Juan Manuel de Rosas, aquel tirano de nuestra historia que fue dueño de vidas y haciendas obstaculizando adrede la organización constitucional durante casi un cuarto de siglo, tenía una concepción del poder que mejor hubiera encajado en cualquier feudo medioeval. Era un hombre anacrónico que, como tal, retardó profundamente el desarrollo del país.
De la Batalla de Caseros Rosas huyó -en el sentido más literal de la palabra- a exiliarse en Inglaterra, con lo que la Nación Argentina logró al fin darse una Constitución receptando a través del Artículo 29 la experiencia del largo dominio rosista para que no volviera a repetirse en el futuro:
Art.- 29: El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria.
El pensamiento de Rosas tipifica el autoritarismo del patrón de estancia, incapaz de aceptar para el mundo otro orden que el del señorío, donde ante su persona todos los demás deben obrar como vasallos. Así Rosas no fue federal ni unitario; tomó una divisa y la hizo suya al sólo efecto de servirse de ella, pues no era como Facundo Quiroga que pese a ser unitario por convicción bregaba en favor de la causa federal al sentir que estaba en el deseo del pueblo, ni mucho menos un doctrinario coherente del federalismo como sí lo fue el correntino Pedro Ferré.
Rosas, surgido de nosotros (porque eso de lavarse las manos respecto de la historia es la mayor afrenta a la verdad y la memoria), fue solamente un exponente del medioevo tardío. Cierto rasgo de su personalidad, no soslayado por el historiador Manuel Gálvez en su "Vida de Don Juan Manuel de Rosas", nos revela grotescamente la esencia del hombre: su afición a los bufones.
Entre los bufones que brindaban entretenimiento a Rosas alcanzaron cierta celebridad Eusebio y Biguá, cuyo recuerdo me vino inmediatamente a la memoria viendo en la televisión (TN) el procaz despliegue de imbecilidad del Secretario de Comercio de la Nación Guillermo Moreno profiriendo amenazas durante la asamblea de accionistas de Papel Prensa del 12 de Agosto de 2010. (Ver video)
Salvando las distancias, el paralelismo es fácilmente apreciable. Así como Rosas adoptó la divisa federal para sus propósitos personalistas, Néstor Kirchner arrebató y captó para sus propósitos la de los derechos humanos, materia inexistente en la agenda del que fue Gobernador de la Provincia de Santa Cruz; y al igual que Rosas, también Kirchner goza con el entretenimiento que le ofrecen sus bufones. Bajo las apariencias de la legalidad al kirchnerismo le brota el autoritarismo de tiempos oscuros, está en su naturaleza expresarse en los modos patoteros con que le late La Mazorca y no en vano mira con extraviada añoranza la soberbia estúpida e imberbe de los que dieron en llamarse montoneros.
Del mismo modo que el llamado Restaurador de las Leyes lejos de restaurarlas impidió la organización constitucional escudándose en la obligatoriedad del cintillo punzó, Néstor Kirchner supo cubrirse con el descolgado cuadro de Videla y obstaculiza hoy a la República atacando cualquier pensamiento contrario a su proyecto hegemónico; Lilita Carrió, justo es reconocerlo, lo advirtió tempranamente.
A contramano de los valores republicanos la obsecuencia de rastreros e interesados domina la mesa de Néstor, que podría ser pintada como un cuadro de la corte palermitana en el esplendor de la decadencia. A su diestra, sometido, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires Daniel Scioli, aquel Vicepresidente que aprendió con escarnio público a comportarse como felpudo y le gustó. Detrás, acaso sintiendo la comodidad de las sombras, Cristóbal López, Franco Macri y algunos otros de igual codicia sostienen en sus manos las bolsas con los doblones. A siniestra, mostrando la sonrisa del trepador que logra encumbrarse, Héctor Timerman palmea el hombro de su Señor susurrándole que él también quiere hacer bufonadas. En segundo plano, ovillado sobre el piso, mascullando al tiempo que roe el hueso que le han tirado, quizá algo triste por perder protagonismo, el trazo del pintor podría lucirse con la humanidad de Luis D'Elía llevando el souvenir de alguna gorra quitada de la Comisaría. Y en primer plano, causando las carcajadas de Néstor, el bufón del momento, Guillermo Moreno narrando su última bufonada.
Entre todas las risas de los obsecuentes, la risa del propio Néstor retumba más fuerte cuando el bufón Moreno se burla de la República. La hazaña del patotero, sacando pecho protegido por matones, fue el acto paródico de hacer grandes aspavientos, mostrando que el poderoso lo es tanto que hasta puede delegar en semejante infeliz parte de su poder, ese es el mensaje que porta el bufón al jactarse públicamente que los mandatos del Juez y el orden societario son algo que su amo se pasa por el mismo testículo que se apretó ostensiblemente, con gesto de extrema ordinariez, en el Senado de la Nación ante la presencia del Senador Carlos Ménem.
“Por la razón o la fuerza”, brama el bufón dejando claro que la razón es lo que menos importa, la preocupante consigna de nuestro vecino trasandino se torna fronteras adentro la expresión de la intolerancia. Ante la evidencia, imposible desmentir a Eduardo Duhalde cuando sostiene que el lema que el kirchnerismo imprime al país se sintetiza en las antípodas del Brasil: Desorden y Atraso.
La continuidad de Guillermo Moreno en el cargo que ostenta es inaceptable porque su estilo ha dejado ya de ser falto de urbanidad para ser lisa y llanamente delictivo: la patota y las amenazas no son herramientas de la democracia, repugnan a sus instituciones, no pueden ni deben ser toleradas en los funcionarios públicos, mucho menos cuando la reiteración sistemática habla de metodología premeditada descartando la excusa del arrebato temperamental.
Posiblemente el epílogo de los desvaríos de Guillermo Moreno vuelva a mostrarnos que la historia tiende a repetirse, pues a la caída en desgracia de sus amos los bufones suelen correr los peores destinos. Así, muy modestamente, aconsejaría a Moreno que se tome el tiempo de meditar lo que Omar López Mato enseña sobre Eusebio.
Mientras en Southampton el enemigo de la República y la Constitución se asentaba en el exilio bajo protección británica, su pobre bufón, con apenas unos pocos pesitos ahorrados, cayó en la mendicidad y la endeble cordura que podía guardar sufrió algún desequilibrio (se descarta que Moreno puede considerarse a salvo de la mendicidad, pero del desvarío mental…) Así el bufón terminó sus días internado en el Hospital de Hombres.
“Eusebio murió en 1873. Su cráneo fue estudiado por ilustres patólogos y sabios antropólogos. Llegaron a la obvia conclusión de que era técnicamente un idiota”.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
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