.
.
Veterano, de los nuestros, el tipo conoció en carne propia el significado de la palabra incomprensión. La batalla por Malvinas le resultó a la postre una vivencia mucho menos dolorosa que el regreso entre sombras, silencios y estigmas. No le costó perdonar, su corazón nació grande, pero entenderlo hasta poder digerirlo le llevó un tiempo largo. Aquellas experiencias lo hicieron más reservado aún de lo que la naturaleza social y genética tenía predestinado, así el muchacho se hizo hombre de pocas palabras, con la mirada limpia y la conducta recta. Cualquiera que no lo conociera por su nombre, se vería tentado de aventurar la respuesta del cifrado borgeano. Y sí, bien podría llamarse Jacinto Chiclana.
Pero para Tigre Mc Laren, Julián es simplemente “El Negro”. Y aunque el invierno aplique su rigor no abandonan la costumbre de llevar la sobremesa junto a los restos del fogón. Noche fresca y estrellada que se disfruta en el patio, donde lentamente se van haciendo cenizas las brasas que ardieron por el sagrado ritual del asado y la amistad. En la parrilla yace una última molleja olvidada adrede por la graciosa decisión del asador. Es que de fondo, en orden aleatorio de temas, suena “¿Trajiste la guitarra?” el disco de Lucio Arce y Los del Zaguán. Son cinco amigos alargando la sobremesa en la botella del whisky. Sentir pasando por la garganta la aspereza berreta de Los Criadores -The Breeders Choice- es tradición antes que gusto. Hay etiquetas de mayor jerarquía en la bodeguita del anfitrión, pero no es el paladar lo que buscan satisfacer sino la recordación de los padres. Alguna otra noche de asado descubrieron en la charla cargada de anécdotas que ese era el whisky que tomaban sus respectivos viejos, y por reverencia al alma pater hicieron de esa coincidencia el sello de las reuniones.
Al crepitar del último leño, el enorme dogo masca un hueso con la vista fija en las llamas. Echado en medio de los amigos, Ranquel parece percatarse del silencio de los hombres alzando la cabeza en una pausa antes de volver a ejercitar la mandíbula. Julián arremolina los hielos con el índice. Tigre Mc Laren juega con el vaso entre sus palmas, haciéndolo rodar. Ariel intenta vaciar el vaso en rápidos y sucesivos tragos, como tomando jarabe con gusto feo, modo riesgoso de beber para el abstemio en la excepción que confirma la regla. Santiago deja el vaso vacío en el piso y Carrerita, despatarrado con las manos entrelazadas a la nuca, espera que el hielo se disuelva en su boca. Desde el interior de la casa llega el murmullo y risas de las mujeres.
Entre amigos, los silencios tienen el significado de la confirmación. No es necesario decir nada para justificar el hecho de estar. Cualquier palabra sería redundante, y no es que sean ajenos al ejercicio de parlotear nada más que por decir algo. Acaso, -hermosa palabra la palabra “acaso”- desde el semicírculo alrededor del fuego se remonten al comienzo de la amistad, allá en el clan primigenio donde otros hombres habrán compartido esa misma sensación de estar entre pares, sabiendo todo lo que había que saber.
Y en medio del silencio, ya cumplido el ritual de beber el whisky de los padres, mientras Ranquel se rasca la oreja abandonando el hueso limpio, Julián, muy serio dice aquello que desata las carcajadas:
- Hoy me siento locuaz.
- Se nota, se nota, por eso no parás de hablar.
- No se rían boludos, lo digo en serio.
Pero no dice nada más y al rato vuelven a reír. Basta mirarse unos a otros para reír. Saliendo al patio la esposa de Santiago anuncia con un “¿Vamos?” que es la hora del taza taza y cada cual a su casa. Tigre, el único del grupo en soltería, antes de atravesar la puerta de salida estrecha en un abrazo al Negro y a modo de cachada afectuosa le besa la mejilla diciendo jodón:
- Chau, locuaz…
Tigre vuelve a reír, se aleja tres pasos en busca de su moto y jugando a estar borracho se da vuelta gritando:
- ¿Sabés cuánto te quiero, hermano? Pero vos no podés estar locuaz, como mucho podrás ser un secuaz.
