LA DERECHA POR LA DERECHA.
Apuntes para el debate que viene II.
Apuntes para el debate que viene II.
EL PODER, LAS IDEAS, Y UNA VELA SOBRE LA MESA.
Sobre la faz de América, cruzando umbral al Bicentenario de la Patria, que nos escupirá en la cara un presente a contramano de los sueños ayer soñados tras la máscara de Fernando VII, la sombra, apenas la sombra de la República Argentina deambula errante, condicionados sus reflejos a seguir impulsos ajenos, sin ambición de grandeza y amnésica de su destino.
Acaso, podrá decirse, el sueño de alzar en el Plata un faro que alumbre buena parte del mundo confundió el orgullo con la arrogancia, pero los contemporáneos de Don Vicente López y Planes vencieron dos veces al invasor inglés en las calles de Buenos Ayres, se rebelaron contra España y formaron el glorioso Ejército que desafiando Los Andes cruzó las fronteras de las Provincias Unidas haciendo replicar el grito sagrado de ¡Libertad!. Para ellos el sueño era realizable, habían sentido en la cara la felicidad del viento épico y sus ojos vislumbraban el futuro con hazañoso fervor.
Aunque nacidos de gestas heróicas, la fundación de la nueva nacionalidad se enmarañó en la complejidad de nuestras contradicciones, quedando para el registro de la historia –historia de hombres, no de dioses, ni demonios- que la pasión y la razón se han cruzado infinitas veces con fortuna dispar y consecuencias retrógradas. Así ha sido Facundo Quiroga la inspiración que llevó a Domingo Faustino Sarmiento a sintetizar en una sola disyuntiva universal la esencia de toda la energía consumida en las luchas internas: Civilización o Barbarie. Lo curioso es que el Tigre de los Llanos, caudillo del federalismo, era “por convicción” unitario. Decía Quiroga que el sentimiento de los pueblos estaba en la causa del federalismo y que a esa voluntad sometía la suya.
Considerando el tiempo y la sangre del país que consumieron las guerras civiles entre federales y unitarios, con el principal resultado de postergar estérilmente la organización constitucional, la decisión del riojano, por más que según se quiera puede ser elogiada o denostada, evidencia cierta incongruencia ética que a la postre se emparienta con la hipocresía del federalismo proclamado en los papeles y los discursos pero desmentido, igual que sus supuestos beneficios, por la implacable realidad del territorio, población y recursos.
El debate sobre la forma de gobierno, unitaria o federal, aunque convertido en tabú por la corrección política de la unidad nacional, dista mucho de haber sido clausurado. Desde el vamos se acepta que la proclamada fe federal de la Constitución Nacional tiene los atenuantes impuestos tanto por el reconocimiento de luchas encarnizadas como por otras convicciones no confesadas; por eso, ya se trate de Mitre, Sarmiento, Roca, Yrigoyen, Perón, Alfonsín, Ménem o Kirchner, ningún Presidente ha tenido por premisa fáctica ahondar el federalismo. Es que la historia argentina registra el privilegio de los nombres por sobre las ideas. De haber sido consecuente con sus ideas, seguramente Facundo Quiroga no hubiese sido el caudillo mítico que montaba un caballo con poderes sobrenaturales; pero él, igual que muchos, prefirió entregarse en cuerpo y alma a la demagogia, al culto a la personalidad según el capricho hecho necesidad de las masas.
El ejercicio del poder difumina las ideas seduciendo egos. Esa es la principal corrupción del poder, y la humildad su primera víctima. No existe el líder cuya personalidad sea inmune a las caricias del poder, y es obvio que sin ambición de poder no es posible llevar ninguna idea adelante. Ese es justamente el riesgoso filo del cuchillo. En detrimento de cualquier ideario, con menor o mayor velocidad, toda conducción política tiende a concentrar sobre sí la mayor cantidad de facultades, cosa que va acentuándose en forma directamente proporcional con la persistencia en los cargos, al punto que la frase “el poder total corrompe totalmente” resulta una verdad irrefutable pero que comienza mucho antes de los actos específicamente corruptos. El gran mérito de la República, el antídoto contra la corrupción de las ideas es, además de la separación de las funciones del poder, la imposición de plazos estrictos para la permanencia de los individuos en los cargos políticos. La dinámica democrática de renovación periódica y constante en los cargos electivos del Poder Ejecutivo y Legislativo, garantizan que las ideas y los proyectos en ellas fundadas se mantengan por encima de los nombres.
