martes, 2 de mayo de 2023

Los Lunes Lectura: AUSTERIDAD E INTELIGENCIA (una propuesta conceptual para el Sistema de Inteligencia Nacional)




Lunes 1° de Mayo de 2023, soy Ariel Corbat La Pluma de la Derecha, un liberal que no habla de economía, y en el Día de la Constitución Nacional  esta es la quinta emisión de “LOS LUNES LECTURA”, en su nuevo horario de las 21:30 hs.

En esta ocasión el tema a presentar es: “AUSTERIDAD E INTELIGENCIA, una propuesta conceptual para el Sistema de Inteligencia Nacional”.

Conmemoramos hoy que, el 1° de Mayo de 1853, fuera sancionada en la Ciudad de Santa Fe la Constitución Nacional. Comenzaba así, después de décadas de ensayos constitucionales frustrados, guerras civiles, anarquía y tiranía la etapa cierta de la organización nacional que fuera luego consolidada por la gloriosa Generación del 80. 

Es más que oportuna la fecha, para intentar concientizar a la ciudadanía sobre la necesidad de contar con un eficiente Sistema de Inteligencia Nacional.

Para entender el concepto de Inteligencia, lo primero y principal es conocer su definición base, despojada de todo prejuicio y construcción fantasiosa:

INTELIGENCIA es, muy simplemente, el proceso racional que antecede la toma de decisiones, consistente en reunir y analizar información a ese fin (tomar decisiones) en previsión de escenarios futuros.

Les pido tengan presente en cada momento de esta lectura esa definición conceptual de Inteligencia como el proceso racional que antecede la toma de decisiones.

Los servicios de Inteligencia son siempre un reflejo del país al que sirven. Eso, que de por sí ya dice mucho sobre el estado actual de los organismos de Inteligencia argentinos, sugiere que antes de precisar lo específico de una propuesta para el área de Inteligencia, es preciso contextualizar y asumir que esa y cualquier otra reforma deben ser parte de algo que imperiosamente necesita la Nación Argentina para recuperar su voluntad de ser y prevalecer, y eso es una revolución cultural.

Nuestro país ha seguido el derrotero de un efecto dominó, donde las crisis no resueltas se transformaron en daño institucional, a su vez el daño institucional por aceptar que “acá las cosas son así” y por así significa que no funcionen o funcionen mal, deriva en la degradación cultural de olvidar que hay que vivir como se piensa y no pensar como se vive, resultado de esa degradación cultural es la abundancia de la miseria, material, moral e intelectual.

Ese trágico efecto dominó ha sido acompañado y precipitado por el deliberado esfuerzo de la izquierda por subvertir la cultura, especialmente a partir de 2003 con la implementación a través del kirchnerismo de un proceso orwelliano de desmemoria colectiva y adoctrinamiento faccioso con los recursos del Estado.

Como resultado el pueblo argentino ha dejado de ser un pueblo inteligente, porque ningún pueblo inteligente, puesto sobre un territorio de extrema potencialidad correría el riesgo de desconocer su pasado para tener un presente miserable y quedarse sin futuro.

La necesidad de librar la batalla en el ámbito de la cultura, hasta lograr abrir la posibilidad de una revolución cultural que recomponga la racionalidad perdida, de saber que 2 + 2 = 4 y no lo que diga el partido gobernante, no puede obviarse como marco para cualquiera de las reformas que Argentina, en defensa de sí misma, debe darse.

Por eso, voy a leer la versión simplificada de la nota "ELOGIO Y NUEVA DEFINICIÓN DE LA AUSTERIDAD" que fuera publicada en La Pluma de la Derecha el 8 de Octubre de 2018.

REPENSAR LA AUSTERIDAD:
 
Dijo Solón que "La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente".

El elemental diccionario "Pequeño Larousse en color" define a la "AUSTERIDAD" como "calidad de austero, severidad. Mortificación de los sentidos y del espíritu". 

E inmediatamente luego refiere AUSTERO como Rígido, rigorista, espartano, estoico, ascético, puritano. Sin ornamentos. 

