viernes, 24 de marzo de 2023

¿ARGENTINA BOLIVARIANA? ¡LA PINGA BOLIVARIANOS!





Hoy, 24 de Marzo de 2023, lo vi más claro que nunca. Odiaba Bolívar a los argentinos. Los odiaba casi tanto como les temía. Porque además de resultarles odiosos con sus aires libres tenían de arrogantes lo que tenían de valientes. 

Desde aquella entrevista en Guayaquil, siempre que sus ojos chocaron con la mirada de un argentino sintió esa superioridad moral de los libres del sur. O mejor dicho, el frío desnudo de su inocultable inferioridad. 

El sólo recuerdo de San Martín, el Libertador del Sur que eligió ser Protector y no tirano, el que combatió la tiranía sin ánimos de convertirse en dictador del Perú ni "presidente vitalicio", el que de tan grande estuvo dispuesto a combatir a sus órdenes para no demorar la Independencia americana, le hacía verse tal como era; no como quería ser visto. Tan así como posaba soñando la eternidad ante el lienzo de cualquier pintor.

No necesitó San Martín que un país llevara su nombre para ser recordado como el Libertador, ni ofrendaba retratos de sí mismo dando por descontada la admiración de los demás, pero en cambio a Bolívar, el pequeño Libertador del Norte, ninguna pleitesía le conformaba, sabía que cada día eran más los que a sus espaldas lo llamaban tirano y que los que siempre le obedecían no era por leales sino por obsecuencia, esa lealtad degradada que a la larga es la peor de las traiciones.

Y los argentinos, los malditos argentinos, se lo decían en la cara, lo desobedecían, lo desautorizaban, y se quedaban allí plantados dispuestos siempre a hacerse cargo de sus actos. 

Pensó que se libraría de la sombra de San Martín, pero el esbozo de aquella sonrisa socarrona con que el discípulo de Sun Tzu recibió de manos de Bolívar el retrato de Bolívar, era esa misma sonrisa indiscreta en el rostro de cada militar argentino.

Odiaba a esos cadetes de San Martín, que osaban airadamente poner límites a sus pretenciones imperiales. Cuando celebrando la victoria de Pichincha, ebrio de alchol y ambición, Bolívar se propuso brindar porque no tardaría el día en que paseara el pabellón de infantes de Colombia sobre el suelo argentino, el Capitán Lavalle, capitán de valientes, se puso en pie recordando que la Nación Argentina era libre desde 1810 sin ninguna ayuda externa y, para reafirmar lo dicho, recitó las victorias de las armas argentinas que enumera el Oíd Mortales. La voz firme, la mano en la empuñadura de la espada, las venas hinchadas de furia en el cuello y la mirada, esa maldita mirada de los libres del sur, clavadas en los ojos de Bolívar.

- ¡Estoy acostumbrado a fusilar generales insubordinados! -replicó encolerizado Bolívar.

- ¡Será porque esos generales no habrán tenido una espada como ésta! -respondió Lavalle levantando un puño la empuñadura de su espada. Y ahí asomaba el filo que en cada batalla dejaba ríos de sangre.

Bolívar ni se animó a tocar la suya. 

Otra vez tuvo Bolívar el poco tino de no ocultar su aversión a los argentinos mirando fijamente al Coronel Rojas, sentado en un banquete frente a él. Y como aquel le sostuvo la mirada pretendió increparlo de mal modo: 

- ¿Qué graduación tiene usted?
- Coronel -respondió Rojas señalando sus charretaras en los hombros, remarcando en el gesto que era cosa que cualquier general debía saber sin necesidad de preguntar.
- ¿De qué país es usted?

Se tomó Rojas un par de segundos para contenerse, y sonriendo, con esa maldita sonrisa de los argentinos, contestó:

- Tengo el honor de ser de Buenos Aires.
- Bien se conoce -chicaneó Bolívar-, por el aire altanero que representa.

Y entonces Rojas, refulgiendo el orgullo en los ojos, respondió con inocultable satisfacción: 

- Es un aire propio de hombres libres. 

No era algo que apreciara Bolivar, ese aire propio de los libres. 

