Tigre Mc Laren trabaja en su atelier realizando un friso en el que Critón cierra la boca y los ojos de Sócrates luego que el notable ateniense bebiera la cicuta. Es una escena conmovedora, que trasmite la contradictoria sensación de rebeldía y acatamiento. Mientras perfecciona las facciones del cadáver de Sócrates, por asociación de ideas Tigre repasa mentalmente lo que le ha ocurrido a uno de sus amigos, igual que si lo estuviese viendo en los ojos todavía abiertos del gran filósofo.
A sólo tres pesos por cada deliciosa barra de 170 gramos de chocolate Cadbury Intense, la oferta del vendedor ambulante que recorre los vagones del tren es excepcionalmente buena. Curiosamente ningún pasajero se deja tentar por tan inusual promoción, quizá porque la dicción del vendedor no es buena y llama a duda sobre si el precio es tres o diez pesos. Así que cuando lo tiene cerca el hombre que viaja parado en el descanso, la espalda apoyada contra la puerta que da a las vías, pregunta:
- ¿Tres pesos cada uno?
- Sí señor –responde.
- Dame tres –se apresura goloso exhibiendo el billete de diez pesos.
- La fecha de vencimiento en el dorso –aclara el vendedor entregando la mercadería y el vuelto.
Lee. Falta poco más de una semana para la caducidad sugerida por el fabricante, tiempo suficiente. Sonríe contento de volver a su casa con medio kilo de buen chocolate que poner de postre en la mesa. A sus hijos les encanta el chocolate.
Al rato, par de estaciones adelante, suben los tres chiquitos. Descalzos, sucios, andrajosos, abandonados a su suerte los tres. Uno de ellos no se despega de la bolsita con poxi-ran, que atesora junto al pecho sosteniéndola entre las dos manos y aspira continuamente.
El hombre contempla el cuadro. Los demás pasajeros, igual que él, observan con rostros de triste resignación la miseria que nos torna una sociedad miserable. Nadie hace nada. “En mis tiempos – piensa el hombre-, en mis tiempos cualquier adulto hubiera tomado cartas en el asunto, lo menos le sacaría la bolsita…” Pero no. Ya no son esos tiempos. Y lo último que necesitan esos chicos son gritos y cachetazos.
- Pibe –dice tratando de conectar con la mirada del que tiene la bolsita.
Y el chico no lo mira, sigue ahí, ausente.
- Pibe, hola, mirame, te estoy hablando a vos.
Entonces uno de los otros dos codea al de la bolsita y sus ojos vidriosos dejan escapar un contacto frágil a los ojos del hombre.
- Dame la bolsita y te doy un chocolate.
El chico niega con la cabeza y vuelve la nariz al vapor del pegamento.
- Dame la bolsita y te doy dos chocolates.
No hay caso, vuelve a negar y los otros dos sonríen. Una sonrisa inexplicable.
- Bueno, ustedes son tres, -insiste queriendo involucrar a los otros dos- así que si me dan la bolsita, yo les doy estos tres chocolates. Son riquísimos, y miren lo grandes que son
- Dale, -se anima uno de los otros dos- cambiale.
Pero el chico de la bolsita vuelve a negar con la cabeza y cuando el tren se detiene en la estación se descuelgan al andén. A los pocos pasos el chico comparte la bolsa con sus amigos.
Se pregunta el hombre si no debiera correrlos y arrebatarles la bolsita, pero sin entender el porqué siente que no puede hacerlo. Al fin de cuentas: ¿Quién es él para querer imponer la autoridad? Y el resto de la gente lo mira casi como si su fracaso queriendo hacer que el chico dejara esa bolsita fuera la confirmación de que mejor no hacer nada. “En otro tiempo –vuelve a pensar-… Pero ya no. ¿Dónde lo llevaría de las orejas? ¿Con sus padres? ¿A la policía? ¿A un juez de menores? ¿A un orfanato? ¿Hay orfanatos? ¿Adónde?”.
Quetrén, quetrén, el tren se va dejando atrás aquello de lo que seguramente delante hay más. De la alegría por haber aprovechado la oferta de chocolate a la amargura de sentir que no se vive como se piensa que se debe vivir, y lo que es peor, a darse cuenta que se empieza a pensar del mismo modo en que se vive.