Por eso, sostengo que ningún cargo electivo debe ser susceptible de prolongarse más allá de dos períodos consecutivos. Graficando a lo Sarmiento: Ningún sillón republicano puede servir para el engorde de asentaderas por causa del quietismo. La práctica democrática es enemiga de la permanencia y el estancamiento que llevan al conformismo y el desinterés. El recambio de nombres, la posible rotación entre partidos, son síntomas de salud institucional que ayudan a mantener el enfoque de la cosa pública sobre los asuntos concretos que hacen a la calidad de vida de los ciudadanos.
Aunque nacidos de gestas heróicas, la fundación de la nueva nacionalidad se enmarañó en la complejidad de nuestras contradicciones, quedando para el registro de la historia –historia de hombres, no de dioses, ni demonios- que la pasión y la razón se han cruzado infinitas veces con fortuna dispar y consecuencias retrógradas. Así ha sido Facundo Quiroga la inspiración que llevó a Domingo Faustino Sarmiento a sintetizar en una sola disyuntiva universal la esencia de toda la energía consumida en las luchas internas: Civilización o Barbarie. Lo curioso es que el Tigre de los Llanos, caudillo del federalismo, era “por convicción” unitario. Decía Quiroga que el sentimiento de los pueblos estaba en la causa del federalismo y que a esa voluntad sometía la suya.
Considerando el tiempo y la sangre del país que consumieron las guerras civiles entre federales y unitarios, con el principal resultado de postergar estérilmente la organización constitucional, la decisión del riojano, por más que según se quiera puede ser elogiada o denostada, evidencia cierta incongruencia ética que a la postre se emparienta con la hipocresía del federalismo proclamado en los papeles y los discursos pero desmentido, igual que sus supuestos beneficios, por la implacable realidad del territorio, población y recursos.
El debate sobre la forma de gobierno, unitaria o federal, aunque convertido en tabú por la corrección política de la unidad nacional, dista mucho de haber sido clausurado. Desde el vamos se acepta que la proclamada fe federal de la Constitución Nacional tiene los atenuantes impuestos tanto por el reconocimiento de luchas encarnizadas como por otras convicciones no confesadas; por eso, ya se trate de Mitre, Sarmiento, Roca, Yrigoyen, Perón, Alfonsín, Ménem o Kirchner, ningún Presidente ha tenido por premisa fáctica ahondar el federalismo. Es que la historia argentina registra el privilegio de los nombres por sobre las ideas. De haber sido consecuente con sus ideas, seguramente Facundo Quiroga no hubiese sido el caudillo mítico que montaba un caballo con poderes sobrenaturales; pero él, igual que muchos, prefirió entregarse en cuerpo y alma a la demagogia, al culto a la personalidad según el capricho hecho necesidad de las masas.
El ejercicio del poder difumina las ideas seduciendo egos. Esa es la principal corrupción del poder, y la humildad su primera víctima. No existe el líder cuya personalidad sea inmune a las caricias del poder, y es obvio que sin ambición de poder no es posible llevar ninguna idea adelante. Ese es justamente el riesgoso filo del cuchillo. En detrimento de cualquier ideario, con menor o mayor velocidad, toda conducción política tiende a concentrar sobre sí la mayor cantidad de facultades, cosa que va acentuándose en forma directamente proporcional con la persistencia en los cargos, al punto que la frase “el poder total corrompe totalmente” resulta una verdad irrefutable pero que comienza mucho antes de los actos específicamente corruptos. El gran mérito de la República, el antídoto contra la corrupción de las ideas es, además de la separación de las funciones del poder, la imposición de plazos estrictos para la permanencia de los individuos en los cargos políticos. La dinámica democrática de renovación periódica y constante en los cargos electivos del Poder Ejecutivo y Legislativo, garantizan que las ideas y los proyectos en ellas fundadas se mantengan por encima de los nombres.
Por eso, sostengo que ningún cargo electivo debe ser susceptible de prolongarse más allá de dos períodos consecutivos. Graficando a lo Sarmiento: Ningún sillón republicano puede servir para el engorde de asentaderas por causa del quietismo. La práctica democrática es enemiga de la permanencia y el estancamiento que llevan al conformismo y el desinterés. El recambio de nombres, la posible rotación entre partidos, son síntomas de salud institucional que ayudan a mantener el enfoque de la cosa pública sobre los asuntos concretos que hacen a la calidad de vida de los ciudadanos.
Aquella aguda sentencia de José Ortega y Gasset “argentinos a las cosas”, no ha perdido actualidad. Pero mientras discutamos nombres en lugar de ideas seguiremos siendo una sombra que deambula errante por la faz de América Latina, entre la envidia al Brasil, una envidia perezosa incapaz de emular su determinación de orden y progreso, y la expectativa boba por andar de comparsa para la cantinela de impulsos comunistas que desde la tiranía perpetua de Cuba se propaga -en perjuicio de la América democrática- merced al petróleo que alimenta el personalismo disfrazado de “Revolución Bolivariana” del venezolano Hugo Chávez.
