Contra todos los pronósticos de los encuestadores, las PASO -esa farsa electoral con la que la casta política finge una legitimidad de representación que no puede ni quiere tener-, dieron el resultado inesperado que, en su contundencia, trajo una paradoja argentina por efecto acumulativo del absurdo: la elección absurda convierte en absurda a la elección real.
La proyección de las PASO es tan severa que sin haber elegido nada todo parece estar elegido. Pero no lo está; ese es el punto.
No estando el resultado más que presupuesto, cabe la posibilidad de hechos y/o actos que lo modifiquen y con ello la proyección del resultado. Esa chance abierta insta al vencedor a congelar la escena, del mismo modo que desafía al derrotado a mostrar audacia e ingenio para patear el tablero, desordenar las piezas y cambiarle el final al cuento.
Sin embargo, a la manera argentina de desafiar la lógica, la certeza de la victoria hizo que en el kirchnerismo se anticiparan las fricciones entre albertistas y cristinistas, entre los que actúan de peronistas moderados (sin que se pueda aún saber que tan moderados son) y los que son comunistas con ganas de mandar a Siberia a todo el que no lo sea, entre quienes dicen ser republicanos negándose a reformar la Constitución Nacional y los que quieren derogarla como a la República misma. Es decir, los que ganaron huelen el poder volviendo a sus manos y se muestran los dientes, como en una repetición farsesca de aquella vez en Ezeiza.
Con la misma manera argentina de desafiar la lógica, el derrotado oficialismo reaccionó inicialmente haciendo pucheros de nene caprichoso, manteniendo el mismo staff de mariscales de la derrota y repitiendo intacto el discurso progre.
Es decir, los que ganaron y deben cuidar que nada cambie se sienten tan ansiosos que llevan mala vibra al tablero como producto de las tensiones en su seno; con ello las piezas todavía no se desordenan, pero tiemblan. Y los que perdieron, que debían salir modificar significativamente la posición de las piezas y hasta la inclinación del tablero, parecen los guardianes del orden, dedicados a concientizar a sus fieles que haciendo exactamente lo mismo, pero con mucha fe, se producirá el milagro.
Así es como no se observa audacia en la campaña de CAMBIEMOS, no hay desde el Presidente Macri la profundidad de una autocrítica que lleve a tomar decisiones que puedan modificar el escenario proyectado por las PASO.
A tal punto, que iniciando la gira proselitista en Barrancas de Belgrano, lo que ofreció Horacio Rodríguez Larreta, casi asumiendo desde ahora que será él lo que le quede al PRO, apelando al optimismo sciolista afirmó estar en condiciones de demostrar que "podemos tener un país con valores un país en el que se habla de la verdad". El problema es que los valores del progresismo son contrarios a los de la Nación Argentina y se basan en mentiras.
Luego, allí mismo, Mauricio Macri al decir a uno de los asistentes: "Llorá, llorá porque eso es importante", demostró que lo único que tiene para ofrecer es catarsis colectiva y promesas de que, ahora sí, viene aquel segundo semestre que se extravió del almanaque en la impericia del mejor equipo de los últimos 50 años.
Está claro que Macri luego de las elecciones tampoco es Churchill. Sigue estando más cerca del que asumió bailando que de la sombra de cualquier estadista.
Y en la falta de autocrítica es incapaz de disimular sus contradicciones. Entonces arenga con que: "nos une decirle no a la impunidad", en una frase que sólo aplauden los devotos creyentes del milagro cambiemita, porque a los demás nos hace recordar que, además de ir a tirar flores al río por los terroristas que nos atacaron en los '70s, lleva de candidato a Vicepresidente a Miguel Ángel Pichetto, garante de los fueros parlamentarios que le otorgan impunidad y libertad a Cristina Fernández.
Para completar el cuadro, desde Salta, casi en paralelo con el acto oficialista, Alberto Fernández criticaba las promesas incumplidas de Mauricio Macri prometiendo a su vez un horizonte completamente ilusorio.
Eso que Macri y Fernández exhiben es su pertenencia a la casta política. Emotividad sin ideas ni programas. Sólo mentiras.
Ya he dicho que, en mi opinión, el único camino que tiene el oficialismo para evitar el regreso del kirchnerismo es que Mauricio Macri resigne su candidatura en favor de Roberto Lavagna, por ser el único de los candidatos que, puesto en situación expectante, podría recuperar en su provecho parte del voto peronista que apoyó a Alberto Fernández en las PASO. Y aún así el resultado sería dudoso.
He aclarado también que sería muy difícil que ello ocurra, porque esa decisión requiere un pensamiento con proyección de futuro y una noción de sacrificio -como en el ajedrez- que son extrañas a la personalidad de Mauricio Macri.
Aún así, si se diera algo por el estilo, el momento propicio para patear el tablero sería el primero de los debates presidenciales, que tendrá lugar el 13 de octubre, desde las 21, en la Universidad del Litoral, en Santa Fe, donde los candidatos deberán hablar sobre Relaciones internacionales; Economía y finanzas; Derechos humanos, diversidad y género; y Educación y salud.
Allí los candidatos tendrán 3 minutos por ronda para decir lo suyo. Y el peor perfilado para el evento es Mauricio Macri, porque desde el debate con Daniel Scioli su fulminante pregunta: "¿en qué te han convertido?" da vueltas como un boomerang afilado que espera el momento de caerle encima.
Ahora bien, el presidente Mauricio Macri será el primero en exponer, debería pensar si quiere dedicar esos tres minutos para alcanzar la gloria o la indiferencia, a patear el tablero de manera que el partido vuelva a empezar o a cerrar el juego con la anunciada victoria de Fernández. Ninguno de los otros candidatos tiene ese poder. Ninguno.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López.