Anciano y desde siempre tan decrépito como falto de talento, hay que reconocerle a León Ferrari su trayectoria para saberse aprovechar de la imbecilidad que paga tantos crímenes cometidos en nombre del arte. Lo que llaman su obra es una suma de burdas provocaciones destinadas a irritar a quienes tienen creencias religiosas distintas a las suyas, ninguna llama a la reflexión ni propone introspección alguna sobre los sentimientos.
Uno de sus engendros, al que ha llamado "Jaula con aves", se expone en el museo municipal de Rosario Juan Castagnino y consiste en un jaulón carente de bandeja para que los excrementos de los pájaros que la habitan caigan impactando en reproducciones de pinturas que aluden al infierno. Lo escatológico se ha puesto de moda entre los mediocres, cosa que demuestra el chileno Eduardo Labarca -en la tapa de un libro de dudoso valor literario- simulando orinar sobre la tumba de Jorge Luis Borges. Quienes consideran artísticas y no ofensivas las muestras de los que exponen por izquierda, también han de considerar "artista" al pintor Haroldo Walsh por su obra "Caca madre"; salvo -claro- que ese escudo sólo sirva para lo que afecta las ideas y sentimientos de otros.
"CACA MADRE", acrílico de Haroldo Walsh |
Son ideas tan poco originales que el mismo Ariel Corbat que esto escribe las utilizó en un cuento de Tigre Mc Laren dedicado, precisamente, a la trayectoria de Ferrari y que fuera publicado en La Pluma de la Derecha el 10 de Noviembre de 2007 bajo el título "Tigre Mc Laren marca el camino". León Ferrari ¡Cuánta porquería en nombre del "arte"!
Dicho esto los invito a leer aquel primer cuento de la serie Tigre Mc Laren:
SÁBADO 10 DE NOVIEMBRE DE 2007
TIGRE MC LAREN MARCA EL CAMINO
(Más que un cuento, un verdadero manifiesto a favor de las artes)
Almuerzo muy sencillo servido austeramente al rigor de la dieta. Arroz, la gran base de toda cocina, acompañado con cucharadas de granos enteros del maíz amarillo que Tigre Mc Laren traga sin masticar. Para beber apenas medio vaso de agua. Por postre unas cuantas barras de chocolate de taza, desmenuzadas entre los dientes a la silenciosa y feliz contemplación del cielo diáfano allende los cristales algo sucios del ventanal. Parecería momento íntimo, otro hecho cotidiano sin la menor importancia; no lo es. Desterrando la improvisación cada elemento ha sido pensado laboriosamente con precisión química, producto de alguna casualidad gastronómica y la consecuente observación empírica. La tranquila digestión durante la reparadora siesta se encarga del resto.
La fusión de los elementos serpentea recorriendo el alambique humano hacia el final del proceso creativo en las curvas y contracurvas de los intestinos. El despertar conlleva parpadear en la conciencia del inminente alumbramiento. Huyendo de la cama al living, la promesa del arte se acuclilla sobre el bidet. El blanco impoluto de la loza es el impaciente lienzo del pintor, hoja virgen que aguarda trémula la pluma del escritor, altivo mármol que intuye el cincel acariciado por la mano precisa del escultor, partitura presta a plasmar susurros de musas al compositor; el vacío pragmático engendrando la necesidad del inventor y aquel grito del que se quiere hacer oír. El todo sine qua non, acaso la nada misma.
El artista es, en esencia, sensibilidad comprometida con su tiempo y vocación por dar lo mejor de sí para testimoniar a las futuras generaciones la inasible eternidad del ser. El arte en sus muchas manifestaciones roza lo imposible, no existe sin la regocijada exclamación de asombro en quien lo contempla. Lo bueno y bello ha sido el Norte en la brújula de los clásicos, tan bueno y tan bello que cueste creerlo real, aún ante la evidencia en el deleite de los sentidos. Alcanzar lo sublime es lo que diferencia al verdadero artista de los que apenas tienen la pretensión de serlo, y allí, en la restricta admisión del círculo elevado al que sólo acceden unos pocos, en esa incomodidad de saberlos por encima, al cabo de sucesivas caídas y derrapadas lacerantes, los mediocres cargados de resentimiento que no pueden alcanzar con sus pobres talentos la cima del arte se vuelcan al odio conjurados para destruir.
