En las vísperas del 24 de Marzo de 1976, pocos tuvieron la inteligencia y la valentía de advertir (en el doble sentido de la palabra) las consecuencias funestas que el golpe de Estado acarrearía y nadie lo trasmitió con tanta claridad como el Ingeniero Álvaro Alsogaray, cuyas palabras registró el diario Clarín del 21 de Marzo de 1976:
"Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. Las fuerzas armadas supieron retirarse en mayo de 1973 de la escena política y no deberían volver a ella sino cuando esté realmente en peligro la supervivencia misma de la libertad. Constituyen la última reserva y no deben ser arriesgadas sino bajo estas circunstancias".
El tiempo demostró la certera visión de Alsogaray respecto al futuro, pues en la misma declaración predijo que el golpe, al que no consideraba necesario, iba a significar “sangre, sudor y lágrimas”, creando problemas insolubles que los golpistas no podrían resolver, y que quienes en el momento protestaban por el estado del país iban luego a vilipendiar a los militares.
Como tantas otras veces el líder liberal no fue escuchado. Y así nos fue.
La inmensa mayoría de las argentinos recibió el golpe de Estado del 24 de marzo con un suspiro de alivio, era lo esperado por todos y lo deseado por casi todos. Consecuentemente, para finales 1977 la victoria de la Nación Argentina sobre las bandas terroristas al servicio de la dictadura castrista ya estaba militarmente consolidada. La ciudadanía dormía con la tranquilidad de saber que los militares hacían lo que se esperaba que hicieran. Porque dejando a un lado los discursos de la memoria hipócrita el argentino promedio no se asustaba cuando veía pasar un Falcon Verde, al contrario, y tampoco se apenaba cuando sus muchachos pateaban las puertas de algún aguantadero, cárcel del pueblo, armería o imprenta clandestina y los subversivos eran muertos o capturados. Nadie sentía entonces que se estuvieran lesionando los derechos humanos, porque las bombas, los asesinatos, los secuestros y los copamientos de ciudades y unidades militares perpetrados por el ERP y Montoneros eran todavía un temor de sangre caliente, que no se había podido detener con la insensata amnistía del 73.
Había pues un consenso tácito: esta vez no iban a entrar por una puerta y salir por la otra. Esta vez no salían más. Y ese fue el primer "Nunca más" que consensuó la Argentina.
Acaso, hermosa palabra la palabra acaso, lo que estaba en la mente de Ernesto Sábato cuando luego de reunirse con Jorge Videla dijo: "El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente".
"Por algo será", "No te metas", "Bien hecho", "Esos no joden más", fueron parte de las frases con que la civilidad apoyó cotidianamente y sin ningún conflicto moral a los que peleaban la guerra desde el Estado Argentino. Si por las noches la sangre salpicaba las ventanas, las lavábamos por las mañanas descansados por haber dormido bien.
En ese contexto las madres de los terroristas, comenzaron a reclamar por el paradero de sus hijos. Algunas, muy pocas, obraban de buena fe. El desaparecido, como táctica de guerra, resultó ser altamente eficiente para desde la incertidumbre llevar desconcierto y aniquilar el accionar militar de las bandas terroristas. Tuvieron estas que cambiar de estrategia. No les había dado resultado ser los chicos malos de la película.
Su voluntad de vencer no estuvo a la altura de emular al Vietcong, porque del otro lado no había yankees confundidos que extrañaban el hogar, sino argentinos en armas que defendían la Patria. Aquí Vietman se ganó, en Tucumán y en cada ciudad.
Vencidos, los terroristas dirigidos desde Cuba abandonaron la épica del héroe guerrillero para asumir la condición de pobres víctimas inocentes de una dictadura sin razones. Y así fue como las mamitas de los niños perdidos comenzaron a dar la vuelta a la Pirámide de Mayo con un trapo blanco en la cabeza, al que le dieron entidad de pañal fingiendo en sus hijos inocencia de bebotes.
Aún sabiendo que los hijos de esas madres no eran personas de bien, el sentimiento humano, ese que los comunistas aspiran a extirpar de las sociedades que caen bajo su control, pero que bien saben explotar en camino al poder, hace que hasta seamos capaces de comprender el dolor de las madres de nuestros enemigos.
No obstante, en 40 años el significado de las madres de Plaza de Mayo, dejó de ser lo que de buena fe pudo representar desde la ingenua inocencia del promedio. En rigor de verdad, nunca fue ese pañuelo lo blanco que pretende.
Debió haber sido un pañuelo rojo, por la sangre de argentinos que sus hijos vertieron. "Tigres sedientos de sangre", para describirlos como bien supo hacer con palabras del Himno Nacional el Dr. Enrique Pinedo. Traidores que por medio del terror y obedeciendo a mandos extranjeros intentaron asaltar el poder enlutando al país, desde mucho antes del golpe militar del 24 de Marzo de 1976, con la finalidad de crear una nueva tiranía castrista, o sea: otra dependencia del entonces imperio soviético. Y en ese fin no les importaba el dolor de ninguna madre, estaban dispuestos a perpetrar un verdadero genocidio de dimensiones camboyanas desde que el comandante del ERP, Roberto Santucho, calculaba tener que matar un millón (1.000.000) de argentinos para instalar el socialismo.
Bajo la blancura del pañuelo las madres de aquellos criminales comenzaron diciendo que sólo querían saber dónde estaban sus hijos. Era un reclamo entendible, justo y que originalmente implicaba el pudor de haber criado terroristas. Al paso de los años, cuando la profecía de Alsogaray se convirtió en un acierto mejor certificado que cualquiera de los atribuidos a Nostradamus, las madres de los terroristas perdieron aquel pudor y llegaron a reivindicar a sus hijos soldados de la causa comunista, tanto así que este 24 de Marzo reivindicaron en la Plaza de Mayo la lucha armada de las organizaciones terroristas.
Hebe de Bonafini, madre de terroristas, en los brazos de Fidel Castro; el tirano a cuyas órdenes atacaban sus hijos a la República Argentina. |
Parte esencial de la corrupción kirchnerista, las madres de Plaza de Mayo se zambulleron indecorosamente en el negociado de los derechos humanos, con la misma avidez mostrada por Néstor Kirchner en ese abalanzarse sobre la caja fuerte. En cada uno de sus actos demuestran ser sinónimo de odio, de violencia y de corrupción. Inexplicablemente cuentan todavía con espacios en la televisión pública.
Queda claro que, más allá de las promesas de Mauricio Macri en la campaña presidencial, el curro de los derechos humanos está muy lejos de haberse terminado.
El pañuelo blanco que debió ser rojo, cumple 40 años sucio de mugre. Como pañuelo no ha brindado utilidad; no dio el consuelo de secar las lágrimas, ni contribuyó a la concordia alzándose en señal de paz. Solamente es un trapo envejecido, sucio de sangre y sucio de corrupción.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López