Las convicciones liberales, para ser tales y no una parodia, exigen ser correspondidas con conductas principistas que rechacen tanto la comodidad como la cobardía de sólo esgrimirlas en defensa propia como si la Libertad fuera una mera conveniencia por la que bregar en favor nuestro negándosela a los otros.
La frase: "Desapruebo lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo", con la que Evelyn Beatrice Hall procuró resaltar el pensamiento de su biografíado Voltaire en "Los amigos de Voltaire", es un hito en la frontera moral que separa al liberalismo del totalitarismo.
Pretendiendo ser más exacto, yo me atrevo a completar esa frase con un añadido: "Desapruebo lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo como mi propio derecho a rebatirlo".
Sostengo que la libertad de expresión exige tolerancia, pero siendo una cuestión tan simple como complicada, que no acepta la censura previa, ni la persecución penal por las opiniones políticas, tampoco consiste (ni remotamente) en aceptar que lo que cualquiera diga deba ser tomado por los demás como verdadero e irrefutable, ni siquiera como respetable (no todas las opiniones son respetables). Luego está siempre claro que la tolerancia tiene por límite lo intolerable, razón por la cual no significa la libertad de expresión que deban ser impunes ofensas como la injuria y la calumnia o aquellos engaños que se dicen o publican como parte de alguna maquinación propia de las estafas.
De mi Pluma es este poema titulado "Por ser libre", surgido luego del atentado terrorista contra la redacción de Charlie Hebdo en París:
POR SER LIBRE
Yo tengo en claro, por ser libre,
que la libertad de expresión es tan sagrada.
como ineludible la responsabilidad por lo expresado.
Yo tengo en claro, por ser libre,
que toda verdad y razón queda en la nada
cuando la risible afectación de la deidad es lo vengado.
Yo tengo en claro, por ser libre,
que la tempestad proyectó la llamarada
del fuego visible en el terror sin salvedad de un dios lisiado.
Yo tengo en claro, por ser libre,
que la criminal vocación de la manada
será susceptible de la acción y la crueldad de ser soldado.
Aquel atentado mostró la desmesurada imbecilidad de quienes proclamando creer en Dios todopoderoso, contradicen esa supuesta creencia que dicen profesar atribuyéndose el poder de tomar venganza en su nombre. Como si un dios todopoderoso necesitara de manos humanas para imponer sus designios.
Esa estupidez de asumir un dios lisiado, lo absurdo de la sangrienta "venganza", es una de las tantas formas violentas en que el oscurantismo totalitario busca eliminar libertades; pero no la única. Registra también otras formas en apariencia amables, al utilizar en su beneficio las normas de sociedades libres para el mismo propósito subversivo. Por caso así ocurre en Argentina cuando, en la falacia argumental de "defender la democracia", se reclaman leyes que impongan condenas penales por "negacionistas" a quienes no aceptamos repetir las mentiras sobre los años de plomo que el kirchnerismo y la izquierda intentaron imponer como verdades dogmáticas, con la siempre complicidad funcional e idiota de los progres.
Quienes propugnan sancionar tipos penales a efectos de cerrar debates públicos imponiendo tabúes y de hecho estableciendo a su respecto censuras previas, temen a la verdad.
Temer a la verdad es una característica común a todos los enemigos de la Libertad. Y la razón es simple: se basan en mentiras. Saben que mienten y la Libertad los deja expuestos.
Por el contrario, quienes no tememos a la verdad no pretendemos leyes que sancionen opiniones políticas por ser mentiras. Pues llegado el caso estamos prestos a rebatirlas. Y alguien podría decir que la sociedad debe protegerse de los políticos que mienten, y ahí es cuando deben pesar los principios, porque creer en la Libertad significa también creer en la responsabilidad cívica como fortaleza de la República y la democracia. Las mentiras de los políticos no se previenen con leyes en las que esos mismos políticos determinen quien miente y quien no, se previenen con civismo. Sólo desde el civismo se pueden alcanzar virtudes cívicas.
Nuestra amada Patria en la búsqueda de la virtud necesita despojarse de miedos para transitar el largo y difícil camino de la reconstrucción cívica, sin andadores proteccionistas que consolidan la incapacidad, corriendo en ello todos los riesgos que acarrea la Libertad. Entonces, tal como ser adulto significa ser responsable de sí mismo, cada tropiezo podrá ser un aprendizaje y no una excusa.
