Cuando veía a Mohamed Alí temblar bajo los efectos del parkinson, Joe Frazier sonreía: "Yo le hice eso", decía.
Pienso en esa crueldad de Frazier cada vez que veo los pilotes frente a los edificios de la comunidad judía, porque imagino un terrorista diciendo eso mismo, jactándose de haber puesto ese miedo en la sociedad argentina.
Es una huella física y evidente del terrorismo. Los vemos y recordamos que están ahí porque puede volver a pasar. El terror nos cambió el paisaje cotidiano, y lo normalizamos como a tantas otras cosas. Son una defensa, si; pero también un logro del enemigo.
Luego, hay otras huellas que ha dejado el terrorismo en Argentina mucho más sutiles, ciertos pilotes en las mentes de toda la sociedad que, en lugar de recordarnos que los terroristas son malvados por definición, pretenden que sea políticamente correcto pasarlos como víctimas y lamentarnos por haberlos eliminado.
Por mucho que tengamos internalizada la hipocresía, resistiendo contra el tremendo adoctrinamiento del régimen kirchnerista y su continuación progre, siempre está George Orwell en la biblioteca, a mano para recordarnos que 2 + 2 = 4.
Sabe la razón, bajo la cobardía intelectual de los "políticamente correctos", que no hay diferencia moral alguna entre los atentados contra la República Argentina perpetrados por terroristas a lo largo de la historia.
Ni siquiera esa supuesta separación entre terrorismo local e internacional: Montoneros y ERP no eran bandas locales sino esbirros de la dictadura castrista.
Es una cosa bien ridícula esa de condenar los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, pero al mismo tiempo tirar flores al río por los que pusieron las bombas en el Comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal o el edificio donde vivía el Almirante Armando Lambruschini.
Mientras no resolvamos esa contradicción, estaremos condenados a convivir con el terrorismo. No es posible, ni ético, estar de un lado y del otro.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López
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