jueves, 12 de octubre de 2023

MONSIEUR FUMÉE




Desde antes de dar inicio a su carrera criminal con pequeñas felonías, todo estafador va moldeando en su mente y alma el sueño de un gran golpe final. Con cierta sensibilidad artística el timador imagina su “obra maestra”, cuyo objetivo no será hacer fortuna pues para entonces ya habrá quitado dinero a muchos, sino demostrarse a sí mismo que su capacidad de seducción tiene el poder de engañar a todos.

El estafador exitoso quiere probarse siempre que es un seductor irresistible, alguien capaz de dominar a sus víctimas con una mirada y palabras estudiadas, un cuentista de fantasías elaboradas que la ambición o necesidad de los demás quieren hacer realidad. Los mejores estafadores crean la necesidad de aquellos a los que van a desplumar, como causarles daño primero para venderles luego algún amuleto que los proteja de los males de su creación. Cuanto más estúpida sea la complicidad de su víctima con el engaño mayor será el sentimiento de superioridad del estafador, porque siempre es un reto estafar y volver a estafar el mismo blanco, como tirar en el fútbol un doble caño de ida y vuelta a un mismo rival. Algo que el otro no querrá ni siquiera recordar para no sentirse humillado. La clase de víctima que prefiere morir a reconocerse burlado es oro puro para los estafadores.

Monsieur Fumée, el gran simulador de las mil y una caras, ha planeado toda su vida un gran golpe para ser el rey de los estafadores.

Ha hecho ya una fortuna considerable llevándose, discretamente pero a vista de todos, la que era de otros. Y jamás ha sentido remordimiento alguno por ver a sus víctimas rodar de la pobreza a la miseria. La piedad nunca fue un sentimiento que albergara su ser, como mucho la ha fingido sin siguiera entender que podría motivarla. Monsieur Fumée sonríe cuando los sentimientos piadosos terminan convenciendo a sus “proveedores de bienestar”, como él los llama; porque “víctimas”, dice, es una palabra estigmatiza y denigra a sus estafados.

En estos días Monsieur Fumée está lanzado con todas sus mañas a la realización de su obra maestra.   

Una estafa colosal que lo haría amo y señor de todo de un país al que ya dirige de facto. Sonríe por dentro Monsieur Fumée mientras finge llorar, sin que siquiera pueda dejar caer lágrimas de ocasión, cuando sus “proveedores de bienestar” desde la misma angustiante necesidad en que él los ha colocado le escuchan prometerles que va a cuidarlos y lo ven como a sus salvador, otro protector de pobres y desamparados. No tiene lágrimas Monsieur Fumée tal como no las tiene Mr Smoke, el psicópata incendiario que por regodearse en el humo secó sus ojos tanto como su alma.

Quizá Monsieur Fumée se salga con la suya. Tal vez. Pero a veces el estafador se estafa a sí mismo queriendo ver la realidad como no es.

La ambición es siempre un arma peligrosa capaz de herir a quien la lleva, por lo que se torna una debilidad. En la realización de toda obra maestra, la diferencia entre lo sublime y lo ridículamente fallido puede ser algo tan simple como un niño gritando que el rey está desnudo. Así de débil puede ser la ambición más poderosa.

A Monsieur Fumée nunca le ha gustado ese cuento de Hans Christian Andersen. Porque si bien allí los estafadores se salían con la suya intuye que con semejante escándalo el cuento no terminó ahí. No los imagina viviendo felices y comiendo perdices, sino colgando de una soga, exhibidos a la infamia pública, después de haber pasado largo rato por las mazmorras del rey para prácticas de los verdugos. 

Además, su golpe es parecido pero distinto: él no va por las joyas de la corona, sino por la corona. Una corona que de hecho ya lleva puesta, pero no con todas las de la ley. Porque las mejores estafas son las que se hacen dentro de la legalidad. Y de sus pesadillas despierta aterrado, sintiendo la corona en la cabeza pero la desnudez expuesta ante la mofa cruel.

No, a Monsieur Fumée no le gusta nada ese cuento.

Y menos ahora que un niño terrible lo apunta con el dedo y grita “tiene miedo”. 

Sí, Monsieur Fumée tiene miedo. 

Ya no es sólo uno, la gritería es del coro de niños terribles a los que no puede atemorizar ni callar, mientras lo señalan y gritan:  “¡Tiene miedo!”. 

Cada vez son más los insolentes párvulos. Aún así, tal vez, Monsieur Fumée logre mantener engañados a muchos y ponerse legalmente la corona; pero ya está desnudo. No podrá engañar a todos. 

Así las cosas, su obra maestra sería... un sublime bochorno.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.

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