Ranquel gana la calle cuando la moto se aleja, y a Julián no le queda más remedio que acompañarlo a regar árboles en su vuelta a la manzana. Es noche camino a la madrugada, nadie en la calle. Y aunque sus amigos se rían, y él con ellos, Julián se siente locuaz. Por eso apura sus pasos y los del perro. Al volver va directo a la cocina, cierra el grifo del agua indicándole a su mujer que deje todo para mañana, y abrazándola por la cintura le dice que hay algo que lo ronda hace tiempo, algo que siempre quiso decirle y que no sabía cómo, pero que esta noche se siente capaz de decir y hasta cantarlo con forma de Tango. Julián, el de guardarse las cosas, la mirada franca y la conducta recta, se siente locuaz.
- Eras vos, siempre fuiste vos.
- ¿Qué cosa? –dice ella entre emocionada y sorprendida.
- Eras vos –repite él, e inmediatamente canta para ella:
Pero para Tigre Mc Laren, Julián es simplemente “El Negro”. Y aunque el invierno aplique su rigor no abandonan la costumbre de llevar la sobremesa junto a los restos del fogón. Noche fresca y estrellada que se disfruta en el patio, donde lentamente se van haciendo cenizas las brasas que ardieron por el sagrado ritual del asado y la amistad. En la parrilla yace una última molleja olvidada adrede por la graciosa decisión del asador. Es que de fondo, en orden aleatorio de temas, suena “¿Trajiste la guitarra?” el disco de Lucio Arce y Los del Zaguán. Son cinco amigos alargando la sobremesa en la botella del whisky. Sentir pasando por la garganta la aspereza berreta de Los Criadores -The Breeders Choice- es tradición antes que gusto. Hay etiquetas de mayor jerarquía en la bodeguita del anfitrión, pero no es el paladar lo que buscan satisfacer sino la recordación de los padres. Alguna otra noche de asado descubrieron en la charla cargada de anécdotas que ese era el whisky que tomaban sus respectivos viejos, y por reverencia al alma pater hicieron de esa coincidencia el sello de las reuniones.
Al crepitar del último leño, el enorme dogo masca un hueso con la vista fija en las llamas. Echado en medio de los amigos, Ranquel parece percatarse del silencio de los hombres alzando la cabeza en una pausa antes de volver a ejercitar la mandíbula. Julián arremolina los hielos con el índice. Tigre Mc Laren juega con el vaso entre sus palmas, haciéndolo rodar. Ariel intenta vaciar el vaso en rápidos y sucesivos tragos, como tomando jarabe con gusto feo, modo riesgoso de beber para el abstemio en la excepción que confirma la regla. Santiago deja el vaso vacío en el piso y Carrerita, despatarrado con las manos entrelazadas a la nuca, espera que el hielo se disuelva en su boca. Desde el interior de la casa llega el murmullo y risas de las mujeres.
Entre amigos, los silencios tienen el significado de la confirmación. No es necesario decir nada para justificar el hecho de estar. Cualquier palabra sería redundante, y no es que sean ajenos al ejercicio de parlotear nada más que por decir algo. Acaso, -hermosa palabra la palabra “acaso”- desde el semicírculo alrededor del fuego se remonten al comienzo de la amistad, allá en el clan primigenio donde otros hombres habrán compartido esa misma sensación de estar entre pares, sabiendo todo lo que había que saber.
Y en medio del silencio, ya cumplido el ritual de beber el whisky de los padres, mientras Ranquel se rasca la oreja abandonando el hueso limpio, Julián, muy serio dice aquello que desata las carcajadas:
- Hoy me siento locuaz.
- Se nota, se nota, por eso no parás de hablar.
- No se rían boludos, lo digo en serio.
