En su atelier, Tigre Mc Laren da vueltas alrededor de la gran piedra que un bodeguero mendocino le ha encargado tallar. La mira desde distintos ángulos, bosquejando en hojas de papel las posibles aristas de la figura por descubrir. Se le ha ocurrido al viñatero que semejante cascote alumbre una alegoría de la República, como rústica celebración de la cultura del trabajo; para exhibir con orgullo de tradición familiar en futuras fiestas de la vendimia.
Y Tigre, que por mucho que la ronde no le encuentra la vuelta, deja caer uno a uno los papeles al piso sabiendo que la frustración es parte obligada de su oficio. Buscando otra perspectiva se aleja del círculo de papeles, resopla fastidiado por la dimensión del desafío y, al fin, tiende la mano al mate que le ofrece el viejo Heriberto.
Cuando trabaja las puertas del atelier nunca quedan cerradas. Los amigos que lo visitan entran sin pedir permiso y suelen cebar mates evitando distraerlo cuando lo ven enfrascado en sus labores. Heriberto llegó temprano y presenció la calesita del escultor desde que arrojó al piso el primer o segundo garabato. Para cuando entró Lucas los papeles ya tapaban las baldosas. Ni bien lo vio entrar el viejo le cruzó una mirada de cejas en alto, estaba claro que no había que molestar a Tigre, y se quedaron en silencio.
- Está lavado -sentenció Tigre con apenas un sorbido.
Al rato la pava volvió a silbar suavemente, arrastrando en los oídos del viejo alguna nostalgia de añorada estación ferroviaria.
- Ahora sí, está bueno -dijo Tigre.
De inmediato algo cambió en el semblante del escultor. Supo que no iba a insistir ese día, y Lucas que leyó la nueva en el rostro largó la verba contenida.
- Ayer fui al teatro y casi me agarro a trompadas.
- ¿En el teatro? -consulta extrañado Heriberto.
- Sí.
- ¿Tan mala era la obra? - pregunta Tigre bromeando.
- No fue por la obra. Fui al Teatro Shakespeare del Parque Thays, a ver Ricardo III, con el Puma Goity. Pero la cuestión es que para entrar al teatro se forman dos filas, una para gente con discapacidad, embarazadas y jubilados, y otra para la gente sin impedimentos. O sea, la gente normal por así decirlo, y resulta que había más gente en la de los impedidos que en la de los normales. Ahí ya se generó cierto roce porque era evidente que algunos se estaban pasando de vivos.
- ¿Y los que organizaban?
- Nada, en vez de filtrar quien iba a cada fila hacían de cuenta que no veían lo que pasaba. Pero bueno, abrieron las puertas y pasaron todos. Entraron primero los discapacitados y entre ellos noto a un tipo que rengueando pasa con la esposa. Después entramos los normales y ya no había asientos, así que tuve que ver la obra de pie.
- ¿Buena la obra?
- Más o menos y las actuaciones desparejas, pero eso no importa, voy a otra cosa.
- Dale.
- Termina la obra, va saliendo toda la gente y lo veo al rengo que... ¡Milagro! Ya no rengueaba.
- ¡Qué hijo de puta!
- Entonces me saqué. Lo encaro y le digo: buenísima la obra ¿no?. Si, me dice. Y mirándolo a los ojos le largo: tan buena que hasta te curó la renguera pedazo de chanta.
- ¿Y qué dijo?
- Se hizo el boludo, sin renguear aceleró el paso y se fue a la mierda. Lo seguí unos metros diciéndole "debería quebrarte la gamba de una patada por hacerte pasar por rengo".
- ¿Y el tipo?
- Nada, Tigre, el chabón recontra sota. Como vi que no reaccionaba, le dije "encima de chanta cagón, así está el país lleno de tipos como vos".
Heriberto, el viejo, ceba otro mate y mirando a Lucas le dice:
- Hiciste mal Lucas.
- ¿En qué? ¿En no agarrarlo a trompadas?
- No, hiciste mal en no ponerte en la otra fila.
- ¿Cómo voy a hacer una cosa así?
- Te explico. Ese tipo recién está entendiendo lo que vos no entendés, que es cómo funcionan las cosas en el país. Vos hiciste las cosas bien y te quedaste de pie. El tipo entendió y se mandó a la otra fila, se ve que hasta hace muy poco ese fulano veía las cosas como vos todavía las ves, y por eso hizo la pantomima de ser rengo, digamos que todavía siente un poco de vergüenza residual. En la próxima función el tipo va a estar de nuevo en la fila de los discapacitados pero sin fingir nada, igual que todos los que ayer fueron al teatro entendiendo el funcionamiento de los premios y castigos en la Argentina.
- ¡Andá a cagar Heriberto!
- Voy a cagar Lucas, de eso se trata, justamente: de cagarse en los demás.
- Pero...
- Pero nada, pibe. Acá las cosas son así, la ley del gallinero. Ahora mismo están proyectando dar un subsidio de ocho mil pesos por mes a los travestis mayores de 40 años, a vos no te de la edad, pero ¿sabés lo que voy a hacer yo si se aprueba? Me calzo peluca, pollera y tacos altos para ir caminando, con la boquita bien pintada, a reclamar el beneficio con el nombre de Lulú. Y no te creas que lo digo en joda, para joda mi recibo de jubilado. Aprendé del Tango, querubín, "Las cuarenta", Francisco Gorrindo con música de Roberto Grela, "Hoy no creo ni en mí mismo. .. Todo es grupo, todo es falso / y aquél, el que está más alto, es igual a los demás... / Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche, borracho, / me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar". Y eso lo escribió en 1937, cuando todavía podíamos ser un país en serio y no este país de mierda.
Lucas mira perplejo al viejo Heriberto, quien sigue refunfuñando por la inexistente moral del presente argento. Tigre vuelve la vista al cascote, ese que el bodeguero mendocino quiere ver convertido en una alegoría de la República. Algo como una lágrima puja por asomarse al balcón de su ojo derecho, justo cuando murmura:
- Y sin embargo ahí, en algún lugar, la República tiene que estar...
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López