Las Georgias habían caído otra vez en manos británicas el 25 de Abril de 1982, cuando el capitán de corbeta de Infantería de Marina Luis Carlos Lagos, jefe de las fuerzas terrestres, izó bandera blanca en Grytviken y en la mañana del 26 de Abril firmó la rendición junto con el capitán de corbeta Horacio Bicain, Comandante del viejo Submarino ARA Santa Fe.
La superioridad de las fuerzas británicas hacía inútil la resistencia, máxime en un escenario de total aislamiento logístico que impedía la recepción de cualquier ayuda o refuerzos. Bajo todo punto de vista la plaza era indefendible para los argentinos allí acantonados. Desde el vamos, la misión en Georgias no tenía por objetivo impedir a sangre y fuego la recaptura por las fuerzas colonialistas. Era meramente testimonial. Según Bicain: “Lagos cumplió con las directivas políticas que le había impuesto la superioridad. Esto es que los ingleses tenían que tomar las Georgias con un acto de fuerza”, y habiendo hecho fuego las fragatas el supuesto contemplado en las directivas estaba acreditado.
Lagos rendía todas las tropas argentinas en Georgias, pero el teniente de navío Alfredo Astiz, que permanecía en Puerto Leith con un puñado de hombres, los denominados “Lagartos”, no aceptó estar incluido en la rendición firmada por Lagos, insistiendo ante el invasor con que debía firmar su rendición por separado. A tal efecto indicaba a los británicos que para concretar esa ceremonia debían aterrizar sus helicópteros en una determinada posición.
El almirante John Forster “Sandy” Woodward, quien dirigió la flota inglesa durante la guerra de Malvinas, en ocasión de ser entrevistado por el periodista argentino Juan Castro para un programa televisivo, dijo que profesaba respeto por todos los militares argentinos que combatieron en el TOAS excepto por uno. Ese único soldado argentino al que Sandy Woodward dijo no respetar era Alfredo Astiz. Ante el periodista, que se extasiaba con que "El Ángel" fuera repudiado por el inglés, Woodward afirmó que el capitán argentino reclamaba que los helicópteros aterrizaran en un lugar preciso. Precavidos, los ingleses no aceptaron aterrizar en el lugar señalado y luego de su rendición se informó que Astiz había obrado “tratando de atraer a un helicóptero de la Royal Navy para aterrizar en un helipuerto con trampas explosivas, alentando a las fuerzas británicas para cruzar una zona que él sabía minada”.
Curiosamente, en parte porque las autoridades del Proceso nunca explicaron a la población el sentido de la misión en Georgias y debido, también, a la participación de Alfredo Astiz en la guerra sucia contra el terrorismo -que fue tomada como emblema de la represión ilegal por parte de grupos de “derechos humanos” afines a las bandas subversivas-, su actuación, como la de todos los hombres que allí estuvieron, se encuentra estigmatizada por la supuesta cobardía de haberse rendido sin disparar un tiro.
Sin embargo, su actitud, y los hechos reconocidos por Woodward, merecen alguna reflexión.
Ciertamente es un viejo ardid y un crimen de guerra, fingir rendirse al sólo efecto de ponerse en condiciones de causar fuertes bajas a un enemigo abrumadoramente superior, pero si tal engaño da resultado las consecuencias son suicidas. Alfredo Astiz, contra la opinión generalizada sobre su rendición, estuvo dispuesto a inmolarse junto a sus hombres. Porque si el helicóptero estallaba la respuesta inglesa hubiera sido brutal; justificadamente brutal. Él lo intentó. Tal vez por ello, uno de los militares más reconocidos por su actuación en Malvinas, el Contraalmirante Carlos Robacio, jefe del bravo Batallón de Infantería de Marina 5, consideraba que Astiz no tenía responsabilidad alguna en la recaptura de Georgias por parte de los ingleses.
Y esto también amerita pensar que no basta la voluntad de morir para efectivamente inmolarse combatiendo en una guerra; cosa que, por cierto, no siempre alcanza para convertirse en héroe. A veces la historia sencillamente no quiere, el azar juega su parte sin importar las intenciones de ir hasta las últimas consecuencias. En alguna jerarquía del Proceso pudo incluso haber una cínica especulación sobre que el joven marino, quien ya estaba “quemado” por trascender su identidad en la lucha antisubversiva, se hiciera matar en Georgias. Muerto, Astiz era un héroe más y un gran problema menos.
La historia no quiso.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López