Los cerdos que describe George Orwell en "Rebelión en la granja", constituyen por sí una categoría política: la de los farsantes que argumentan democracia al sólo efecto de imponer el totalitarismo.
Los políticos a los que con tal significado podemos calificar como "cerdos de Orwell", abundan en la sociedad argentina y conservan un enorme poder.
Gracias a ellos la democracia como intento fallido podría ser tema de un ensayo sobre el modo en que, a partir de las expectativas de calidad institucional que nos ilusionaron en 1983, la República Argentina ha ido degradando sus instituciones por obra y ventura de su dirigencia política (o la casta, o lo que sea que usurpe el lugar de lo que debiera ser de una verdadera dirigencia política).
De entonces a hoy la corrupción de la política (que más por omisión que por acción hemos permitido todos nosotros, irrefutablemente malos ciudadanos) hizo de los tres poderes de la Nación un decorado de cartón. Así el Poder Judicial devino Poder Prevaricador, las cámaras del Congreso han perdido toda noción de honorabilidad y el Poder Ejecutivo ha sido una vidriera de vergüenzas. No hay en la generalidad de los políticos verdadero amor por la República, desconocen sus fundamentos, aborrecen su mecánica, se mofan de sus formas austeras y desprecian sus fines.
Sin embargo la nave va. No han llegado al atrevimiento de declararse abiertamente enemigos de la República, algo que insinúan cada vez que coquetean con la idea de reformar la Constitución Nacional; a la que ya en 1994 le metieron mano para saciar las ambiciones de poder de Menem y Alfonsín, los dos protagonistas del espurio Pacto de Olivos.
Acaso, hermosa palabra la palabra "acaso", cierta conciencia cívica que la sociedad guarda en su inconsciente, heredada sin duda de la legión que construyó la nacionalidad organizando definitivamente al país, impide que nuestra amada Patria deje de ser la República Argentina para convertirse en un Estado plurinacional, alguna otra forma de "democracia popular" o cualquier otra invención eufemística para incubar la antiargentinidad de las autocracias.
Ciertamente, con tan sólo ahondar sobre lo expuesto en estos pocos renglones aquel ensayo posible imaginado al principio podría convertirse en un tratado y abarcar varios tomos.
Pero siendo que esta entrada no puede ser ni siquiera un capítulo, sino un breve artículo, será algo así como una simple nota al pie sobre la austeridad y el decoro con que debería manifestarse la responsabilidad política en el momento puntual en que se toma juramento a quienes acceden a un cargo en el Estado.
Asumiendo que los largos extravíos discursivos de muchos legisladores nacionales y provinciales al prestar juramento son conocidos por cualquier persona medianamente informada, no haré perder tiempo a los lectores nombrando a los numerosos impresentables que han jurado por intereses extranjeros, terroristas desaparecidos, reputadas mentiras como la de los 30.000 y cuanto desvarío panfletario han creído propicio para alcanzar cinco minutos de fama.
Tales juras son bochornosamente anti republicanas, porque esas peroratas violentan las formas austeras del sistema republicano. Son declamaciones fuera de lugar que lejos de fortalecer la palabra de quien presta juramento logran el efecto contrario. Exhiben, además, vocación por despreciar la convivencia convirtiendo a los demás en un auditorio cautivo. Es en esencia una práctica violenta, igual que esos militantes políticos que toman por asalto un colectivo o un vagón de subte / tren, para obligar a los pasajeros a escuchar sus discursos.
La vocación del tirano es hacerse escuchar sin escuchar y adueñándose del tiempo de los otros. Los largos e insoportables discursos de Fidel Castro, respondieron siempre a esa lógica del totalitarismo.
Es imprescindible reparar el dañadísimo decoro del Congreso y restringir las fórmulas de jura a las austeras y tradicionales: por Dios y la Patria sobre estos santos evangelios (somos un país católico), por Dios y la Patria, por la Patria y mi honor, y la fórmula de promesa para aquellos que por sus creencias tengan vedado jurar. Cero circo. Esas formas, breves y austeras, casi espartanas, satisfacen la conciencia de cualquier argentino respetando sus creencias, convicciones y dignidad.
Cero circo. Y si alguien, cualquiera, invocando cualquier excusa, se aparta de esas formas el juramento debe considerarse inválido y quien cometió esa ofensa al decoro republicano declarado inepto para la función e impedido a perpetuidad de ejercer cualquier cargo en el Estado.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.