Para que quede claro
desde el vamos: Yo soy idiota. Tras pretender negarlo durante mucho tiempo, lo
acepté a fuerza de tropezar una y otra vez contra mis limitaciones. No es fácil
clarificarse al respecto, es un proceso que transcurre acumulando experiencias.
La clave del asunto está en esas situaciones que uno afronta desde el optimismo
diciendo: “no puedo ser tan idiota”, y saliendo de ellas con la certeza de
serlo. Tiempo atrás, ante cada episodio confirmando
mi idiotez, sentía cierta desazón angustiante que a fuerza de reiteración ha
dejado de parecerme tan terrible.
Mi propia idiotez me
supera a diario en las cosas más triviales, y no puedo escapar de ella; por
mucho cuidado o empeño que ponga en contenerla siempre me desborda. ¿Cuántas
veces se me va a hervir la leche volcándose sobre la hornalla? A lo sumo, y
esfuerzo descomunal mediante, puedo pasar alguna temporada que nunca es muy larga
manteniéndola contenida. Pero no es vida vivir reprimiendo el florecimiento de la
propia idiotitud.
No todo el mundo
sobrelleva bien su idiotez, por eso hay muchas clases de idiotas. Están los que
entristecen por serlo, los que intentan rebelarse contra su condición, los que
la niegan, los que la minimizan, los felices de serlo, los que ignoran ser
idiotas y los dispuestos a superarse, en fin, un sinfín de idiotas imposible de
catalogar sin que sea otra idiotez.
Si bien
conceptualmente la contrapartida de la idiotez es la lucidez, no hay correlación
de fuerzas. La supremacía de lo idiota es tan evidente que hasta un idiota como
yo puede notar que si bien hay extremos de absoluta idiotez, encarnados por esas
personas que son idiotas totales, no hay como contrapartida extremos de falta
total de idiotez. El extremo de la
lucidez, la genialidad, no está exenta de algún grado de idiotez. Albert
Einsten, igual que cualquier otro genio, decía o hacía alguna que otra cosa
idiota a lo largo de su vida, sin embargo millones de idiotas no han hecho nada
genial en ningún momento.
Desde luego algunos
casos se prestan a la confusión, yo mismo creía ser un genio no reconocido y
tener mayor lucidez que el resto; pero ¿qué idiota no se cree genial en algún
momento? En cualquier caso el tiempo al poner las cosas en perspectiva obra
implacable despejando dudas. La humanidad es esencialmente idiota y todo rasgo
distinto es meramente accidental, acaso una deformación que con el tiempo irá
desapareciendo.
Ante tanta evidencia,
idiota es pensar que la lucidez tiene alguna oportunidad de imponerse a la
idiotez; ni en lo individual, ni en lo social. Toda la historia de la humanidad
se reduce a esa lucha de final anunciado. Pueblos enteros han sucumbido antaño
ante la idiotez, cierto que recobrando de tanto en tanto algún rasgo lúcido; pero
llegará el día en que no habrá retorno posible y todo el planeta vivirá en la
más absoluta idiotez. La paradoja de la
lucidez indica que idiota sería no ser idiota en un mundo idiota. Pobres los
lúcidos, impedidos de entregarse al dominio de la idiotez, y por ello mismo condenados
a la soledad y el entendimiento amargo de la derrota.
La idiotez es la marea
incontenible que se alza por oleadas evolutivas. Cuando George Orwell escribió “1984”
tuvo alguna lucidez parcial, por eso no alcanzó a entender la profundidad de lo
que inspiraba su pensamiento. Orwell vislumbraba la idiotez, pero no la
asimilaba; de allí que incluyera como pasaje central de la novela el horror del
cuarto 101, porque creía que la coacción física sería necesaria para doblegar
la conciencia racional del hombre. Se equivocó radicalmente. El poder de lo
idiota es más que absoluto o totalitario, más aún que maxitotalitario, no hay
lucidez suficiente para abarcar el concepto de lo idiota por lo idiota. De
vivir en nuestros días, Orwell leería que Nicolás Maduro, Presidente de
Venezuela, acaba de crear un “Viceministerio para la Suprema Felicidad Social”,
y comprendería que no hay nada más idiota que una revolución liderada por
idiotas, sobre un pueblo idiota y con finalidades declaradamente idiotas. Imposible
detenerla.
Tan pero tan idiota,
que no entiende el chavismo ni Maduro, un muchacho que pese al pajarito todavía
se muestra algo lúcido, sin duda falto de toda la idiotez que la hora exige, que
para que el pueblo venezolano o cualquier otro sea realmente feliz, no alcanza
con erigir un Viceministerio, que es una repartición de segunda, sino que debe
ser lisa y llanamente un Ministerio, o mejor aún, para estar más seguros del
éxito, un Súper Ministerio. La idiotez
está en marcha como un alud imposible de detener.
Entonces digo, yo soy
idiota. ¿Y usted?
Ariel Corbat, La Pluma
de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López