Tras despeñarse mil veces Tigre Mc Laren pudo sumarse a la legión opaca de los fracasados marchando al son del resentimiento, pero su vanidad no alcanzó la desmesura de corromperle el alma. Hay que ser desalmado para embanderarse con el trapo infame de la oscuridad sanguinolenta. A su lado, gimiendo sobre el colchón de pedregullo hiriente donde acaban las rodadas escuchó alzarse voces infectas de maldad, pseudos artistas que encendidos de odio bramaban iras con ojos inyectos en sangre y puños amenazantes. Aquellos despechados de ánimos belicosos llamaron a destruir los fundamentos clásicos del arte. No lo hicieron desde el puro dolor de las expectativas truncas. Camuflando sus verdaderas motivaciones se congregaron alrededor del palo seco a cuyo tope enarbolaron el harapo miserable de la envidia, y bajo esa sombra buitresca inventaron la máscara plástica de palabras que cubriera el rostro henchido de hiel. Hablaron entonces del “espíritu inconforme motorizando la trasgresión provocadora frente al trazo firme de las artes clásicas”, frases huecas dichas seriamente en discursos rimbombantes con pretensiones vanguardistas.
Tigre Mc Laren distó mares de dejarse embaucar por esos cantos de sirenas, quizás la herida inevitable fracturando el ego le obligó a tensar los músculos insinuando el arrebato de la cólera, apenas el reflejo instintivo de edades atávicas en las que la violencia garantizaba sobrevivir. Aquel destello feroz fue sólo eso, alzó la vista hacia la bondadosa beldad y en lugar de ahogarse en el resentimiento por la cúspide inalcanzable dio gracias de poder disfrutar los dones privilegiados de los maestros hacedores de obras inmortales. “No hay otra vanguardia delante de los clásicos”, se dijo con lágrimas emocionadas desafiando el equilibrio al borde de las pestañas. Su corazón seguía sano, su alma limpia.
Dueño de sí, asumió con elegante galanura que sus cortas habilidades jamás le permitirían hacerse justo acreedor al título de “artista”. No siempre voluntad e inteligencia logran compensar lo que natura no da. Inquieto y bien intencionado se acercó a las turbas alborotadas de desahuciados no resignados, reunidas en metódicos aquelarres rupturistas de índole bienal. Quizás… ¿Quién sabe?… Tal vez…. Pudiera ser que el campo del arte fuese más extenso. La esperanza nunca es vana.
- ¡Esto es arte! -exclamó el anteojudo rubio de polera y boina frente al mamarracho de ocasión.
- ¡Ah! Entonces usted lo entiende. ¿Podría explicármelo? –preguntó Tigre Mc Laren-. Porque, verá, yo no lo entiendo.
- Por supuesto que no -afirmó el vanguardista aclarando de inmediato-. No lo entiendo ni puedo explicarlo, esto es algo elevadamente abstracto, una experiencia netamente sensorial que nos une al cosmos en movimiento. ¿No lo siente usted?
- No, sinceramente no.
- Bueno, no importa de todas maneras.
- ¿No?
- No.
- Pero… ¿Qué diferencia a ese lienzo del pañuelo usado por un tuberculoso?
- El arte.
- ¿Cuál arte?
- No todo es La Gioconda ni Las Meninas, ¿sabe? –retrucó molesto, reacomodando los anteojos con énfasis de fin de charla.