Por ser libre y fiel a la Libertad, me toca en ocasiones bregar en defensa de la libertad de mis opuestos. Este es el caso tras leer en portales de noticias que juez federal Daniel Rafecas, un prevaricador que hace rato debió ser destituido, procesó a la diputada nacional Vanina Biasi (del FITU-PO) por violación a la ley antidiscriminatoria 23.592 en mensajes por X (Twitter) equiparando al Estado de Israel con el régimen nazi, y atribuyendo a ese Estado democrático el rol de genocida comparando el conflicto armado en esa región con el Holocausto.
A mis lectores habituales no necesito explicarles lo que aclaro aquí para la eventualidad de lectores desprevenidos: el bloque de izquierda en el que revista la diputada Biasi me parece un rejunte de inservibles apátridas que utilizan las libertades democráticas en perjuicio de la República y la democracia con la finalidad de establecer su dictadura totalitaria.
Ahora bien, más allá de mi desprecio por la diputada Biasi, las opiniones por las que el seudo juez Rafecas la procesa son opiniones políticas a las que considero no punibles. Tiene derecho a decirlo sin ser perseguida por ello, como todos quienes así lo quieran tienen el derecho a refutarla.
Téngase presente que la diputada Viasi es una de las que miente 30.000 desaparecidos y se la pasa hablando de los "genocidas" de un genocidio inexistente en Argentina.
En tal sentido es interesante el endeble argumento con que Rafecas funda el procesamiento de Biasi: “El derecho a la libertad de expresión no es absoluto, ya que puede ser legítimamente limitado cuando entra en conflicto con otros derechos fundamentales. En este sentido, las manifestaciones que fomentan el odio, la violencia o la discriminación pueden quedar fuera de su amparo, pues atentan contra los valores democráticos y los derechos de terceros”.
En razón de ello surge una contradicción paradojal, ya que con los mismos endebles argumentos por los que Rafecas considera discurso de odio las expresiones de Biasi alusivas a Israel, debiera considerar discurso de odio las expresiones de Biasi en relación a sobredimensionar números trágicos para atribuir a la Argentina un genocidio inexistente. ¿O acaso no es un discurso de odio proclamar que los militares argentinos son genocidas como los nazis? ¿Y no es una banalización del Holocausto poner en el mismo lugar de víctimas que eran asesinadas en función de ser judíos con terroristas castristas aniquilados en función de lo que hacían?
Claramente atribuir a los militares argentinos ser genocidas es un discurso de odio antiargentino con banalización de verdaderos genocidios, pero ante ello Rafecas, parte del prevaricato sistematizado por el que se condena inconstitucionalmente a los vencedores del terrorismo castrista, nada habrá de decir.
Como ya he manifestado en varias publicaciones, corresponde señalar que no siempre es posible combatir al terrorismo de manera incruenta para la sociedad civil, razón por la cual esos que como Biasi atacan a Israel por el modo en que ha respondido y responde a la violencia terrorista de Hamas deberían tener, al menos, la decencia de elogiar el modo quirúrgico y de muy bajo porcentaje de daño colateral con que Argentina combatió al terrorismo castrista en los años de plomo.
Seguramente la diputada Vanina Biasi estará contenta con su procesamiento, por dos razones. La primera es que con ello se magnifican sus declaraciones y se le da tribuna más allá del mínimo de apátridas que la han votado. La segunda es que de manera ostensible Rafecas convalida que en la sociedad deben imponerse tabúes, cercos de censura alrededor de opiniones que no deben ser toleradas, algo que siempre impone la izquierda cuando llega al poder.
Los discursos de odio no tienen mayor trascendencia que exhibir la verdadera cara de quienes los producen. El problema no se soluciona a fuerza de censuras ni castigos penales, es un mal que se controla y reduce desde la acción política elevando la valoración de la Patria como garante de Libertad, República y democracia. Una identidad nacional fuerte es el mejor antídoto contra el odio, porque el patriota ama e intenta no odiar.
Como epílogo de este artículo, sabrán reflexionar que más allá del llamativo título La Pluma de la Derecha nunca escribe en defensa de la izquierda, escribe siempre en defensa de la Libertad.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.