Está claro que sólo masoquistas querrían austeridad si ello significase mortificar los sentidos y el espíritu, pero ante los padecimientos de la Argentina empobrecida de hoy cabe preguntarnos si será correcta esa definición de austeridad como "mortificación de los sentidos y el espíritu". Hace décadas que el país es gobernado con una falta de austeridad que en nada ha evitado la creciente mortificación de los sentidos y el espíritu. Por el contrario, año tras año los argentinos experimentamos nuevas formas de mortificación. Muchas de ellas consecuencia directa de la falta de austeridad, porque el país, al menos en nuestro tiempo, nunca ha sido en modo definido y consecuente ni rígido, ni rigorista, ni espartano, ni estoico, ni ascético, ni puritano. Si esas cualidades en la sinonimia determinasen el ser, diríamos que el país no ha sido.

Aquí no hay rigidez desde que la Constitución Nacional empezó a ser entendida como una mera referencia y no como la ley suprema de la Nación. Consecuentemente tampoco hay rigor o severidad en la aplicación del Derecho. Cuando por golpes de Estado pusimos militares a gobernar fuimos cualquier cosa menos espartanos, por lo que a pesar de una guerra ganada y otra perdida nos alejamos de Esparta al punto que hoy, lisa y llanamente, estamos indefensos. Para descartar el estoicismo basta consignar que consiste en evidenciar autocontrol de modo que la virtud se imponga al vicio, entendido éste como cualquier manera de obrar inconsecuente y brutal. Parece chiste de argentinos, pero es descriptivo y no tiene remate. El ascetismo es un extremo místico que nunca siquiera hemos rozado y lo mismo puede afirmarse respecto del puritanismo. 

Si de lo afirmado en el párrafo anterior le surge alguna duda repase detenidamente los actos de la caterva delictiva que gobierna en lo que va del siglo. Vea en paralelo de qué modo ha ido evolucionando el aumento de la pobreza y el hambre en el mismo país que presumió de ser "el granero del mundo".

El punto es que podemos demostrar que no somos un país austero, pero no por escapar de la austeridad evitamos la mortificación de los sentidos y el espíritu, por lo cual es dable cuestionar la definición del diccionario.

Argentina como país degradado culturalmente y dañado en lo institucional al extremo de exhibir miseria intelectual hasta en el habla, es una realidad mortificante. La Argentina duele. Duele de un modo en que no podría doler si su historia contemporánea estuviera asociada a la austeridad. Lo cual demuestra que la austeridad no puede ser definida como la mortificación de los sentidos y el espíritu. Hay algo que está mal en esa definición.

Acaso -hermosa palabra la palabra "acaso"- debamos redefinir el concepto y entender a la austeridad como algo distinto de la mortificación y la penitencia, porque en rigor de verdad la austeridad previene el sufrimiento, no lo causa. Para la Real Academia Española la austeridad es la "mortificación de los sentidos y pasiones", dándole a la expresión "austero", entre otros significados similares a lo antes mencionado, el siguiente: "Sobrio, morigerado, sin excesos. En esa época, llevaba una vida austera, sin lujos".

Imaginemos por un momento que durante el último medio siglo, como escuchando aquel llamado de Ortega y Gasset a los argentinos para dedicarnos a las cosas, se hubiera conducido la vida pública de modo sobrio, morigerado, sin excesos, sin lujos, sin gastar a cuenta de la riqueza futura... 

Sería otro país, seguramente menos frustrado por la ilusión de un potencial desmesurado, pero al mismo tiempo más cercano a ese potencial, prolijo en todos los órdenes, previsible en el buen sentido de ser confiable y, como consecuencia de ello, consciente de su propia identidad. Una República consolidada para el desarrollo de una Nación saludable. Y un país austero, salvo algún cataclismo, no tiene necesidad de prometer penitencia siguiendo reglas de conducta establecidas por otros al mendigar por su subsistencia. La austeridad evita esa mortificación preservando la dignidad y la autoestima, en las naciones y en las personas.

Por supuesto, cuando una persona o un país no sabe conducirse y se envicia de prodigalidad, la rehabilitación es un proceso traumático que se percibe como una penitencia mortificante para los sentidos y el espíritu. Y hasta aquí sólo hablo de austeridad independientemente de la decencia o la deshonestidad del pródigo. Porque al introducir el concepto "decencia" cabe un tajante distingo entre quien dilapida su patrimonio personal y quien dilapida patrimonio público. Sólo puede aceptarse un proceder negligente pero decente en el primer caso, nunca en el marco de una República. El despilfarro de lo público bajo la excusa del "Estado presente", inflado, excedido de atribuciones y carente de funcionalidad, es decididamente un proceder delictivo. Una estafa montada sobre la ilusión del realismo mágico.