Más allá se escuchaban aplausos. Sin esfuerzo Tigre Mc Laren descolgó la mirada del cuadro incomprensible y caminó rumbo al sitio del que provenían las festivas palmas. Poetas dadaístas munidos de tijeras seleccionaban artículos periodísticos de actualidad política, recortaban palabra por palabra, mezclaban los papelitos en el interior de un cubilete y siguiendo el orden azaroso en que salían armaban copiando en pizarra lo que, según ellos, eran poemas. Tras la solemne lectura de esos versos imposibles, alguien recriminó a Tigre Mc Laren por no aplaudir a “los artistas y su obra”.
- Es que eso no es poesía –se defendió como pensando en voz alta.
- Típica observación de una mente estrecha –acusó, con actitud de militante fuera de época, la gorda ya veterana de suéter Mar del Plata cargada de aros en la nariz y las cejas pero ninguno en las orejas.
- ¿La poesía no debe ser bella? –interrogó Mc Laren creyendo que alguien más allí debía compartir su desazón.
- ¡No! –aseguró con vehemencia el imberbe anarco punk de metro cincuenta de alto, más quince centímetros de cresta teñida de rojo, brotando por detrás de la gorda-. Estos poemas tienen un mensaje más allá de sus palabras, no pesa la métrica ni la rima sino la intención de desnudar las miserias del orden burgués para cambiarlas al fin por el caos libertario de la originalidad creativa.
- Todos podemos y debemos ser artistas –proclamó el hombre del saco de pana negra y cabellos entrecanos.
- No lo creo; suena a esas cosas que quisiera creer pero no son cuestión de fe –opuso Tigre Mc Laren.
- Es un prejuicio muy antiguo y arraigado –interrumpió la flaca anoréxica de largos cabellos negros y ondulados junto al hombre del saco de pana- el suponer la creación artística patrimonio exclusivo de algunos pocos iluminados. –Y en seguida arengó- ¡Todos somos artistas!
- ¡Todos somos artistas! –gritaron a coro varios presentes repitiendo la consigna de la bienal.
- Querida –dijo el hombre del saco de pana-, adoro el modo en que has puesto en su lugar a este reaccionario que, sin dudas, está aquí para provocar.
E inmediatamente se la llevó del brazo, casi flameando el vestido de malgastado escote en su delgadez extrema. Los demás también se apartaron de Tigre Mc Laren con el desprecio a flor de piel. De inmediato comprendió que en esos eventos tan promocionadamente libres, la única libertad posible es la de permanecer en el rebaño sin siquiera ponerse a pensar quién hace de oveja mansa o de pastor. Sin embargo, y en lugar de irse, Tigre Mc Laren siguió husmeando por ahí.
En el centro medular de la muestra se emplazaban distintos adefesios presentados como esculturas alegóricas destinadas a cuestionar milenarias creencias de la humanidad. Tigre Mc Laren no gastó saliva en cuestionar la falta de sutileza para abordar groseramente temáticas capaces de herir los sentimientos de muchos, aunque no fueran los suyos. Lamentó profundamente esa celebración de lo burdo, la chatura elemental que no dejaba ningún resquicio para disfrutar del placer de la ironía, nada que llevar de charla constructiva a la mesa del café, ningún escalón en el que hacer pie y elevarse. Sentía que algo debía decir. Observó el entorno, captó que protestar al impulso del momento sería servir al juego cayendo en la trampa. Se contuvo y siguió dando vueltas. Algo debía hacer.
Antes de irse, calladamente, llenó con sus datos personales la planilla de expositores para el siguiente encuentro.
La sonrisa del esfuerzo acompañó en el gemido la sonsonora culminación de su obra. El compacto cilindro cayó con sus generosas dimensiones en el lugar y posición deseados. Se levantó incorporándose, giró y al verla completa se congratuló diciendo para sí: “¿Así que quieren arte? Yo les voy a dar arte”.
- ¿Por qué en el bidet? –quiso saber la señora del tapado.
- Esa es la trasgresión –justificó Tigre Mc Laren-, porque el artista no reconoce límites.
- ¿Y eso de qué materiales está hecho?.