Luego de Ayacucho también bebió Bolívar en exceso voviendo a cometer el desatino de expresar, otra vez, sus ínfulas napoleónicas con su ambición de someter bajo su dominio a la Nación Argentina. No estaba allí Lavalle para repetirle la lección de historia del Himno Nacional, pero lo que es lo mismo estaba otro cadete de San Martín, el bravo Deheza, quien con firmeza e intención de buenos modales volvió a retrucar esas ínfulas:

- Viene errado en eso de creer que los argentinos necesitamos libertadores. Nosotros no necesitamos expediciones extranjeras y menos aún tiranos.

Explotó Bolívar de furia. Tan descontrolado de sí que saltó sobre la mesa, donde con sus botas y espuelas comenzó a pisotear la vajilla avanzando en dirección a Deheza gritando:

- ¡Así he de pisotear la República Argentina!

Aquello desató la inmediata reacción de Deheza, quien saltando también sobre la mesa enfiló hacia Bolívar al poco elegante pero claro grito de: 

- ¡La pinga mi general!

Se paró en seco Bolívar y otros oficiales presentes evitaron que Deheza clarificase de modo violento esas locas ideas en la cabecita de Simón.

Ah, sí. Bolívar odiaba a los argentinos, esos que con sus aires de hombres libres jamás demostraban miedo. Esos que, aunque con disciplina sanmartiniana, le llamaban "mi general", no dudaban en enfrentarlo para ponerlo en su lugar. 

Esos malditos argentinos, esos cadetes de José, realmente creían que la Libertad era, más que romper el dominio español, ser libres. Y lo que tenían de argentinos lo tenían de peruanos, amaban al Perú como a la propia Argentina, sangraban por uno y otro país cual si fueran uno mismo. Bouchard, Necochea, Lavalle, Rojas, Deheza, San Martín, eran nombres que Bolívar no podía pronunciar sin saberse menos, sin sentirse descubierto, y lo que le resultaba todavía peor: sin poder eclipsarlos.

En su lecho de muerte volvió a sentir Bolívar que esos argentinos lo miraban con suficiencia y superioridad. Temió que la enternidad lo mostraría siempre mezquino, siempre ambicioso, siempre un tirano, siempre por debajo, muy por debajo, de la moral sanmartiniana. 

Por eso mintió  testamentariamente una humildad que nunca tuvo. Sintió entonces la misma irritación que tuvo al leer los versos del padre Joaquín Larriva, la pluma del Perú que, al mismo tono altanero de los libres del sur, se atrevió a coronar aquellos recelos argentinos con estos versos, que lo hicieron maldecir;

"Cuando de España las trabas.
en Ayacucho rompimos,
ninguna otra cosa hicimos
que cambiar mocos por babas,
Nuestras provincias esclavas 
quedaron de otra Nación; 
mudamos de condición,
pero sólo fue pasando
del poder de Don Fernando
al poder de Don Simón".

Sí, Bolivar odiaba a los argentinos. Esos malditos argentinos que libres y enamorados de la Libertad cruzaron los Andes, dejando su sangre desde Chile al Ecuador sin ninguna ambición imperial. Si, odiaba Bolívar a San Martín por ese gesto al recibir su retrato y la confianza con que despojado de vanidad se ofreció a secundarlo. Esos ojos, esa misma mirada en los cadétes de José, le hacían desear una Argentina sin Libertad y sin gloria.

Hoy, 24 de Marzo de 2023, he visto ese mismo odio de Bolívar ondear en las calles de Buenos Aires. Miserables que aborrecen la Libertad y la gloria de la Nación Argentina, marchaban agitando banderas venezolanas, no la enseña patria de los exiliados venezolanos sino el trapo faccioso de la dictadura bolivariana. 


Esos cínicos hipócritas que dicen lamentar la vieja dictadura que venció a las organizaciones del terrorismo castrista para volver a la Libertad, celebran esta nueva dictadura kirchnerista que disuelve la identidad argentina para exterminar toda libertad. 

En el nombre de Bolivar, los comunistas cubanos se adueñaron de Venezuela y la hundieron en la miseria. Intentan aqui lo mismo, explotando la estupidez y desmemoria de un pueblo embrutecido, que todavía no termina de entender la razón de su tragedia social: que habiendo condenado implacablemente a sus defensores le entregó el futuro a sus enemigos.

Enemigos que desean vengar a Bolívar borrando de la memoria ese aire de hombres libres.

Y habrá que ver si todavía podemos ser aquellos que supimos ser, para ponernos de pie y decirnos con orgullo: argentinos y cadetes de José. Los que con el grito sagrado en el alma con gloria vivían o morían con ella. 

Argentinos, ni más ni menos.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.




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