Líder es aquel que sabiendo leer sus circunstancias en el mapa de la historia está dispuesto a asumir el riesgo de buscar la gloria. Bajo cascos de inconfundible estilo nazi, que acaso sean esos mismos cascos del Tercer Reich restaurados con los colores de Bolivia, los rostros tensos de los soldados son acariciados por la suave brisa del Altiplano. Aguardan expectantes la palabra del heroico Coronel que ha realizado victoriosas incursiones en territorio extranjero. Conocen que la razón de la convocatoria no puede ser otra que el llamado de la Patria. Afecto a la oratoria teatral, el Coronel William Careca contempla el horizonte como quien descifra el destino, es el estratega que piensa, el táctico que se apresta a la batalla, y levanta el mentón tal cual desea quedar inmortalizado para las generaciones futuras. Ha estudiado a Julio César y a Napoleón, ha soñado una campaña que lo ponga en los libros escolares como el sanador de la mutilación territorial de su Nación, y ahora, cuando el flash de su biógrafo personal y boletinero del Ejército en Operaciones, Sábado Verdasar, lo retrata en la última meditación, se siente listo para iniciar la marcha que le asegure la posteridad.
Las tropas aguardan, “son leones impacientes, deseosos de mostrar su valía”, anota Sábado en el cuaderno de campaña. El Coronel Careca, de frente a esos hombres, aclara la garganta profiriendo el sonido que, convenientemente a la leyenda, será registrado por el escriba como “el rugido del Titicaca”.
- ¡Soldados! -Arenga Careca- Oigo el arrullo de las olas, huelo la frescura de la sal, el destino marinero de nuestro pueblo nos exige obedecer el llamado del mar, Neptuno quiere reencontrarse con la Pacha Mama.
Un estremecimiento sacude el pecho de los bravos soldados bolivianos. De reojo el Cabo Jeremías Cocola mira hacia el Oeste y el sentimiento patriota se estrella contra la contundencia de lo que sabe es el poderío militar chileno.
- Nosotros -prosigue arengando el Coronel Careca-, soldados de la Patria, tenemos el deber de responder a ese llamado y lo haremos… ¡Marcharemos hasta llegar al mar!
No se acobarda el valiente Cocola, siempre ha soñado con ver el mar. Pero si nunca estuvo frente a las olas ha visto en cambio, desde la frontera, la clase de aviones de combate que pilotean los chilenos. Las palabras del Coronel ya no entran por los oídos de Cocola, quien se imagina muriendo en el camino, bajo las bombas de esos aviones y la metralla de los helicos. En el mejor de los casos, cree que la muerte les espera en la costa del Pacífico, arrasados por el cañoneo de la flota chilena. Si fuera mano a mano no teme a nadie, a cuchillo se cansaría de despanzurrar chilotes; pero no será a cuchillo: los chilenos tienen armas modernas porque están dispuestos a usarlas. Al rato decide Cocola despejarse de esas tribulaciones y vuelve a escuchar las palabras del Coronel.
- Les prometo, mis soldados, -dice Careca terminando su alocución- que hoy nos pondremos en marcha y haremos una campaña relámpago, síganme que nadie nos detendrá; y aunque es mucha la distancia, antes de lo que todos imaginan nos estaremos quitando las botas para refrescarnos las ampollas de las patas en el mar.
La última frase no le parece del todo bien a Sábado Verdasar. La subraya anotando al margen “reelaborar” para que la versión definitiva mantenga un tono épico elevado, en el que no tienen cabida las desagradables úlceras fatigosas de los pies de campaña.
El Coronel William Careca alza la voz con las infaltables vivas a la Patria, que sus soldados responden vigorosamente. También el Cabo Cocola grita con todas sus fuerzas, pues llevado por el patriotismo asume que la muerte es apenas una circunstancia, y procurará ser recordado como hombre de honor, corajudo, capaz de marchar contra el enemigo sin mezquinar su vida al sacrificio.
La pluma del boletinero corre rauda por los renglones del cuaderno de campaña, celebra la entusiasta y varonil apostura de cada soldado para responder al llamado de la historia. Claro que Verdasar escribe sin verlos, por eso no percibe los murmullos entre resignados y pesimistas que acompañan los preparativos. Incluso el recio Capitán Juan Oruro Lizpe, que nunca escapó de ninguna pelea, chista disgustado al impartir órdenes en los aprestos mientras el Coronel Careca, en su tienda, da los últimos vistazos al mapa del plan de batalla.
Al fin el silencio domina el campamento. La tropa taciturna aguarda encolumnada con la vista fija en el oeste, cosa que sorprende al Coronel Careca ni bien sale de su carpa.
- Capitán Oruro… ¿Por qué forman mirando al oeste?
- Mi Coronel, la columna está lista para marchar hacia el Pacífico.
- ¿El Pacífico? Pero… ¿Me toman por estúpido? ¿A quién se le ocurriría meterse con Chile? ¿Qué quieren? ¿Qué nos maten a todos?
- Es que usted dijo que el mar nos llama…
- Pero me refiero al Atlántico, Capitán, el Atlántico a través de la Argentina que es país en joda y podemos llegar a Claromecó antes que reaccionen, después a lo mejor negociamos y vemos qué les dejamos…
- ¡Ah! Menos mal. Mi Coronel, todos pensamos que la cosa era con Chile.
- ¡No! No. Eso ni borracho. El plan es entrar en territorio argentino, corrijo, tierra de nadie, y marchar hacia el sureste.
El Cabo Cocola respira aliviado al conocer el rumbo de la expedición conquistadora. A los pocos días, la necesidad de testimoniar la marcha triunfal desafía las ínfulas literarias del boletinero Verdasar, que con cierta decepción escribe en un papel aparte: “Avanzamos en tierra de nadie rodeados de la más absoluta indiferencia, y siento miedo, con profundo terror pienso que quedándonos aquí tal vez terminemos por ser iguales a esta gente, los nadies”.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López