La austeridad republicana, siendo un valor que surge por oposición al ornamento y fastuosidad que son propios de la monarquía, conlleva un sentido práctico y simple de la vida. Por ello nada resulta menos republicano y contrario a la austeridad que el extremo de lo faraónico.

Lamentablemente, Argentina, que en su excepcionalidad logró ser una República bananera sin bananas, también encontró el modo extravagante de despilfarrar ahorro y crédito al estilo faraónico, pero sin pirámides ni ninguna otra obra que vaya a perdurar miles de años. Nuestras pirámides son obra no hecha y papeles de una deuda que ya nos espantaba en 1983, cuando quisimos suponer sería exclusivamente obra indecorosa de la vieja dictadura, pero que no menos indecorosamente hemos ido aumentando, gobierno tras gobierno, a lo largo del fallido experimento democrático iniciado entonces.

Y hoy estamos donde estamos. Tal cual y como estamos. Sería tan ocioso puntualizar aquí el diagnóstico, como vana la esperanza del sentido común imponiéndose por sí. La inercia negativa del país prefiere y seguirá prefiriendo, como cualquier drogadicto enamorado del veneno, percibir el dulzor imaginario del placebo a la amargura cierta pero sanadora del remedio. Máxime cuando el remedio, cosa que sabemos todos incluyendo a los irresponsables que juegan al distraído proponiendo alquimias mágicas para que lo que nunca funcionó empiece a funcionar, es la austeridad: la temida "mortificación de los sentidos y el espíritu"; que no es tal.


Ahora bien, un espasmo de austeridad que decante por espanto de la realidad y dure unos pocos años tampoco servirá de nada si no incorporamos la austeridad republicana a nuestra cultura en forma definitiva. La austeridad tiene que pasar a ser algo que forme parte de nuestro estilo de vida. No ya remedio, ni penitencia, sino convicción.

La imperiosa austeridad que se necesita debe hacer parecer hedonistas a los espartanos, pero tal vez el país haya perdido hasta la capacidad intelectual de advertir que en ese esfuerzo va la posibilidad de alejarnos del sufrimiento; porque, además, no se puede ser austero desde la idiotez. La austeridad exige inteligencia, en todas las acepciones de la palabra. No hay forma de ser austero sin proyectar una situación futura en términos ideales y arbitrar el mejor uso de los siempre escasos recursos para llegar a ella. La inteligencia, al igual que la austeridad, es más que un don una práctica virtuosa.

Ensayo pues una nueva definición.

AUSTERIDAD: Calidad de austero, criterioso. Cuidado de los sentidos y el espíritu. Valoración de lo esencial por sobre lo ornamental. Apego a la simpleza de la vida. Capacidad previsora para evitar complicaciones innecesarias. Moderación. Inteligencia. Camino de felicidad.

AUSTERIDAD REPUBLICANA: Decencia. Respeto por la calidad de vida y patrimonio de las futuras generaciones.

La austeridad no es ya una opción económica, es un imperativo moral. Nos va la vida en entenderlo.

El artículo al que he dado lectura, subraya la afinidad entre austeridad e Inteligencia. No es posible ser austero sin obrar inteligentemente, no es posible una República Argentina austera sin que se incorpore la práctica de la Inteligencia a la toma de decisiones.

De nuevo: Inteligencia es el proceso racional que antecede la toma de decisiones

La primera derivación de este concepto básico es que Inteligencia es una actividad normal y cotidiana. Está presente en todas las actividades humanas y la realiza/requiere con la mayor naturalidad todo aquel que toma decisiones, sea un ama de casa, un empresario PYME, el CEO de una multinacional, un jefe militar en operaciones, un Estadista al frente de un gobierno, etc. Todos, en mayor o menor medida, hacemos Inteligencia.