- Es auténtico, puro arte contemporáneo, la vanguardia misma.
- ¿Auténtico?
- Garantizado. Básicamente es arroz, que representa la consistencia. El color se lo confiere el chocolate, que interpreto como la recóndita oscuridad en el espíritu del artista, y finalmente los granos de maíz, que tienen función meramente decorativa y representan los artilugios con que se impactan los sentidos, aunque también sería válido verlos como chispazos de inspiración.
- ¿Y está a la venta?
- No, realmente no. No podría garantizar su adecuada conservación; me temo que es arte efímero, como tanta modernidad.
Algo incómoda, acaso sin saber qué reacción demostrar, la señora del tapado se aproximó, no sin prevenciones olfativas, a leer el nombre de la obra escrito con entendibles cursivas de marcador negro en el borde del bidet:
“León Ferrari, homenaje a su trayectoria”.
Ariel Corbat, La Pluma de la DerechaEstado Libre Asociado de Vicente López
TIGRE MC LAREN MARCA EL CAMINO
(Más que un cuento, un verdadero manifiesto a favor de las artes)
Almuerzo muy sencillo servido austeramente al rigor de la dieta. Arroz, la gran base de toda cocina, acompañado con cucharadas de granos enteros del maíz amarillo que Tigre Mc Laren traga sin masticar. Para beber apenas medio vaso de agua. Por postre unas cuantas barras de chocolate de taza, desmenuzadas entre los dientes a la silenciosa y feliz contemplación del cielo diáfano allende los cristales algo sucios del ventanal. Parecería momento íntimo, otro hecho cotidiano sin la menor importancia; no lo es. Desterrando la improvisación cada elemento ha sido pensado laboriosamente con precisión química, producto de alguna casualidad gastronómica y la consecuente observación empírica. La tranquila digestión durante la reparadora siesta se encarga del resto.
La fusión de los elementos serpentea recorriendo el alambique humano hacia el final del proceso creativo en las curvas y contracurvas de los intestinos. El despertar conlleva parpadear en la conciencia del inminente alumbramiento. Huyendo de la cama al living, la promesa del arte se acuclilla sobre el bidet. El blanco impoluto de la loza es el impaciente lienzo del pintor, hoja virgen que aguarda trémula la pluma del escritor, altivo mármol que intuye el cincel acariciado por la mano precisa del escultor, partitura presta a plasmar susurros de musas al compositor; el vacío pragmático engendrando la necesidad del inventor y aquel grito del que se quiere hacer oír. El todo sine qua non, acaso la nada misma.
El artista es, en esencia, sensibilidad comprometida con su tiempo y vocación por dar lo mejor de sí para testimoniar a las futuras generaciones la inasible eternidad del ser. El arte en sus muchas manifestaciones roza lo imposible, no existe sin la regocijada exclamación de asombro en quien lo contempla. Lo bueno y bello ha sido el Norte en la brújula de los clásicos, tan bueno y tan bello que cueste creerlo real, aún ante la evidencia en el deleite de los sentidos. Alcanzar lo sublime es lo que diferencia al verdadero artista de los que apenas tienen la pretensión de serlo, y allí, en la restricta admisión del círculo elevado al que sólo acceden unos pocos, en esa incomodidad de saberlos por encima, al cabo de sucesivas caídas y derrapadas lacerantes, los mediocres cargados de resentimiento que no pueden alcanzar con sus pobres talentos la cima del arte se vuelcan al odio conjurados para destruir.
