertad. Hay dos formas de honrar a los que no están. O se imita y
repite de manera irresponsable la política de enfrentamiento que antecedió la
tragedia, sin autocrítica a ese tiempo en el que un muerto se vengaba con otro
cadáver en una espiral de violencia de la que ya no pudimos salir hasta llegar
a ese paroxismo de la represión mayor, la del Estado. O buscamos aprender de
esa tragedia y construimos lo que nunca tuvimos, normalidad democrática”.
Sin embargo, y siento
que esto es algo que es necesario subrayar, en ningún lugar del artículo
utiliza la palabra “guerra” para referir el contexto en que sus hermanos
eligieron enrolarse en la organización terrorista Montoneros. Es curiosa esa
negación del progresismo a llamar a las cosas por su nombre. En el contexto de
la Guerra Fría la República Argentina tuvo la suya, una guerra compleja, de
varios frentes, perversa y sangrienta, sucia, pero guerra al fin. Y lo peor del
caso, necesaria por lo inevitable. El país encajaba perfecto en un mundo que
estaba hecho para guerras así.
A Ud. y a mí nos agradaría que el país tuviera otra
historia, más civilizada, democrática, digna, ¿quién no?, pero la barbarie
viene de lejos y todavía ronda por acá, por eso no niego nada de lo que pasó. No
sea cuestión de volver a tropezar con esa misma piedra escondida bajo alguna
alfombra. Sin hipocresías, y por si alguien tiene duda: a pesar de todo, me
alegro que hayan ganado los que ganaron. Suena mal decirlo, pero es así. Eso no
significa que comparta los métodos usados, o que sienta simpatía por los tipos
que condujeron a las fuerzas estatales. Ocurre que pese a lo mucho que pueda
criticar, sé quienes eran los míos y quienes el enemigo. No tengo ninguna
simpatía por la dictadura de Fidel Castro y lo último que quisiera para mi país
es el largo oprobio comunista que padece el pueblo cubano. Además, si los jefes
militares eran criminales -que lo fueron-, los del ERP y Montoneros no lo eran menos; diría
que eran peores.
Hay que preguntarse lo que hubieran hecho los guerrilleros
en el poder. Por el lado del ERP me basta revisar el archivo de lo que fue el
calvario de Larrabure y hacer la proyección. Já. ¡Otra que la ESMA! Y los jefes
montos, seres tan despreciables como para planificar que una adolescente se
cambie de colegio y haciéndose la amiga de otra le ponga una bomba bajo la cama
de los padres. Linda gente que hubiera hecho “lindas cosas” en caso de
apoderarse por las armas de los recursos del Estado. La derrota no los exime de
ser lo que fueron.
Por eso, aunque la comprendo desde lo humano, me choca que
diga que a sus hermanos “el sacrificio y la muerte los exculpó”. No. No puedo
aceptarlo. ¿En nombre de qué se sacrificaron? En nombre de ideas totalitarias. Puede
su madre suponer que querían “una sociedad más justa”, pero tal cosa difícilmente
sea verdad. No hay justicia en el terror, y Montoneros apostaba al terror. Exculpar
a los terroristas sería injusto para con los inocentes. No se los puede
igualar, ni siquiera por los padecimientos de una muerte que se presume
horrible.
Juan Eduardo Barrios tenía tres años, era hijo de un
obrero metalúrgico y fue asesinado por disparos de una montonera a finales de
1977; él era inocente, como tantos que antes o después cayeron por la violencia
de unos y de otros, sin estar enrolados en ningún bando, por el simple riesgo
de vivir aquí. Así que los montoneros que obedecían a Firmenich, encandilados por
apologistas como Juan Gelman o Rodolfo Walsh, son tan responsables de la
barbarie como cualquier combatiente de esa triste guerra.
Estimada Norma, la verdad y la memoria -bastardeadas
por el kirchnerismo- exigen que, aunque duela, cada cual cargue con sus culpas
de cara a la historia. Sin excepciones, y como advertencia a las nuevas generaciones sobre la
degradación moral a la que conduce la violencia.
Sin otro particular, la saludo cordialmente.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López