Baja en la estación de su barrio y al atravesar la plaza ve entre el grupo de adolescentes a uno grandote que vestido con ropas de otra geografía, como si quisiera ser rapero en el Bronx, insta a otro a darle una pitada al faso de marihuana.
El problema de quien entiende el peligro de pensar como se vive es sentir miedo de perder los valores y la identidad, porque entonces sobreviene la lealtad al ideal en impulsos irracionales que no miden las consecuencias. Por eso el hombre no podrá recordar como fue que caminó hasta el grupo de mocosos y le estampó la primera mano al de la gorra de béisbol, apenas recordará haber pisoteado el porro y alguna que otra de las piñas que pegó después. Cuando el grandote disfrazado de neoyorquino logra zafarse y escapa suelta el par de amenazas al aire. El hombre los ve correr y escucha que desde un auto algún chabón con ronca voz le grita:
- ¡Metete en tus cosas, gil! ¿Qué tenés que andar bardeando a los pibes?
Contesta con la soberana puteada que le brota del alma y luego, viendo alrededor, se da cuenta que está solo. Los que vieron lo que pasó prefieren borrarse. “Yo me borro”, dijo cierto personaje alguna vez, pero son cosas de las que ya no se habla. Y caminando a su casa le viene a la cabeza aquella parte tan linda de “Pa’ trabajar”, una canción de Fito Páez que cantaba Juan Carlos Baglietto, “Tenemos una casa tan, tan grande / y cada uno en su kiosco. / A ver si un día de estos la miramos / para ver si no es de otro”.
Al llegar le cuenta a su mujer lo que recuerda de lo sucedido, omitiendo el dolor en sus manos. Llora frente a ella lágrimas de bronca y frustración. Luego, tras la cena, las risas de sus hijos mientras se dan la panzada de chocolate apenas si lo alivian en algo.
Así, queriendo vivir como se piensa y teniendo que vivir como se vive, los días siguen pasando, se hacen semanas, meses, y en el mismo kiosko de diarios y revistas donde se exhibe esa revista que hace apología del cultivo y consumo de la marihuana, lee en el diario que en la Ciudad de Buenos Aires designarán Ministro de Educación a un diplomático de carrera que también es escritor y que además de haber publicado artículos que escandalizan al pensamiento dominante, ha dicho una de esas verdades que los que se creen dueños del péndulo no pueden tolerar:
"La gente de Argentina está crispada, indignada, insegura, las madres de las villas reclaman por favor que la policía frenada intervenga frente a gangsters zaparrastrosos, este país se deshace por la cobardía de todos".
“Este país se deshace por la cobardía de todos”, dijo Abel Posse, y para el hombre, ese es exactamente el jodido punto que debe revertirse desde la Educación.
Ya está. Tigre Mc Laren puede dar por terminado el friso, pero antes de poner su firma, le da crédito a su memoria para repetir palabras que Platón puso en boca de Sócrates, cuando ante la cercanía de la muerte analizó si podía esa certeza de la finitud alterar su concepción de la Justicia a través de un imaginario diálogo en el que las Leyes de Atenas hicieran este cuestionamiento retórico:
“¿Tal vez eres tan sabio que se te oculta que la patria es más digna de respeto que la madre, el padre y los antepasados todos, y más venerable, sagrada y considerada tanto entre los dioses como entre los hombres sensatos, y que hay que adorarla, ceder ante ella y halagarla, cuando está enojada, más que al padre, y persuadirla o hacer lo que mande, y sufrir de buen talante lo que ordene sufrir, tanto si se trata de recibir golpes o de aguantar cadenas, como si nos conduce a la guerra a correr el riesgo de ser heridos o muertos? ¿Ignoras que hay que hacer eso, que así lo exige la justicia, que no hay que ablandarse, retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, ante el tribunal y en todas partes hay que llevar a cumplimiento lo que la ciudad y la patria ordenen, o convencerlas de acuerdo con las exigencias de la justicia? ¿Desconoces acaso que no es piadoso maltratar a una madre o a un padre, y mucho menos aún a la patria?".
Tigre Mc Laren firma su nueva obra. Y se la queda viendo, pensando en aquel griego que hacía pensar, en la rebeldía de su amigo que sufre queriendo vivir como piensa, en los que resignados empiezan a creer que hay que pensar como se vive, y en Abel Posse que dice en voz alta lo que muchos piensan.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Estado Libre Asociado de Vicente López