Por supuesto a medida que las decisiones son más complejas se produce una separación organizativa entre servidor y cliente, entre quien hace Inteligencia y quien toma las decisiones. Esto significa que un ama de casa o un pequeño comerciante realiza su propia Inteligencia y también decide, pero que en organizaciones complejas como grandes empresas, ejércitos o estados, la función de Inteligencia genera una estructura sistemática y diferenciada.

Ante la complejidad de organizaciones que requieren diferenciar y sistematizar roles, queda en claro una de las reglas generales más importantes de la actividad de Inteligencia: Inteligencia informa, no decide

Reunir información, analizarla y proyectar la evolución del escenario a futuro, contemplando como variaciones las posibles decisiones a tomar y sus consecuencias, agota y renueva inmediatamente la función de Inteligencia en el momento que quien debe debe nutrirse de esa información la utiliza o la descarta. Lo cual siempre da lugar a nuevos requerimientos, y constituye lo que tradicionalmente se conoce como ciclo o círculo de la Inteligencia y que grafica la continuidad de la actividad. 

Lo que interesa a esta exposición es específicamente la Inteligencia de Estado. La Inteligencia de Estado es un atributo de los países soberanos, PORQUE UN PAÍS ES SOBERANO CUANDO DECIDE SU PROPIO DESTINO. Los países que tienen gobiernos “títeres” no necesitan servicios de Inteligencia ya que no toman decisiones, sino que acatan las decisiones que toman otros que sí cuentan con servicios de Inteligencia.

Luego los servicios de Inteligencia son pues, como antes se dijo, un reflejo del país al que sirven y eso también se puede corroborar analizando la historia argentina. Siendo dable, además, preguntarnos frecuentemente a quiénes conviene que el país no cuente con servicios de Inteligencia.

En términos históricos, puede decirse que el origen y fundamento de la actividad de Inteligencia, antiguamente conocida solamente como espionaje, es esta enseñanza de Sun Tzu escrita hace 2400 años en “El arte de la guerra”: “TODA CUESTIÓN REQUIERE UN CONOCIMIENTO PREVIO”.  

El espionaje fue siempre una práctica usual, y lo era entre nosotros ya en los tiempos del Virreinato del Río de la Plata, por ende al iniciarse las luchas por la independencia se originaron las primeras redes de espionaje argentino. 

En particular, el General José de San Martín fue un aplicado discípulo de Sun Tzu. Tanto que si se analizan las campañas de San Martín, cada una de las observaciones de Sun Tzu encuentra un correlato sanmartiniano.

En efecto, San Martín puso en práctica todas y cada una de las recomendaciones de Sun Tzu referidas al manejo de la información y el espionaje, especialmente en su “guerra de zapa”. Lo interesante de la red de espionaje montada por San Martín es que contaba con la anuencia del entonces Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Se insinuaba entonces una proyección institucional de la actividad que luego se desdibujó durante muchísimos años por las dificultades para organizarnos como Estado independiente. No obstante, por supuesto, todos los gobiernos siguieron contando con rudimentarios servicios de información.

La actividad de Inteligencia iba a comenzar a institucionalizarse en Europa, a partir del 23  de Junio de 1866 con la creación por parte de Prusia de la Policía de Política Exterior, días antes de la guerra con Austria. Finalizada la guerra ese servicio adquirió nuevas dimensiones al ser llamado Bureau Central de Inteligencia. Lo que sería emulado por otros Estados. 

En Argentina los servicios de información seguían operando de manera informal, así por ejemplo el escritor Miguel Cané, a finales de 1879 y ante las apetencias chilenas sobre la Patagonia, cumplió funciones de Inteligencia en Chile durante el desarrollo de la Guerra del Pacífico. Por órdenes del Presidente Avellaneda, y pretextando querer encontrar a Roque Sáenz Peña, Cané se dirigió a Santiago. Interesaba determinar si luego de terminada la guerra contra el Perú, Chile se aventuraría a ir por el sur argentino. En virtud de ello Cané informaba a los ministros Pellegrini y González.

La organización del Estado moderno que emprende la Generación del 80 afectará también la materia de nuestro interés, pero va a ser recién en 1901, a instancias del Coronel Pablo Ricchieri, como ministro de Guerra del Presidente Julio Argentino Roca, que con la creación de la Quinta División, el primer servicio de informaciones del Ejército, se inicia en Argentina la institucionalización de la actividad de Inteligencia.