Pero no dice nada más y al rato vuelven a reír. Basta mirarse unos a otros para reír. Saliendo al patio la esposa de Santiago anuncia con un “¿Vamos?” que es la hora del taza taza y cada cual a su casa. Tigre, el único del grupo en soltería, antes de atravesar la puerta de salida estrecha en un abrazo al Negro y a modo de cachada afectuosa le besa la mejilla diciendo jodón:
- Chau, locuaz…
Tigre vuelve a reír, se aleja tres pasos en busca de su moto y jugando a estar borracho se da vuelta gritando:
- ¿Sabés cuánto te quiero, hermano? Pero vos no podés estar locuaz, como mucho podrás ser un secuaz.
Ranquel gana la calle cuando la moto se aleja, y a Julián no le queda más remedio que acompañarlo a regar árboles en su vuelta a la manzana. Es noche camino a la madrugada, nadie en la calle. Y aunque sus amigos se rían, y él con ellos, Julián se siente locuaz. Por eso apura sus pasos y los del perro. Al volver va directo a la cocina, cierra el grifo del agua indicándole a su mujer que deje todo para mañana, y abrazándola por la cintura le dice que hay algo que lo ronda hace tiempo, algo que siempre quiso decirle y que no sabía cómo, pero que esta noche se siente capaz de decir y hasta cantarlo con forma de Tango. Julián, el de guardarse las cosas, la mirada franca y la conducta recta, se siente locuaz.
- Eras vos, siempre fuiste vos.
- ¿Qué cosa? –dice ella entre emocionada y sorprendida.
- Eras vos –repite él, e inmediatamente canta para ella:
Sabés bien que cuando yo digo “Te amo”,
no lo digo nada más por decir.
Es lo más profundo que vive en mí,
como esas locas euforias de Abril,
la angustia de Mayo, el dolor de Junio,
la mezcla de alegría y de infortunio
me hace ser lo que soy, que es mi sentir.
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
Porque yo, mi vida, yo te soñé,
fuiste el cielo del más dulce anhelo
en la vigilia de las armas,
cada noche iluminada
por el fuego del inglés.
Yo te soñé
y al soñarte me salvé.
Sí, te soñé
desde el frío y el cansancio,
donde el miedo, harto ya del miedo,
a la locura le sacó bravura
para sentirme fuerte y no caer.
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
En humos de mi aliento quise ver,
una bella silueta de mujer,
una tibia razón para volver,
supe, mucho antes de saberte quién,
la cálida textura de tu piel,
la suave sombra de tu desnudez,
aquella vez, mi amuleto de la suerte,
talismán contra la muerte,
fue la idea de encontrarte, alguna vez…
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
¡Estoy tan pleno cuando estoy con vos!
Que si no existiera el amor,
lo habría inventado…
para nosotros dos.
no lo digo nada más por decir.
Es lo más profundo que vive en mí,
como esas locas euforias de Abril,
la angustia de Mayo, el dolor de Junio,
la mezcla de alegría y de infortunio
me hace ser lo que soy, que es mi sentir.
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
Porque yo, mi vida, yo te soñé,
fuiste el cielo del más dulce anhelo
en la vigilia de las armas,
cada noche iluminada
por el fuego del inglés.
Yo te soñé
y al soñarte me salvé.
Sí, te soñé
desde el frío y el cansancio,
donde el miedo, harto ya del miedo,
a la locura le sacó bravura
para sentirme fuerte y no caer.
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
En humos de mi aliento quise ver,
una bella silueta de mujer,
una tibia razón para volver,
supe, mucho antes de saberte quién,
la cálida textura de tu piel,
la suave sombra de tu desnudez,
aquella vez, mi amuleto de la suerte,
talismán contra la muerte,
fue la idea de encontrarte, alguna vez…
Eras vos…
Allá lejos, y tan cerca,
a los jirones de mi alma
los unía una esperanza…
Y eras vos.
¡Estoy tan pleno cuando estoy con vos!
Que si no existiera el amor,
lo habría inventado…
para nosotros dos.
Y luego, claro, ahí va el beso y triunfa el amor.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
http://www.plumaderecha.blogspot.com/
Estado Libre Asociado de Vicente López.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
http://www.plumaderecha.blogspot.com/
Estado Libre Asociado de Vicente López.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo comentario es bienvenido siempre que exprese ideas en forma educada.