Tras despeñarse mil veces Tigre Mc Laren pudo sumarse a la legión opaca de los fracasados marchando al son del resentimiento, pero su vanidad no alcanzó la desmesura de corromperle el alma. Hay que ser desalmado para embanderarse con el trapo infame de la oscuridad sanguinolenta. A su lado, gimiendo sobre el colchón de pedregullo hiriente donde acaban las rodadas escuchó alzarse voces infectas de maldad, pseudos artistas que encendidos de odio bramaban iras con ojos inyectos en sangre y puños amenazantes. Aquellos despechados de ánimos belicosos llamaron a destruir los fundamentos clásicos del arte. No lo hicieron desde el puro dolor de las expectativas truncas. Camuflando sus verdaderas motivaciones se congregaron alrededor del palo seco a cuyo tope enarbolaron el harapo miserable de la envidia, y bajo esa sombra buitresca inventaron la máscara plástica de palabras que cubriera el rostro henchido de hiel. Hablaron entonces del “espíritu inconforme motorizando la trasgresión provocadora frente al trazo firme de las artes clásicas”, frases huecas dichas seriamente en discursos rimbombantes con pretensiones vanguardistas.
Tigre Mc Laren distó mares de dejarse embaucar por esos cantos de sirenas, quizás la herida inevitable fracturando el ego le obligó a tensar los músculos insinuando el arrebato de la cólera, apenas el reflejo instintivo de edades atávicas en las que la violencia garantizaba sobrevivir. Aquel destello feroz fue sólo eso, alzó la vista hacia la bondadosa beldad y en lugar de ahogarse en el resentimiento por la cúspide inalcanzable dio gracias de poder disfrutar los dones privilegiados de los maestros hacedores de obras inmortales. “No hay otra vanguardia delante de los clásicos”, se dijo con lágrimas emocionadas desafiando el equilibrio al borde de las pestañas. Su corazón seguía sano, su alma limpia.
Dueño de sí, asumió con elegante galanura que sus cortas habilidades jamás le permitirían hacerse justo acreedor al título de “artista”. No siempre voluntad e inteligencia logran compensar lo que natura no da. Inquieto y bien intencionado se acercó a las turbas alborotadas de desahuciados no resignados, reunidas en metódicos aquelarres rupturistas de índole bienal. Quizás… ¿Quién sabe?… Tal vez…. Pudiera ser que el campo del arte fuese más extenso. La esperanza nunca es vana.
- ¡Esto es arte! -exclamó el anteojudo rubio de polera y boina frente al mamarracho de ocasión.
- ¡Ah! Entonces usted lo entiende. ¿Podría explicármelo? –preguntó Tigre Mc Laren-. Porque, verá, yo no lo entiendo.
- Por supuesto que no -afirmó el vanguardista aclarando de inmediato-. No lo entiendo ni puedo explicarlo, esto es algo elevadamente abstracto, una experiencia netamente sensorial que nos une al cosmos en movimiento. ¿No lo siente usted?
- No, sinceramente no.
- Bueno, no importa de todas maneras.
- ¿No?
- No.
- Pero… ¿Qué diferencia a ese lienzo del pañuelo usado por un tuberculoso?
- El arte.
- ¿Cuál arte?
- No todo es La Gioconda ni Las Meninas, ¿sabe? –retrucó molesto, reacomodando los anteojos con énfasis de fin de charla.
Más allá se escuchaban aplausos. Sin esfuerzo Tigre Mc Laren descolgó la mirada del cuadro incomprensible y caminó rumbo al sitio del que provenían las festivas palmas. Poetas dadaístas munidos de tijeras seleccionaban artículos periodísticos de actualidad política, recortaban palabra por palabra, mezclaban los papelitos en el interior de un cubilete y siguiendo el orden azaroso en que salían armaban copiando en pizarra lo que, según ellos, eran poemas. Tras la solemne lectura de esos versos imposibles, alguien recriminó a Tigre Mc Laren por no aplaudir a “los artistas y su obra”.
- Es que eso no es poesía –se defendió como pensando en voz alta.
- Típica observación de una mente estrecha –acusó, con actitud de militante fuera de época, la gorda ya veterana de suéter Mar del Plata cargada de aros en la nariz y las cejas pero ninguno en las orejas.
- ¿La poesía no debe ser bella? –interrogó Mc Laren creyendo que alguien más allí debía compartir su desazón.