Posteriormente a consecuencia de las dos guerras mundiales, la actividad de Inteligencia cobró prioridad adquiriendo un notable crecimiento, por lo que a partir de 1945, los avances del profesor Sherman Kent, trabajando por encargo del Presidente Harry Truman, hacen que el desarrollo teórico e institucional de la actividad de Inteligencia diera lugar a distintas especialidades.

Siguiendo esa corriente, en 1946 el Presidente Juan Domingo Perón, con experiencia en Inteligencia Militar, dispuso por Decreto la creación de la CIDE, Coordinación de Informaciones del Estado, bajo dependencia directa del Presidente de la República. Se formalizaba con ello la pertenencia de los servicios de Inteligencia al ámbito del Poder Ejecutivo, que es lo que se corresponde con la división de poderes del sistema republicano. Este es un dato importante a tener en cuenta, ya que no tendría sentido que los servicios de Inteligencia estuvieran dentro de otro poder que aquel que, por definición, es el decisor de los asuntos del Estado.

En 1956, Revolución Libertadora mediante, la CIDE pasó a denominarse “Secretaría de Inteligencia de Estado” y su organización siguió siendo definida vía decreto presidencial. 

Y ese es otro punto importante: desde 1946 la actividad de Inteligencia se desarrolló sin necesidad de ninguna ley específica. Ello recién cambió en diciembre de 2001 con la sanción de la Ley de Inteligencia, también conocida como Ley Toma, que fue consensuada con un gran trabajo parlamentario. No obstante, aunque fue un buen instrumento para ordenar el Sistema de Inteligencia Nacional, acaso por ser la primera ley y en el empeño por darle impronta de logro democrático, que lo era, se concentró en poner límites en lugar de potenciar la actividad. Esa búsqueda de encorcetar a los organismos de Inteligencia dio lugar, a pesar del texto de la norma, al mito absurdo de que está prohibido hacer Inteligencia interior. En los hechos, aunque la SIDE pasó a llamarse Secretaría de Inteligencia,  quitando de su nombre (en mi opinión equivocadamente) el calificativo “de Estado”, se la siguió llamando SIDE y el funcionamiento del organismo y del sistema tuvo continuidad sin cambios abruptos. 

Luego llegó el kirchnerismo y comenzó, como en todos los órdenes, la decadencia que en una década llevó, como un final anunciado, al colapso del Sistema de Inteligencia Nacional en Diciembre de 2014. Subestimando el intelecto de los argentinos, la entonces presidente Cristina Fernández argumentó que la democracia tenía una deuda en terminar con los servicios de Inteligencia de la dictadura, lo cual era una completa falacia por dos razones: la primera es que la SIDE siempre fue el servicio de Inteligencia del Estado, sirviendo a distintos gobiernos pero sin quedar ligada a ninguno, incluyendo los gobiernos de facto, y segundo porque esa supuesta deuda de la democracia la había saldado el Congreso Nacional en 2001. 

Sobre esas falacias se dictó en marzo del 2015 la Ley 27.126 de Creación de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Las modificaciones introducidas por esta ley no tienen mayor relevancia, pero si la tuvo la publicación del Decreto  que introdujo como “Nueva doctrina de Inteligencia Nacional” la mención a presupuestos ajenos a la Constitución de la Nación Argentina, invocando un  “Estado constitucional, social y democrático de Derecho”, que no aparece en el texto de la ley sino que fue tomado del Art. 2 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. La intención de darle impronta castro/chavista a los servicios de Inteligencia argentinos quedaba así de manifiesto. 

La Presidencia de Mauricio Macri encontró entonces un Sistema de Inteligencia Nacional colapsado, pero no valorando tampoco esa gestión la práctica de la Inteligencia no supo hacer lo necesario para recomponerlo más allá de las formas elementales. Por lo que al regreso del kirchnerismo, la AFI fue otra vez reducida a la condición de inutilidad absoluta; con la deliberada intención de ponerla bajo intervención castrista para mantenerla como burocracia absurda.