En esa misma faz de América Latina, Colombia, la incomprendida Colombia jaqueada por el narco y las guerrillas, tiene frente a sí la oportunidad de mostrar al mundo un claro ejemplo de no subordinar las ideas a los nombres. El Presidente Álvaro Uribe, quien supo darle a la conducción del Estado la valentía para dejar atrás años de inmovilidad y fracaso en la lucha contra las FARC, pasando de las resignaciones de Pastrana a la más decidida ofensiva, se encuentra ahora a un paso de la gloria o el escarnio. Una decisión, nos dirá en breve si se trata de un auténtico patriota colombiano y estadista de la democracia al que vale la pena escuchar, o apenas otro ambicioso creído de ser irremplazable. Si cuestionamos a Mel Zelaya por intentar pisotear la Constitución de Honduras en el afán de reelegirse, no podemos cambiar de vara para medir a otro Presidente de la región. Desde la derecha esperamos, por el bien de Colombia y de América toda, que el Presidente Uribe no se lance a un tercer mandato. Su misión está cumplida, y lo que resta por hacer debe poder realizarlo otro patriota colombiano aportando nueva vitalidad para el mismo proyecto. El estado de cosas en la Patria Grande exige de Álvaro Uribe demostrar cabalmente que las ideas están por encima de los hombres. En el Continente Americano necesitamos su voz, la de un estadista exitoso, que desde la humildad del llano haga sentir a los enemigos de la democracia la infamia de sus nombres y denuncie sus atropellos contra la libertad.
Propio de la democracia, poner las ideas en primer plano es asegurar lo cristalino de las acciones desenredando la confusión. Si Argentina está lejos de ser aquel faro del Plata que soñaron los patriotas de Mayo, es justamente porque no hemos sabido a lo largo del tiempo poner ideas sobre la mesa. Y poner ideas sobre la mesa es tener la convicción de someterlas a examen en una discusión a fondo. Obsérvese la realidad del movimiento peronista de cara al 2011, en el partido de los pragmáticos del poder -que eso es lo que es- no se discuten ideas sino exclusivamente poder, por eso es hoy maraña de nombres amontonados al amparo del nombre fundador con una amplitud de espectro que abarca a la vez tanto el si, como el no y el tal vez de cualquier idea. Todo y nada es el significado del peronismo de Ménem a Kirchner pasando por Duhalde. Quien sea puede ponerse el rótulo de peronista, o recibirlo sin proponérselo. De allí que permanentemente estén negociando; en ocasiones tumultuosamente con cascotazos y tiros, festejando la filosofía del choque, traición y reparto con la folclórica sonrisa de Antonio Cafiero para explicar que las peleas entre peronistas inevitablemente confluirán en algún tipo de acuerdo porque son como los gatos que chillan al reproducirse.
Ser peronista es permanecer en el poder comprando discursos de ocasión; eternos intendentes y funcionarios dan prueba cabal de ello. Menemistas, que fueron luego furiosos duhaldistas, se convirtieron en rencorosos kirchneristas que hoy miden los vientos calculando el próximo salto. Esa cercanía enamoradiza del peronismo con el poder, es lo que le ha permitido fagocitarse sin empacho distintos proyectos de terceras fuerzas, Ucede, Modín, Partido Intransigente, Movimiento de Integración y Desarrollo, todos diluidos directa o indirectamente dentro del insaciable Movimiento Peronista. Hay que asumir, cual dato de la realidad, que el peronismo muy probablemente seguirá estando en el poder iniciando lo que se percibe como el post kirchnerismo. Son parte del problema y también de la solución. Son peronistas, incorregibles según Borges.
Menos apegados al poder, los radicales -con la identidad peligrosamente desdibujada- rifaron la chance de un país de alternancia bipartidista porque les falta eso que sobra entre los peronistas y que tuvieron la ingenuidad de pedirles prestado cuando se aliaron con el Frepaso o se sometieron al kirchnerismo. El poder es como las bayonetas, sirve para cualquier cosa menos para sentarse encima.
El difícil desafío del Bicentenario es poner las ideas sobre la mesa, pero por ahora sobre la mesa no hay nada más que una vieja y persistente vela de los tiempos de Vieytes, soñando, pese a todo, erguirse algún día en el faro del Plata.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
http://www.plumaderecha.blogspot.com/
Estado Libre Asociado de Vicente López.
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