- ¡No! –aseguró con vehemencia el imberbe anarco punk de metro cincuenta de alto, más quince centímetros de cresta teñida de rojo, brotando por detrás de la gorda-. Estos poemas tienen un mensaje más allá de sus palabras, no pesa la métrica ni la rima sino la intención de desnudar las miserias del orden burgués para cambiarlas al fin por el caos libertario de la originalidad creativa.
- Todos podemos y debemos ser artistas –proclamó el hombre del saco de pana negra y cabellos entrecanos.
- No lo creo; suena a esas cosas que quisiera creer pero no son cuestión de fe –opuso Tigre Mc Laren.
- Es un prejuicio muy antiguo y arraigado –interrumpió la flaca anoréxica de largos cabellos negros y ondulados junto al hombre del saco de pana- el suponer la creación artística patrimonio exclusivo de algunos pocos iluminados. –Y en seguida arengó- ¡Todos somos artistas!
- ¡Todos somos artistas! –gritaron a coro varios presentes repitiendo la consigna de la bienal.
- Querida –dijo el hombre del saco de pana-, adoro el modo en que has puesto en su lugar a este reaccionario que, sin dudas, está aquí para provocar.
E inmediatamente se la llevó del brazo, casi flameando el vestido de malgastado escote en su delgadez extrema. Los demás también se apartaron de Tigre Mc Laren con el desprecio a flor de piel. De inmediato comprendió que en esos eventos tan promocionadamente libres, la única libertad posible es la de permanecer en el rebaño sin siquiera ponerse a pensar quién hace de oveja mansa o de pastor. Sin embargo, y en lugar de irse, Tigre Mc Laren siguió husmeando por ahí.
En el centro medular de la muestra se emplazaban distintos adefesios presentados como esculturas alegóricas destinadas a cuestionar milenarias creencias de la humanidad. Tigre Mc Laren no gastó saliva en cuestionar la falta de sutileza para abordar groseramente temáticas capaces de herir los sentimientos de muchos, aunque no fueran los suyos. Lamentó profundamente esa celebración de lo burdo, la chatura elemental que no dejaba ningún resquicio para disfrutar del placer de la ironía, nada que llevar de charla constructiva a la mesa del café, ningún escalón en el que hacer pie y elevarse. Sentía que algo debía decir. Observó el entorno, captó que protestar al impulso del momento sería servir al juego cayendo en la trampa. Se contuvo y siguió dando vueltas. Algo debía hacer.
Antes de irse, calladamente, llenó con sus datos personales la planilla de expositores para el siguiente encuentro.
La sonrisa del esfuerzo acompañó en el gemido la sonsonora culminación de su obra. El compacto cilindro cayó con sus generosas dimensiones en el lugar y posición deseados. Se levantó incorporándose, giró y al verla completa se congratuló diciendo para sí: “¿Así que quieren arte? Yo les voy a dar arte”.
- ¿Por qué en el bidet? –quiso saber la señora del tapado.
- Esa es la trasgresión –justificó Tigre Mc Laren-, porque el artista no reconoce límites.
- ¿Y eso de qué materiales está hecho?.
- Es auténtico, puro arte contemporáneo, la vanguardia misma.
- ¿Auténtico?
- Garantizado. Básicamente es arroz, que representa la consistencia. El color se lo confiere el chocolate, que interpreto como la recóndita oscuridad en el espíritu del artista, y finalmente los granos de maíz, que tienen función meramente decorativa y representan los artilugios con que se impactan los sentidos, aunque también sería válido verlos como chispazos de inspiración.
- ¿Y está a la venta?
- No, realmente no. No podría garantizar su adecuada conservación; me temo que es arte efímero, como tanta modernidad.
Algo incómoda, acaso sin saber qué reacción demostrar, la señora del tapado se aproximó, no sin prevenciones olfativas, a leer el nombre de la obra escrito con entendibles cursivas de marcador negro en el borde del bidet:
“León Ferrari, homenaje a su trayectoria”.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
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