El 8 de Abril de 2023, a través de un posteo en Facebook, expuse la razón por la que no visitaba a quienes se encuentran prisioneros por haber vencido al terrorismo castrista.
Lo hice en estos términos:
"Me preguntan si visito a los militares presos.No, no los visito.Sentiría explotar la vergüenza que ya siento de mí y de toda la sociedad al mirarlos a los ojos.La única razón para ir a esas cárceles sería reparar algo del daño pudiendo decirles: 'Hicimos lo que nos correspondía hacer y ustedes quedan libres'.Alguien me dirá cobarde. Y yo reconozco esa cobardía. ¿Pero es que acaso no lo somos tolerando que estén presos?Escribo porque la pluma, mi modesta pluma, es el arma que empuño, y la sé insuficiente aunque no se canse de repetir que un país que condena a sus defensores entrega su futuro al enemigo.Tan insuficiente es mi pluma que todavía hay una enorme cantidad de gente que no se da cuenta que los enemigos de la Argentina están destruyendo el destino de la Nación, el de nosotros y el de nuestra posteridad.Puedo jactarme de haber sido valiente en ocasiones donde era difícil serlo, y entender perfectamente lo que dijo Borges sobre saber de una vez y para siempre quién se es.Y sé, acaso por eso mismo, que me pondría a llorar pidiendo perdón si tuviera que ver a los ojos, en sus celdas, a hombres que han dado todo por la Patria.Conozco pues mis límites y creo que mis escritos como algunas acciones son más útiles que mis lágrimas".
Como respuesta a ese posteo unos cuantos amigos intentaron convencerme de mi error, diciéndome que nuestros presos no solamente valoraban las visitas sino que yendo más allá de eso lograban que uno se sintiera fortalecido.
Pero a pesar de esas vivencias, ante cada invitación de un amigo que se ofrecía a, por así decirlo, oficiar de sherpa para que fuera a visitarlos seguí respondiendo lo mismo.
Hace unos días otro amigo me llamó con esa misma finalidad, a lo que respondí con mi negativa ya habitual, pero entonces hizo una aclaración que me conmovió: "Ariel, no te estoy invitando yo, te está invitando Alfredo Astiz". Impulsado por algo más rápido que el pensamiento respondí de inmediato: Voy.
Mi padre, gendarme, sostenía que las órdenes en combate se deben cumplir al primer impulso. Supongo experimenté algo como eso.
Con Alfredo Astiz tenemos varios amigos en común, incluso algunos camaradas de trabajo suyo lo han sido también míos. Y cuando en mi lejana adolescencia arreciaba la sarasa izquierdista, que utilizaba la bronca de la sociedad por la derrota de Malvinas para escarnio de los militares poniendo a los terroristas en el lugar de víctimas, fue mi padre quien tuvo la paciencia de explicarme que el Capitán Alfredo Astiz, demonizado como "el ángel rubio" o "el ángel de la muerte", sólo era un joven oficial que había cumplido con su deber, que los montoneros y erpianos eran asesinos totalitarios y que Georgias como posición militar de un puñado de hombres frente a una potencia naval de primer orden era indefendible (ACERCA DE ASTIZ EN GEORGIAS).
Las vueltas de la vida hicieron que el 2 de Septiembre de 2021 el Mayor (RE) Jorge Mones Ruiz, a propósito de un artículo de mi autoría titulado MARTÍN BALZA, DE LA AUTOCRÍTICA NECESARIA A SER FUNCIONAL AL ENEMIGO, me hiciera llegar el siguiente mensaje:
"Estimado Ariel: Anoche me llamó Alfredo Astiz desde el Penal de Ezeiza para decirme que todos los presos quedaron encantados y agradecidos por tu artículo reciente. Agregaba que es lo mejor que ha leído hasta ahora explicando al guerra de los 70. Le dije que te haría llegar esos comentarios. Felicitándote también por tu nota, te mando un fuerte abrazo".
Lo remarco porque considero ese mensaje el mejor elogio que recibió mi pluma. Ocurre que como todo escritor tengo cierta vanidad, por lo que no descarto que al responder de modo instintivo "Voy", sea mi vanidad la que haya hablado.
Y si así ha sido, pues debo agradecer a mi vanidad el haberme empujado a una experiencia que todavía estoy procesando.
El 4 de Abril de 2024, llevando los libros de mi Trilogía de Convicciones, fui al Penal de Ezeiza donde tuve el gusto de conocer al Capitán Alfredo Astiz.
Hablamos, café mediante, temas serios y otros por los que reímos juntos. Su mirada es cristalina y alegre su sonrisa. Está entero. Muy entero. Todos sabemos por sólo vernos al espejo que ninguno es inmune al paso del tiempo, Astiz no es la excepción; pero su espíritu juvenil se mantiene intacto. Lo veo y pienso que en el caso de padecer esas mismas injusticias que sobrelleva yo no tendría ese estado de ánimo. Entonces le pregunto:
- Alfredo, ¿qué te sostiene?
- Simple: amo a la Patria y amo a la Armada.
Así de simple. La vida ofrendada a aquello que se ama.
Aunque estando de visita en el presidio siento la inevitable vergüenza de no estar ahí para devolverles su libertad, comprendo que yo estaba equivocado: hay algo en Alfredo y los demás que no permite que me desmorone en su presencia. No asoma ninguna lágrima a mis ojos, sólo las ganas de agradecer por el combate; que es lo que intento al escribir estas palabras.
Además del gusto de haber conocido al Capitán Alfredo Astiz también tuve el placer de conversar con el Capitán Adolfo Donda. Suelo citar el caso de los hermanos Donda para subrayar que aquí no hubo genocidio sino una guerra con aristas fratricidas. Sin prevenciones ni andarnos con rodeos, también hablamos de eso, en confianza, como si fuéramos viejos amigos.
Tienen claro nuestros presos que la razón por la que están privados de su libertad es el más evidente prevaricato de la historia argentina, en el cual están involucrados todos los jueces que durante este siglo han intervenido en esas farsas de juicios que sirvieron de cortina a la corrupción kirchnerista; con la funcional complicidad de los que durante veinte años fingieron ser "opositores" al régimen kirchnerista.
La magnitud del sistema de corrupción montado por el kirchnerismo, aunque insostenible desde la lógica jurídica, se sostiene por el número de jueces y políticos involucrados en condenar militares para gusto de la facción política que hizo negociados de los derechos humanos, como la estafa con los desaparecidos que tan bien esclarece José D'Angelo.
Saben nuestros presos, que ninguno de esos jueces admitirá su complicidad en el prevaricato y que todavía no están dadas las condiciones para imponer una solución política a semejante injusticia. Por lo tanto no alientan fantasías de Justicia. Pero no se doblan ni se quiebran, ni pierden las esperanzas. Honran con su conducta las enseñanzas de Socrates sobre el respeto supremo que merece la Patria.
Tenían razón quienes me aseguraban que nuestros presos trasmitían fuerza a quienes los visitan. Es realmente así.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.