Hoy, fruto de estos sucesos someramente recordados, la Nación Argentina no cuenta con el apoyo del Sistema de Inteligencia Nacional, y es notorio el gran desconocimiento y desprecio por parte del grueso de la dirigencia política respecto de la actividad de Inteligencia. Nuestros dirigentes políticos en la función de gobierno deciden por capricho, por dogmatismo ideológico o a prueba y error, por lo que el desafío de recomponer el Sistema de Inteligencia Nacional debe partir de hacerles entender que Inteligencia es, muy simplemente, el proceso racional que antecede la toma de decisiones; que consiste en reunir y analizar información a ese fin y en previsión de escenarios futuros. No es tan difícil de entender.

Para que la política lo entienda, hay que esclarecer que Inteligencia no una cuestión que de tan secreta sólo deba interesar a especialistas, sino un importante interés ciudadano, porque cuando los que gobiernan toman decisiones sin ese conocimiento previo que toda cuestión merece, como supo enseñar Sun Tzu, tampoco se pueden proyectar sus consecuencias a futuro, y así las malas decisiones de gobierno dilapidan recursos, tiempo, expectativas y dinero de los contribuyentes. La vida misma de la Nación. 

Un país que, tal como hoy Argentina, no cuenta con servicios de Inteligencia es un país que no ejerce su soberanía porque no decide su destino, que no puede ser austero porque carece de la racionalidad para serlo, que vive en la incertidumbre porque no planifica, que no puede ganar aliados porque en su andar errático despierta desconfianza, y que pone en serio riesgo su existencia porque con errores que ofenden gana enemigos y su debilidad hace que a todos tiente arrebatarle algún pedazo.

Hace décadas que Argentina se gobierna como si fuera un experimento para establecer cuanto tiempo pude existir un país tomando decisiones contra sí mismo. Es por lo tanto imposible obviar la falta de una clase dirigente capaz y comprometida con la racionalidad propia del sistema republicano que establece la Constitución Nacional.

Ese es el principal obstáculo que enfrenta toda propuesta de recomponer el Sistema de Inteligencia Nacional, pues sí o sí requiere un gobierno de profundas convicciones republicanas para poder realizarse. Así que vamos a suponer, en un ejercicio de mucha imaginación, que el próximo gobierno asume con esas convicciones y se plantea devolver racionalidad y confianza a la República Argentina.

En tal caso, el desafío inicial del Sistema de Inteligencia Nacional será exactamente el mismo de la República: recuperar racionalidad y confianza.

La racionalidad que se debe recuperar, yendo prolijamente de lo simple a lo complejo para que lo complejo sea simple, es la racionalidad del sistema republicano establecido por la Constitución Nacional, y que comienza por la lógica de la división del poder en tres funciones diferenciadas: Ejecutiva, Legislativa y Judicial. Una lógica que busca impedir los abusos del poder propios del absolutismo y el totalitarismo.

Ante las atribuciones del Poder Ejecutivo, que desempeña el Presidente de la Nación Argentina, hay dos consideraciones que son fundamentales para la actividad de Inteligencia, una principal y otra condicionante. La principal es que el Presidente de la Nación tiene la responsabilidad de tomar decisiones como jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país. Y la condicionante es que puede ser destituido por mal desempeño o inhabilidad para el cargo.

Hemos visto que durante la mayor parte de su historia, Argentina no necesitó de una ley para organizar sus servicios de Inteligencia, y las citadas normas constitucionales ratifican que no es necesaria una ley, porque si tomar decisiones es atribución del Presidente va de suyo que, estando a cargo de la administración general del país, esta facultado para organizar en el ámbito del Poder Ejecutivo el servicio de Inteligencia que contribuya a informarlo para asegurar la racionalidad de sus decisiones. Y el control de esa actividad de Inteligencia queda atribuido al Congreso Nacional mediante la posibilidad de destituir a un presidente que toma malas decisiones, porque en eso consiste el mal desempeño o la inhabilidad para el cargo.

Por supuesto la existencia de una ley que regule la actividad de Inteligencia no está impedida por la Constitución Nacional. Pero en ningún caso el texto debe avanzar sobre las amplias atribuciones del Presidente, sino que sin espíritu reglamentarista debe acotarse a institucionalizar el funcionamiento de los servicios de Inteligencia como una política de Estado que trascienda distintas gestiones de alternancia política. Algo que la Ley Toma no logró, no por defecto de la Ley, sino de los gobiernos faltos de espíritu republicano que supimos conseguir. 

