Especial para La Pluma de la Derecha,
por Ernesto Quepi desde Rostov del Don, Rusia.
El 2 de Mayo de 2011 fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos se atribuyeron haber abatido en Abbottabad, Pakistán, al líder de Al Qaeda Osama Bin Laden.
A pocos días del suceso comenzaron a circular rumores que ponían en duda la autoría del hecho. Según esas versiones, cuando los agentes operativos estadounidenses ingresaron a la propiedad en que se refugiaba el terrorista más buscado del mundo, lo encontraron ajusticiado por un disparo en la frente.
Aquel trascendido se fue silenciando con el tiempo. Los Estados Unidos se atribuyeron la muerte del terrorista de mayor fama mundial y ello fue corroborado luego con el relato del seal Robert O'Neill, quien se adjudicó ser el autor de los disparos que terminaron con la vida del responsable del atentado contra las Torres Gemelas.
El mundo aceptó esa historia tal como fue contada por los americanos, por lo que no hubo cuestionamiento alguno hasta que en Abril de 2023 la filtración de documentos del Pentágono puso al descubierto un informe de Inteligencia que daba cuenta de la operación de velo y engaño para evitar que la opinión pública mundial conociera la verdad de lo sucedido: Estados Unidos necesitaba sostener ante el mundo la imagen de un justiciero implacable, mostrando que el país todavía se identificaba con el estilo de John Wayne.
La fuga de información clasificada del Pentágono reavivó aquellos rumores olvidados y antes que pudiera montarse una nueva operación de pantalla otro ex seal, John James Urgayle, reveló su versión de lo ocurrido en Pakistán.
Conforme a su relato, efectivamente al irrumpir en el cuarto que ocupaba Bin Laden los seals observaron con estupor que su objetivo, ya estaba muerto. Para mayor sorpresa del equipo, el cuerpo tibio aún sangraba por el tercer ojo abierto en medio de la frente y sobre su pecho, al mejor estilo Apocalypse Now, se lucía una carta de baraja española, el as de espadas, con el número 5 escrito en marcador azul.
Analizado el naipe se llegó a la conclusión que era de fabricación argentina, de la tradicional marca Casino y que el número 5 aludía al número de víctimas argentinas del 9/11. Se especuló entonces con que la elección del ancho de espadas identificaba a un "lobo solitario" y/o el nombre clave de la operación de ejecución que se había anticipado sólo por segundos a la llegada de los seals.
Todavía no se calmaban los ánimos por la infidencia de Urgayle cuando el Washington Post hizo público que, tiempo después de la muerte de Bin Laden, colectó información la CIA sobre un argentino que, en condiciones de extrema rudeza, deambuló durante años desplazándose de uno a otro por los lugares donde se sospechaba la presencia de Bin Laden. Prácticamente había realizado el mismo trayecto de los espías americanos que finalmente lograron identificar la guarida de Bin Laden, pero sin ninguna evidencia de haber contado con apoyo alguno.
Con esa información en carpeta llamó la atención de los analistas de Washington la presencia de un mercenario argentino enlistado en el Grupo Wagner, al que se lo supo operando primero en Dombás, luego contra el Estado Islámico en Irak y en Siria, más tarde en Sudán y finalmente en Ucrania.
El misterio de su nombre que desvelaba a los investigadores, se develo al fin cuando gravemente herido en Sudán lo evacuaron a Egipto, donde ante lo que parecía una muerte inminente, hizo saber a quienes le atendían que deseaba ser sepultado en Buenos Aires. Franco Milazzo, empero, burló una vez más los limites de lo posible y como si su vida fuera una constante prueba de supervivencia superó también esa contingencia extrema.
Como corresponsal que cubría el retiro del Grupo Wagner de la guerra contra Ucrania, en lo que parecía ser el inicio de la marcha sobre Moscú de Yevgeny Prigozhin, tuve un encuentro fortuito con Franco Milazzo a las afueras de Voronezh.
Ocurrió cuando me acercaba a una de las columnas de mercenarios y pregunté por el hombre de mayor rango, con el desdén propio del hartazgo a la espera de órdenes, el uniformado recostado contra un camión al costado de la ruta aspiró profundamente el cigarrillo y alzando el brazo señaló con el índice al helicóptero inutilizado que servía como puesto de campaña. Mientras me encaminaba al punto señalado imaginaba tener que explicar a cada paso mis intenciones, pero para esos hombres que venían del frente ucraniano mi presencia estaba lejos de ser una amenaza. Increíblemente los que tenían en vilo a Vladimir Putin estaban completamente relajados, tanto que ni siquiera se inmutaban ante las pasadas de los aviones rusos a los que miraban pasar como quien mira el tránsito de una avenida sentado en un café.
Caía el atardecer y llegué ante el hombre señalado como el jefe. Estaba sentado en el helicóptero como si fuera un pasajero esperando levantar vuelo, apenas comencé a presentarme me interrumpió diciendo:
- ¿Argentino?
- Sí -respondí casi olvidando las preguntas que llevaba sobre las futuras acciones de esa columna mercenaria.- ¿Usted también?
- Franco Milazzo -dijo extendiendo la mano.
- Ernesto Quepi -dije al estrechar la suya al tiempo que caía en la cuenta que la leyenda estaba frente a mí.
- Usted es el que mató a Bin Laden.
- Eso dicen.
- Y es argentino...
- Hace ya casi veinte años que me fui de Argentina; pero sí, lo sigo siendo.
Confieso que en ese momento me quedé absorto, era tanta mi estupefacción que no atinaba a otra cosa que mirar el rostro curtido de ese hombre que en la piel, a más de años, exhibía el castigo de largas inclemencias. Alto y delgado, sonreía sereno frente a mí. Acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", entretenido con mi falta de reacción fue él quien me preguntó qué cosa le quería yo preguntar. No fue mi mejor reportaje, solamente fue lo que las circunstancias permitieron.
- ¿Cuál es su rango en el Grupo Wagner?
- Asesor.
- ¿Van a derrocar a Putin y poner fin a la guerra?
- No lo sé ni lo decido yo.
- ¿Ya era mercenario cuando mató a Bin Laden?
- No, eso fue porque sentía tener una misión que cumplir. No fui mercenario hasta después.
- ¿Cómo se hizo mercenario?
- Digamos que andaba por lugares donde era un oficio más, no estaba en mis planes pero tal vez sí en mi mente -contestó sonriente gesticulando con alguien que pasaba a mi derecha vociferando en ruso algo que parecía ser jocoso.
En ese preciso momento atiné a tomarle la fotografía que ilustra esta nota. No pareció molestarle, ni siquiera importarle.
- ¿Por qué no volvió a la Argentina?
- Tenía miedo de aburrirme, volveré cuando sienta que ya no puedo seguir llevando esta vida.
- ¿Hay algo que extrañe?
- Nada, aunque tal vez tenga algún asunto pendiente. Todavía no lo decido.
Algunas explosiones hacia el oeste sacaron de la extraña y relajada parsimonia a toda la columna. Milazzo interrumpió la charla para impartir órdenes en ruso. En el repentino nervio de los aprestos para avanzar hacia Voronezh era como si yo nunca hubiera estado ahí. Todo el movimiento me ignoraba por completo. Intente ir tras Milazzo pero caminaba rápido para ponerse al frente de la columna y otros mercenarios me hicieron saber que debía permanecer en retaguardia y mantener una distancia más que prudencial.
Al otro día, cuando al fin pude volver a contactar esa misma columna Milazzo ya no estaba con ella.