TIGRE MC LAREN: EL LOCO
El lápiz da vueltas en la diestra de Tigre Mc Laren; con el desvelo que siguió al velorio y el entierro los ojos somnolientos se achinan molestos, renegando de los reflejos que el tibio sol del otoño desparrama en su atelier a través del ventanal. Mientras aguarda que la cafetera termine su proceso, piensa en ese cigarrillo y en la belleza del gesto. Siente que debe plasmarlo artísticamente y en la elección del cómo cae en la cuenta que ya va siendo tiempo de reponer los elementos que han dado sustancia a su creatividad, por eso viendo la escasez de materiales decide recurrir a lo básico: papel y carbonilla para realizar un boceto. Se lleva el lápiz a la boca y lo deja colgado entre los labios semejando pucho. Estira los brazos echándolos hacia atrás hasta que cruje la osamenta. Ese ruido hace notar el silencio y el silencio no ayuda, las musas reclaman tangos.
En el estante un desorden de discos compactos acompaña al equipo de música. Vuelve a recordar que tiene que acordarse de alguna puta vez ordenar semejante quilombo, y se miente que por eso le cuesta elegir la voz que lo acompañe. Podría ser Carlos Gardel, siempre puede ser el Mudito, o Julio Sosa, claro, aunque también Rubén Juárez, cómo no, y no estaría mal si fuera una mina, Nora Bilous por rubia o Viviana Scarlassa por morocha, podría ser, o la agradable buena onda de Lucio Arce, o la solvencia de César Tossi, tal vez Lucrecia Merico. No encuentra forma de decidirse, porque los nombres de los guerreros del Tango se entremezclan en el desorden. Cuando levanta el de Acho Estol se mueve el de Jacqueline Sigaut, entonces aparece el de Cucuza Castiello y al costado uno de José Ángel Trelles que medio tapa al de María Graña, asomando entre la romántica Celia Saia y Hugo del Carril. No, no hay manera de elegir, así que mirando para otro lado mete la mano -que al fin de cuentas es como meterla en una bolsa de caramelos- y al que levanta lo enchufa.
Aprieta play más orden aleatorio, y justo cuando está el café, desde “Perdonen muchachos… les voy a contar” Luis Filipelli, bien definido por Jorge Götlin como el “trabajador de la emoción” arranca con “Cantor de mi barrio”.
Y le viene bien a Tigre largar el grito de guerra del Maestro Juárez: “¡Viva el Tango!” Porque lo que tiene que dibujar es una historia de barrio, de lealtad, del sentimiento que hace que “nuestra gente”, del más cuerdo al más rayado, sea eso, “nuestra gente”. Filosofía tanguera, ni más ni menos.
- ¡Viva el Tango, carajo! –grita al inclinarse sobre el tablero de trabajo.
Así la carbonilla va enamorando al papel…
El barrio, además de su cantor –como todo barrio que se precie- tiene su loquito. El tipo suma ya una edad indefinida, los que transitan los cuarenta largos dicen recordarlo como si no envejeciera, que siempre ha estado igual con su enjuto metro sesenta y la media calva uniendo la frente con la nuca. Y el Loco deambula por las calles en compañía del perro fiel que lo sigue a todas partes, como cuidándolo mientras charla y ríe con amigos imaginarios que va encontrando en cada esquina. El Loco nunca causó problemas, camina por nuestro mundo pero su mente está en otro lado, por eso nadie espera que salude, porque él sólo traba relación con esos seres invisibles que lo entretienen largamente charlando en las esquinas, a los que a veces con su mirada melancólica despide desde el andén cuando parecen marcharse a bordo del tren.
Pocas veces el Loco conecta con la realidad. Cuando el Negro volvió de Malvinas su padre le contó que lo escuchó decir a esos amigos imaginarios que había ido a ofrecerse de voluntario para pelar papas. En ese momento, aún cargando el peso por la incertidumbre y el ansia de no saber qué sería de su hijo en el frente, las palabras del Loco lo hicieron sonreír. Desde la inocencia de su locura estaba dispuesto a hacer su parte.
- Yo voy a ir –decía entonces el Loco- como pelador de papas para el batallón, porque en la guerra alguien tiene que pelar las papas… Zas, zas, zas y las pelo, así de rápido y ni siquiera me tienen que dar uniforme porque para pelar papas me llevo el delantal de mi hermana. Es que en casa yo pelo las papas con el pelapapas, zas, zas, zas y las pelo, así de rápido lo hago yo. Y para que coman los muchachos puedo pelar bolsas enteras de papas, todas las que hagan falta. Zas, zas, zas, meta pelar papas…
De forma extraña, por esas cosas que tiene la vida, el padre del Negro no volvió a pelar o probar una papa sin acordarse del Loco. Y sonreía cada vez. Por eso si lo veía en la calle que andaba levantando colillas a las que quitarles la última pitada le daba su atado de cigarrillos. El loco nunca dio las gracias, sencillamente tomaba el paquete y llevándose un pucho a los labios seguía transitando como si tal cosa por el lado alterno de la realidad.
Al padre del Negro lo cachó la muerte de un bobazo a la hora en que mueren los que saben morir. Y se fue tangamente, cumplido. A contramano de lo que se estila lo velaron en la casa, llevando su mejor traje. El Loco apareció de tardecita, se arrimó al cajón y allí extrajo cuidadosamente de entre sus ropas un cigarrillo impecable que con respetuosa ternura acomodó bajo la solapa del muerto. Hizo una reverencia mínima, casi imperceptible, y dando los mismos silenciosos pasos con que llegó se fue sin mirar a nadie. El perro esperaba en la vereda.
Los ojos del Negro lo vieron irse empañados de simpatía por ese homenaje. Y se quebró. El hombro de Tigre guardó las lágrimas de hijo y hombre en el abrazo. Los amigos sirven también para secar el llanto y el llanto no siempre es por pura pena, también se llora por la emoción y el orgullo de ver en el pecho de quien fue buen tipo una medalla con forma de cigarrillo.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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