Una característica observable en las discusiones políticas que se desatan en la red social X (Twitter) es la prevalencia de cierta intolerancia preestablecida para la defensa de intereses políticos. La lógica amigo/enemigo, que el kirchnerismo exacerbó hasta el hartazgo en Argentina, acaso tenga en X como foro político su más desatado esplendor. Y en ese contexto la búsqueda de la verdad se convierte en la adopción individual de una ética a contracorriente.
Por supuesto, no promuevo ninguna reglamentación "buenista" como proponen los que diciéndose democráticos quieren uniformar opiniones y pensamientos por la vía de la censura. Aplica de pleno a X el claro concepto liberal del "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar).
Lo que sí promuevo es ganar la batalla cultural. ¿Y cuál es el objetivo de la batalla cultural? Pues, en apretada síntesis, que la búsqueda de la verdad, el análisis objetivo de hechos y situaciones, el 2+2=4 que el totalitarismo y la progresía quiere 3 o 5, deje de ser una ética a contracorriente para ser lo corriente.
Ganar la batalla cultural requiere no convertir en nuestro todo aquello que aborrecimos en la resistencia al régimen, como la mentira, la obsecuencia, el engaño, la intolerancia, la falsificación de la historia, el robo, el mal gusto y un largo etcétera. O para englobar todo en un concepto de George Orwell: que la verdad no sea 2+2=4 sino lo que el partido diga que es la verdad.
Y observo, con preocupación, situaciones en las que muchos de los nuestros asumen conductas que lejos de diferenciarlos los asemejan al enemigo.
Una de esas situaciones es el debate abierto por Eduardo Feinmann al informar que el cuadro gastrointestinal que llevó a la internación del Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se debió al estrés de disputas internas en el gobierno que lo enfrentan con el asesor presidencial Santiago Caputo.
La virulenta reacción de algunos tuiteros oficialistas no apuntó a desmentir la veracidad de esa información, sino que, directamente, como si la verdad o falsedad de lo informado diera igual, se concentraron en calificar de "ensobrado" al periodista, dando por sentado que por difundir ese trascendido estaba operando para algún interés oculto o no tan oculto. En el afán por descalificar no faltó el revisionismo histórico para recordar el rol que Feinmann, con Daniel Hadad y Antonio Laje, tuvieron desde lo mediático en la caída de De la Rúa, olvidando tal vez que De la Rúa se tropezaba sin necesidad que nadie le ponga el pie. Era aquella coalición una armada Brancaleone, pero sin gracia, con Chacho Álvarez en la vicepresidencia y Antonito De la Rúa jugando al monje negro con el grupo sushi. A De la Rúa no lo voltearon los periodistas que lo zamarreaban a diario, ni Tinelli, ni siquiera Alfonsín con Duhalde aunque le dieran el empujón final. A De la Rúa lo voltearon los suyos, pues nunca tuvo la claridad mental para entender lo que realmente estaba pasando. Y ni hablar del desastre que hicieron en la SIDE con Fernando De Santibáñez y Darío Richarte, yéndolas de reformistas sin tener otro plan que el desprecio por la actividad de Inteligencia (me consta personalmente).
El pasado siempre deja lecciones. De aquel escenario podrían extraerse unas cuantas luces de alarma para este gobierno, porque las comparaciones aparecen por sí solas aunque sean periodistas quienes dejen trascender que para algunos funcionarios Santiago Caputo es como Antonito De la Rúa.
Hay estupidez y contradicción moral en quienes siempre que un periodista de algún modo les desagrada lo acusan de ensobrado o mercenario. No niego que los hay. Pero en general expresan lo que piensan.
Acaso valga recordar aquello de que el ladrón cree a todos de su misma condición... Esa mirada que supone corruptos a todos quizá sea la mayor victoria del kirchnerismo, porque es lo que se necesita instalar para convertir las leyes de un país en la ley del gallinero.
Por supuesto no estoy diciendo que si un periodista dice algo deba darse por verdad, el propio Feinmann miente como idiota útil cuando llama "genocidas" a los vencedores del terrorismo castrista. Objetivamente es mentir llamar "genocidas" a quienes no perpetraron ningún genocidio, pero porque Feinmann repita esa idiotez no lo supongo "ensobrado", asumo en cambio que dice lo que piensa y piensa como progre.
Pero el punto de este artículo es otro. Lo que abrió Feinmann a partir del conflicto Francos / Caputo es esencialmente un interrogante sobre la capacidad del Presidente Javier Milei para armar equipos. Puntualmente la pregunta a responder es simple: dado el marco institucional republicano dispuesto por la Constitución Nacional, ¿es aceptable que un asesor presidencial tenga mayor influencia general que el Jefe de Gabinete en las decisiones del Presidente?