Lo que convendria sería una nueva ley de tipo conceptual, de unos pocos, claros y breves artículos para limitarse a estructurar el Sistema de Inteligencia Nacional, volviendo a denominar SIDE, Secretaría de Inteligencia de Estado, al órgano rector, y dejar que su organización, misiones y funcionamiento sean establecidas por el Poder Ejecutivo sin más control parlamentario que el que recae sobre las decisiones del Presidente.

Una ley conceptual evitaría las definiciones que pretenden limitar la actividad de Inteligencia a cuestiones de Defensa y Seguridad Interior, ya que la Constitución Nacional exige, bajo amenaza de destitución, que todas las decisiones que corresponden tomar al Presidente, todas, demuestren capacidad, lo que es decir racionalidad, lo que es decir un conocimiento previo, lo que es decir contar con el proceso racional que antecede la toma de decisiones proyectando escenarios futuros. 

El sentido de una ley conceptual, es tener claro que si no existiera ninguna ley de Inteligencia, igual podría el Presidente de la República organizar y poner en funcionamiento el servicio de Inteligencia de la Nación, como ha sido desde 1946 hasta 2001. Y está demostrado también que cualquiera sean las restricciones que ensaye una ley, hay contextos políticos que las tornan ilusorias. Por lo tanto si no se cumple la Constitución Nacional, si el Congreso se torna anexo del Ejecutivo y el Poder Judicial olvida su rol como guardián de la constitucionalidad, pues no se cumplirá ninguna norma inferior por mucho espíritu y letra detallada que contenga.

Tan así como las atribuciones el Presidente de la Nación en materia de Inteligencia son un atributo de la soberanía nacional, semejantes atribuciones en cabeza de los gobernadores son un atributo de las autonomías provinciales. 

Las provincias deben contar con organismos de Inteligencia, y estos -en virtud de ser cada gobernador un agente federal-, deben estar integrados al Sistema de Inteligencia Nacional.

Si sobre esas bases conceptuales derivadas del sistema republicano, los gobiernos, tanto nacional como provinciales, incorporan la práctica de la Inteligencia a su toma de decisiones, el país estará recuperando racionalidad y eficiencia en su Sistema de Inteligencia.

Recuperando la racionalidad se podrá aspirar a recuperar confianza. Claro que demandará años de consecuente racionalidad lograr que el país y su servicio de Inteligencia vuelvan a ser confiables en la comunidad internacional.

En toda república donde la alternancia del poder es posible, la confianza sólo se logra con políticas de Estado sostenidas a través de distintas gestiones, por lo que si Argentina logra en cuatro años que su servicio de Inteligencia funcione intensamente, y alternancia en el poder mediante ese funcionamiento se continúa durante tres períodos presidenciales, el país será merecedor de un servicio de Inteligencia racional y confiable, lo que hoy no tiene ni merece.

Otras cuestiones deben apuntalar la propuesta de una ley conceptual para el Sistema de Inteligencia Nacional, y es tener conciencia de la propia identidad. En materia de Inteligencia sirve tomar nota de todas las experiencias extranjeras, pero no tiene sentido importar ninguna como si fuera una franquicia. El desarrollo de la Inteligencia será propio o no será

Esta propuesta afirma que Inteligencia de Estado es algo tan necesario como vital para las instituciones republicanas. Una práctica racional, simple y honorable, que lejos de ser escondida como cuestión reservada a especialistas debe ser clarificada como un interés ciudadano que contribuye a la planificación del futuro, consolidando la voluntad de ser y prevalecer de la Nación Argentina.

Inteligencia es austeridad.

Vaya dedicada esta lectura a la memoria de Don José Antonio Álvarez Condarco, quien por la trascendencia de su misión puede ser considerado el primer agente de Inteligencia argentino.

Y así amigos, llegamos al momento en que este espacio de ida se transforma en ida y vuelta. Conversemos.

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De la conversación que siguió la lectura participó el Licenciado Miguel Ángel Toma, ex Secretario de Inteligencia, cuyos aportes pueden escucharse en la grabación de "Los Lunes Lectura" a través del siguiente enlace: 





¿Qué es la Derecha?

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Ariel Corbat

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