Paulatinamente inicié un camino de desprendimiento. Como parte de ese proceso mi entusiasmo por la política y otras cuestiones de interés general ha decaído considerablemente. Si me mantengo al tanto es principalmente por motivos profesionales, pero esas ganas viscerales de escribir que hasta hace muy poco me surgían al leer alguna noticia son casi un recuerdo. Siento el llamado a cuarteles de invierno.
No digo que vea la realidad con indiferencia. Había que vencer al kirchnerismo y lo vencimos. Volteamos al régimen kirchnerista. Por supuesto hay que tener presente que quieren reinstaurarlo y podrían hacerlo. El punto es que aquello en lo que podía contribuir escribiendo y militando, que en una medida muy mínima sumada a otros quiero creer que contribuyó a ganar las elecciones, en esta instancia dudo que sea útil. El juego se ha desplazado y pasa por otro lugar y otros actores. Dejar de ser oposición para ser gobierno, implica muchos reacomodamientos. Naturalmente, por ese reflejo peronista en la sociedad argentina de "correr rápidamente en auxilio del vencedor", no han de faltarle al gobierno conversos que lo defiendan como, por ejemplo, el impresentable de Daniel Scioli. El problema con los conversos es que se fanatizan y la nuestra es una sociedad que en todo este siglo fue incitada y adiestrada para fanatizarse por la exacerbación de la lógica amigo/enemigo que el kirchnerismo azuzó sin descanso. Scioli, como Ariel Lijo, son sapos indigeribles.
En mi percepción los esfuerzos de militancias moleculares, como la mía, ya no tienen mayor sentido ni propósito: somos gobierno y los hechos mandan. Tendrían sentido si quisieramos sostener un relato a contramano de la realidad, cosa que hacía el kirchnerismo, pero lo que queremos es que la realidad cambie; no disfrazarla. Y eso se hace desde el gobierno, desde el Congreso, desde la política representativa. Ya los escribas moleculares, que regularmente no pasamos de un círculo limitado, no aportamos a la diferencia. El buen gobierno hace la única diferencia.
Luego están las incómodas observaciones que nadie observa, como si ser oficialista obligara a prodigar palmadas en la espalda y guardarse las críticas. Aburre, o por lo menos a mí me aburre, elaborar cualquier crítica con ánimo de corregir algo y que la única consecuencia sea tener que explicar que obviamente, muy obviamente, sostengo mi apoyo al gobierno.
En este contexto, ¿qué cambia algo que yo publique? Nada.
Soy, además, un señor maduro. Como tal debo cuidarme de no convertirme en uno de aquellos "viejos" que se desesperan por intentar trasmitir sus experiencias y opiniones como consejos a los más jóvenes y nunca son escuchados. Los jovenes deben hacer su propia experiencia y darse la cabeza contra la pared es siempre más contundente que cualquier consejo por bienintencionado y sabio que sea.
De algún modo me autopercibo con muchos más años de los que marca el DNI. Estoy cansado. Otras cosas, por suerte, me motivan desde siempre mucho más que la política.
Esta semana voy a desafiliarme del Partido Autonomista de la Provincia de Buenos Aires, sin intención de afiliarme a ningún otro partido.
No digo con esto que no siga publicando artículos en La Pluma de la Derecha y Un liberal que no habla de economía, pero hoy por hoy me satisface mucho más que pensar en política publicar mis letras, poemas, poesías, garabatos con pretensión de versos, en mi tercer blog: Letras de Ariel Corbat.
En un tiempo, no sé si corto o largo, Letras de Ariel Corbat puede ser el único lugar en el que publique. Siempre he sido, como dice la canción de Orion's, "un ladrillo de cinco lados, que no cabe en ningún hueco ni queda en ningún costado". Como tal me siento cómodo fuera de la pared, no tengo y nunca tuve vocación de ser otro ladrillo en la pared. No es de extrañar, entonces, que interprete a la vida como la posibilidad de saltar los muros sin quedarse en ellos.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.