Sofía Chaparro, integrante de la Policía Bonaerense, quiso cargar GNC en una estación de servicio de Salta el miércoles 7 de Ferbrero de 2024. Viajaba junto a sus tres hijos de 9, 13 y 14 años. Hasta ahí nada llamativo, pero al iniciarse la carga de GNC el tubo de gas explotó y una nube blanca cubrió los surtidores dejando expuesta, al disiparse, que el tubo de gas del Ford Fiesta estaba cargado con unos 20 kilos de cocaína. Nadie murió.
Habrá que seguir atentamente lo que surja de este hecho para apreciar si Axel Kicillof y Javier Alonso (ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires) tienen al menos la intención de depurar de elementos desviados a la Policía Bonaerense.
La corrupción, en todos los órdenes, ha sido apañada y promovida por el kirchnerismo desde 2003 a hoy.
Todas las fuerzas policiales del mundo, por la autoridad que representan y ejercen, conllevan riesgos de ser infiltradas por elementos criminales que, lógicamente, encuentran atractiva esa cobertura para delinquir.
Ese riesgo es menor o mayor según el contexto cultural e institucional de cada país y la idiosincrasia de cada una de sus fuerzas.
Es decir que la corrupción policial como fenómeno global reconoce distintos grados de daño en una escala de degradación moral, según cada caso.
No obstante, más allá de los factores particulares que puntualmente pueden darse en un lugar sin repetirse en otros, puede afirmarse que la corrupción policial evoluciona en todos los países sobre una mecánica común. No muy distinta a la teoría de la ventana rota.
La base sobre la que evoluciona la corrupción policial es la relajación del sentido del deber ser en términos culturales, algo que puede darse por distintas razones. Generalmente se dan a partir de desviaciones coyunturales en el orden de la conducción política.
Sintetizando, para no hacer de este artículo un tratado:
El primer escalón de la corrupción policial es la "prescindencia voluntaria", el mirar para otro lado porque actuar trae complicaciones que pueden ser de diversa índole, como que los jueces liberen sin mayor trámite a los delincuentes o se descalifique de cualquier forma la labor policial. Desalentar la proactividad policial debe verse siempre como una política destinada a la degradación moral de las fuerzas.
El segundo escalón de la corrupción policial es la "indiferencia rentada", donde los involucrados (con excusa de regulación) ya que se ven "obligados" (otra excusa) a mirar para otro lado sacan provecho aceptando sobornos para mantenerse prescindentes.
El tercer escalón de la corrupción policial, cada uno siempre apoyado en el anterior, es la "complicidad activa" pasar de aceptar dinero por no mirar a tomar dinero por involucrarse con las mismas actividades que deliberadamente se ignoraban.
El cuarto escalón de la corrupción policial es la "asociación delictiva", que consiste en dejar de ser meros dependientes rentados de alguna organización criminal a integrarse como socios que deciden acciones delictivas.
El quinto escalón de la corrupción policial es el "contagio masivo" se pisa cuando el involucramiento en actividades criminales se torna de práctica común, porque ha ido evolucionando de individuos desviados a pequeñas facciones desviadas que logran infectar a grandes facciones de la fuerza en cuestión. Y no digo toda, porque (me consta) nunca es toda.
El último escalón de la corrupción policial es el "completo extravío institucional", la situación donde la institución está tan viciada que asume el control pleno de organizaciones criminales.
En este estadío los policías honestos corren constantemente riesgo de vida y quedan con muy poco margen para oponerse.
En todos los escalones de la corrupción policial hay un contexto político decadente que lo permite, dañando a la cultura en general y a las instituciones en particular.
En Argentina ese contexto político tiene nombre perfectamente definido desde 2003: kirchnerismo.
El régimen kirchnerista, como proyecto totalitario de corrupción estructural, generó odio hacia los uniformados victimizando a terroristas y delincuentes, forjó un Poder Judicial prevaricador de extremo zaffaronismo, liberó presos por gusto, etc, etc, etc.
La riqueza mal habida de los Kirchner y sus cómplices, demuestra la impronta corrupta del régimen. Pero también que Sabina Frederic siendo ministro de Seguridad de la Nación denunciara penalmente a vecinos de Bariloche y Villa Mascardi que le pedían poner fin a las usurpaciones.
Y desarmar a las fuerzas, y acusar a los gendarmes de desaparecer al ahogado, y, ¡uf! un interminable anecdotario de reino de revés.
Buscó el régimen kirchnerista corromper a las fuerzas armadas, de seguridad y policiales, asfixiarlas, darles escarnio y chavizarlas.
La explosión del auto nos obliga a preguntar en qué escalón de la corrupción policial está la Policía Bonaerense.
Y nos recuerda que la corrupción se combate con la mística del deber ser, la de la Constitución Nacional, que el kirchnerismo (Kicillof incluido) quiso destruir.
Entiéndase claramente: la Seguridad Interior consiste en garantizar el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional, por ende cualquier incumplimiento de sus normas atenta contra nuestra seguridad.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.