Una característica compartida de muchas opiniones livianamente vertidas sobre las políticas de Seguridad aplicadas en El Salvador por el Presidente Nayib Bukele es el total desconocimiento del fenómeno marero en Centroamérica.
Empecemos por señalar que si la cuestión de las pandillas juveniles adquirió nuevas dimensiones en los Estados Unidos como resultado de los cambios culturales que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, siendo objeto de estudio por parte de la sociología, su expresión más extrema se afianzó en países centroamericanos desde finales del Siglo XX.
Claramente entornos de anomia con muy bajas o nulas expectativas de progreso social facilitaron la expansión del fenómeno a partir del resentimiento. En tal sentido resulta clarificador el significado de la expresión "mara", que conforme explica Gustavo Sánchez Velásquez en su libro "Maras, Pandillas y Desviación Social" (Editorial Dunken - 2008) proviene de los propios mareros que se percibían a sí mismos como "marabuntas" que sólo dejan a su paso tierra arrasada "y siembran el terror entre los habitantes de los barrios donde se han posicionado y obligan a los vecinos a someterse a sus reglas o sufrir por la pérdida de bienes y vidas".
Las maras se convirtieron así, en la deliberada búsqueda del mal absoluto, en la cultura de la barbarie.
Frente a esa realidad extrema, es que actuó Bukele con medidas a la altura de las circunstancias: reprimiendo sin contemplaciones ni vacilaciones. Sin ninguna intención de posibilitarle a las maras elementos de negociación, sino que como en la Legión la consigna es tajante: marche o muera, porque el objetivo no es domesticar a las maras sino su exterminio cultural como organización criminal.
Frente al éxito del método Bukele, refrendado por el voto de los salvadoreños, aparece lógicamente la tentación de copiarlo. Pero en cuestiones de Seguridad no existen franquicias que los países puedan adquirir para obtener iguales y garantizados resultados. No se trata de disfrutar un Big Mac.
Por eso son absurdas todas las declamaciones sobre importar sin más el método Bukele.
Con sensatez, el mismo Nayib Bukele nos advierte las diferencias entre el cuadro que debió enfrentar al comienzo de su Presidencia y el que presenta la Argentina:
“Yo creería que el problema en Argentina es más pequeño, preocupante sobretodo en Rosario y otras zonas, pero más pequeño que El Salvador y por ende, si bien pueden aplicar algunas cosas y sería positivo, no tendría que ser tan drástico”.
El modelo Bukele es, para el propio Bukele, una experiencia en curso de respuesta específica para el fenómeno marero en El Salvador. No está planteado como un modelo que pueda importarse como franquicia a la Argentina ni a ningún otro país a libro cerrado, pero vale (como tantas experiencias extranjeras) analizar qué podría ser útil adaptar a nuestras necesidades y marco legal.
Así parece entenderlo la ministro de Seguridad de la Nación Patricia Bullrich, al declarar:
“Nos interesa adaptar el modelo de Bukele. La violencia en Argentina está fuerte. El último fin de semana hubo muertos en el fútbol, fue un verano con peleas permanentes, banditas. El modelo de la mara es complicado, pero vemos el aumento de nivel de violencia de banda que se cruzan, o los enfrentamientos en boliches. Esa violencia, trabajar sobre eso, nos interesa”.
Pero, siempre hay un pero cuando se trata de Bullrich, ese interés por adaptar el modelo de Bukele lo presenta la ministro aludiendo a cuestiones que están muy lejos de lo adaptable. De hecho es curioso que haya hecho alusión inmediata a la violencia en el fútbol... Tal vez la conciencia de la ministro Bullrich le está reprochando el capricho y error de nombrar a un joven falto de idoneidad como director de seguridad deportiva... Tal vez.
Obviamente en la violencia juvenil que experimenta la realidad argentina se manifiesta una profunda degradación cultural, acelerada en 20 años de régimen kirchnerista. Y aunque globalización mediante haya elementos superficiales, estéticos (y no por eso menos preocupantes) de la "cultura" marera infiltrándose entre los nuestros, no hay mayores novedades en la dinámica del delito urbano visto a través de las pandillas: ni los barras de fútbol ni las bandas que realizan robos "piraña", tienen posibilidades de evolucionar a maras si es que el Estado armoniza sus medios para alcanzar y sostener la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional.
Si hay un punto del método Bukele que, en cambio, puede resultar de interés para la Argentina está en el ámbito carcelario.
El marcado déficit de infraestructura penitenciaria, sumado a la relevancia de la actividad criminal que se sigue dirigiendo desde las prisiones, obliga a buscar soluciones para los presos cuya peligrosidad consiste en formar parte de organizaciones criminales. A ellos se podría aplicar, en el marco de las directivas carcelarias ordenadas por la Constitución Nacional, un régimen penitenciario diferenciado de mayor rigor y aislamiento.
Y es que el sistema penitenciario debe lograr que las cárceles sean sanas y limpias, pero también seguras (seguras para los presos alojados en ellas, pero principalmente para los honrados habitantes que padecían sus crímenes) y eso significa, entre otras cosas, que ningún preso pueda imponer condiciones a los penitenciarios ni tampoco a otros presos. Y mucho menos, entonces, a la población.
Entiéndase que si no se puede mantener bajo control a los delincuentes que están privados de su libertad, mucho menos se podrá controlar a los que conservan su libertad.
El método Bukele puede ser una referencia útil, pero toda experiencia extranjera requiere ser aprehendida en función de nuestra realidad.
Lo que Argentina necesita es asociar el concepto de Seguridad Interior a la Constitución Nacional y armonizar a ese fin los recursos del Estado.
Repito y lo repetiré sin cansancio hasta que se entienda:
La Seguridad Interior consiste en garantizar el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional. Eso y ninguna otra cosa.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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