Para responder ese interrogante estimo conveniente partir de la lógica definición de roles formulada por Francos en estos términos: "Claramente yo cumplo un rol constitucional que está establecido en el Artículo 101 de la Constitución Nacional. Santiago Caputo, que en este caso es la otra persona que mencionó el vocero presidencial, es una asesor de confianza del Presidente y como tal el Presidente lo escucha y es razonable. Muchas veces el Presidente ha dicho que el Triángulo de Hierro lo conforman Santiago Caputo, su hermana y él. Pero a mí el Presidente me designó porque tiene confianza en que puedo ejercer este rol de Jefe de Gabinete y cumplir con esa función constitucional.
Una primera observación a tener en cuenta es que hasta hace muy poco el Triangulo de Hierro era una mesa chica de cuatro lados que incluía al anterior Jefe de Gabinete Nicolás Posse. La salida de Posse reveló fricciones en el núcleo de mayor confianza del Presidente. Lo que implica una deficiencia de Milei para elegir personal al que delegar funciones esenciales. Es dable recordar, además, que en la primera parte de la campaña electoral, antes que el balotaje impusiera la necesidad de acordar con Juntos por el Cambio, Milei había hecho público que asignaba a Victoria Villarruel los temas de Defensa y Seguridad. El traslado llave en mano de la responsabilidad de esos ministerios a Petri y Bullrich, entendible en términos de suma política, no fue compensado a la Vicepresidente con una mayor cercanía de parte de Milei.
Luego la bochornosa fragmentación generada en el bloque de diputados de La Libertad Avanza a partir de la visita a la cárcel de algunos diputados a militares que combatieron contra el terrorismo castrista, dejó al descubierto, además de la miseria intelectual de la diputada Arrieta, unas contradicciones de pensar y obrar que serían impensables bajo una clara conducción política.
Si las listas de diputados son prueba de la mala selección de personal, que puede justificarse en la desprolijidad propia de un armado político que surgió de manera repentina alrededor del fenómeno Milei, el bochornoso espectáculo de haberse lanzado unos contra otros, más allá de ser la consecuente desprolijidad de aquel armado apresurado, muestra que la conducción política no es una de las virtudes del Presidente.
Acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", si pudiera tomar de la historia tres asesores para que el Presidente Milei escuchara en estas circunstancias, esos asesores serían el General Sun Tzu, el Presidente Roque Sáenz Peña y el Presidente Julio Argentino Roca.
Es imaginable, que si fuera el caso, Sun Tzu le compartiría alguna de las enseñanzas del Arte de la Guerra que podría surgir de este párrafo tomado al azar:
"Como norma general, para poder vencer al enemigo, todo el mando militar debe tener una sola intención y todas las fuerzas militares deben cooperar. Cuando los generales son débiles y carecen de autoridad, cuando las órdenes no son claras, cuando oficiales y soldados no tienen solidez y las formaciones son anárquicas, se produce revuelta. Los generales que son derrotados son aquellos que son incapaces de calibrar a los adversarios, entran en combate con fuerzas superiores en número o mejor equipadas, y no seleccionan a sus tropas según los niveles de preparación de la mismas. Si empleas soldados sin seleccionar a los preparados de los no preparados, a los arrojados de los timoratos, te estás buscando tu propia derrota".
Reemplácese "militar" por "político", "generales" por "ministros", "oficiales" y "soldados" por "funcionarios", y tendrá el Presidente una milenaria lección de estrategia política que conserva vigencia y aplica a su situación.
Si los ministros no deben ser débiles, mucho menos debe serlo el Jefe de Gabinete de Ministros, cuya autoridad dentro del Poder Ejecutivo Nacional sólo debe estar subordinada a la del Presidente.
Al respecto el Presidente Roque Sáenz Peña (mi favorito entre todos los presidentes aunque indudablemente y por mucho Roca fue el mejor), aportaría algo largamente olvidado en Argentina: "las instituciones deben primar sobre la voluntad de los hombres", que no es otra cosa que el cabal entendimiento de lo postulado por el Presidente Julio Argentino Roca: "el secreto de nuestra prosperidad es la conservación de la paz y el acatamiento absoluto a la Constitución".
El Presidente Milei necesita armonizar su tropa y el modo en que debería hacerlo es afirmando en ello la lógica de la Constitución Nacional.
Ya sea desde Sun Tzu, desde Sáenz Peña, o desde Roca, da cuenta de la armonía de su gobierno en la conformación y funcionamiento que refleja su propia autoridad. Por lo que si un asesor tuviera mayor peso en la generalidad de los temas de gobierno sobre el Presidente que su propio Jefe de Gabinete, el Presidente habrá elegido mal a su personal atentando contra sí mismo.
El punto sostenido por Francos en relación a la importancia y jerarquía de su rol constitucional como Jefe de Gabinete es un argumento firme en el que deja entrever sin mucha sutileza que, más allá de su estado de salud y trascendidos varios, hay una cuestión que el Presidente debe resolver o la resolverá él mismo.
Deberá meditar el Presidente si con Francos o Caputo su gabinete reflejará abierta y cristalinamente su mayor confianza, apuntalando con ello la institucionalidad para armonizar la conducción del Estado, o si habrá de fomentar desconfianzas e intrigas que proyecta un asesor en sombras.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.