Que otros ejerciten la hipocresía. Muerto el ordinario que ostensiblemente se agarraba un huevo en presencia del Dr. Carlos Saúl Ménem, asistimos a otro funeral del exagerado rito peronista, un velorio en la Casa Rosada que no se hace en el Congreso para evitar que anduviera cerca el Vicepresidente Julio Cobos, destinatario de los insultos que profiere la multitud, necesitada -en el final de una época- de dar testimonio de militancia kirchnerista.
El Diputado Nacional Néstor Kirchner no me agradaba en vida y no le voy a tomar simpatía después de muerto. Antes de él, ningún presidente de nuestra democracia fue tan falto de grandeza en el respeto a los muertos de la historia reciente. A partir de Kirchner y su setentismo tardío, no por convicción sino por el pragmatismo de adquirir la franquicia de los derechos humanos, unos muertos pasaron a ser los suyos, idealistas y buenos por definición (prohibido recordar las salvajadas de las guerrillas) reivindicados hasta el hartazgo, mientras que a los otros, viles, miserables desde todo punto de vista, los consideró merecedores sólo de olvido y desprecio. Esos otros son mis muertos. Puestas así sus convicciones yo también tengo las mías y no estoy dispuesto a resignarlas; mis muertos son el Soldado Herminio Luna, el Cabo de Policía Inocencio Barrientos, el Subteniente Rodolfo Berdina, Paula Lambruschini... y sin embargo no son solamente ellos, a diferencia de Kirchner yo entiendo como argentino que todos los muertos de nuestras guerras fratricidas son míos.
No caer en el juego de rencores permanentes que propone el kirchnerismo es sano para la democracia y para el espíritu de cada quien.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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