¡QUEREMOS TANGO!: HACER EL TANGO
El presente del Tango es sinónimo de tracción a sangre. Esfuerzo de pequeños orfebres del dos por cuatro que diseñan, pulen, engarzan y exhiben sin grandes escaparates verdaderas joyas del corazón. Contrariando cierta fantasía de auge tanguero, los interpretes y creadores del momento actual saben que las gastadas suelas de sus zapatos difícilmente vayan a encontrar una alfombra roja que los catapulte al público masivo. De hecho, igual que los inmigrantes africanos que deambulan por las calles y ofrecen en un abrir de maletín chucherías doradas prolijamente presentadas, al Tango se lo ve por todos lados, eso sí: siempre y cuando se lo quiera ver. No tiene la fuerza arrolladora de lejanos años dorados, y eso es porque frente a la oferta, que abarca desde mamarrachos bizarros hasta la excelencia sublime, la demanda es poca y tibia, por momentos fría.
El turismo, sobre el que la falta de imaginación apunta sus cañones y al que parecen estar destinados grandes eventos con organización estatal, no es un recurso genuino para el crecimiento del género si se lo piensa como el sostén principal. Por mucho que el Tango tenga vocación de conquistar el mundo y Carancanfunfa pueda mezclar en un pernó a París con Puente Alsina, la esencia debe, necesaria e irrenunciablemente, estar entre nosotros. Ser barrio, mugre, adoquín, viveza criolla, “convencernos y así convencer” como enseña Eladia. Cuando se orienta la búsqueda para halagar a la gringada se vende el alma, se traiciona el trazo del que pinta su aldea para pintar el mundo y se mata –por la ley de las paradojas- a la gallina de los huevos de oro.
Oportunamente me manifesté contrario a que el Tango sea considerado “Patrimonio de la Humanidad”, y no es el caso de repetirme. Estas líneas que escribo ahora tienen otro destino. Las escribo como un mensaje de aliento, y también un llamado de atención, a todos los que pueden considerarse “guerreros del Tango”, segundas y terceras líneas que frente a la adversidad generan su propio espacio y lo sostienen porque entienden que la vida se empobrece si no se “hace” Tango. En esa convicción de amateur y semi profesional que busca realizarse llegando al punto de concentrar toda su actividad productiva en el Tango, percibo una fortaleza capaz de romper el cerco. Porque el Tango, de muchas maneras, está cercado. Y el primer cerco es el ego. Cada uno de nosotros, en el empeño por aportar lo nuestro, solemos olvidarnos de complementar afanes. Arrimarnos, es reconocernos en la misma senda y valorarnos doblemente. Solos, cada quien por la suya, no vamos a poder torcerle el brazo a la realidad donde los desarrollos tecnológicos que supuestamente facilitan la comunicación, bien pueden ser un arma de doble filo si fragmentan y separan lo que debe ir junto. Siendo partes del mismo colectivo, los que queremos Tango podemos sumar voluntades y ambicionar más. Ambicionar, ni más ni menos que, “hacer el Tango”.
Hacer el Tango. Esa es la cuestión. Y hacer el Tango es hoy, porque ayer ya fue y mañana será tarde. Urge entender que los grandes nos dan ejemplo con su arte, pero no lideran. No están en condiciones de abrir nuevos espacios, no tienen la voluntad de hacerlo o temen el eclipse de cualquier renovación, y acaso sea lo mejor. “No me lloren, crezcan”, ordenaba Gardel desde un graffitti de una calle cualquiera. Entonces hay que darle para adelante sin esperar de arriba ni una mano ni un favor.
Hacer el Tango es mostrarle al público tanguero que hay conciencia de algo nuevo, distinto, pero no muy distinto, que siendo fiel reflejo de este tiempo habla de nosotros, que siente lo que nosotros y que hay que salir a buscarlo como un rompecabezas de piezas que se van juntando.
Hacer el Tango, guerreros del Tango, es que en lugar de “mi público”, digamos “nuestro público”. Hacer el Tango es que en lugar de “armar mi disco” armemos “nuestro sello editorial”. Hacer el Tango es dar forma a un circuito de boliches por el que pasemos todos. Hacer el Tango son los discos de los nuestros en las mismas bateas. Hacer el Tango es darle forma y entidad al movimiento. Hacer el Tango es explotar las nuevas tecnologías. Hacer el Tango es juntar la orquesta y la voz con el baile. Hacer el Tango es darse contrapuntos. Hacer el Tango es marcar la diferencia.
Hacer el Tango es ser nosotros, bien nosotros. Como debe ser.
El presente del Tango es sinónimo de tracción a sangre. Esfuerzo de pequeños orfebres del dos por cuatro que diseñan, pulen, engarzan y exhiben sin grandes escaparates verdaderas joyas del corazón. Contrariando cierta fantasía de auge tanguero, los interpretes y creadores del momento actual saben que las gastadas suelas de sus zapatos difícilmente vayan a encontrar una alfombra roja que los catapulte al público masivo. De hecho, igual que los inmigrantes africanos que deambulan por las calles y ofrecen en un abrir de maletín chucherías doradas prolijamente presentadas, al Tango se lo ve por todos lados, eso sí: siempre y cuando se lo quiera ver. No tiene la fuerza arrolladora de lejanos años dorados, y eso es porque frente a la oferta, que abarca desde mamarrachos bizarros hasta la excelencia sublime, la demanda es poca y tibia, por momentos fría.
El turismo, sobre el que la falta de imaginación apunta sus cañones y al que parecen estar destinados grandes eventos con organización estatal, no es un recurso genuino para el crecimiento del género si se lo piensa como el sostén principal. Por mucho que el Tango tenga vocación de conquistar el mundo y Carancanfunfa pueda mezclar en un pernó a París con Puente Alsina, la esencia debe, necesaria e irrenunciablemente, estar entre nosotros. Ser barrio, mugre, adoquín, viveza criolla, “convencernos y así convencer” como enseña Eladia. Cuando se orienta la búsqueda para halagar a la gringada se vende el alma, se traiciona el trazo del que pinta su aldea para pintar el mundo y se mata –por la ley de las paradojas- a la gallina de los huevos de oro.
Oportunamente me manifesté contrario a que el Tango sea considerado “Patrimonio de la Humanidad”, y no es el caso de repetirme. Estas líneas que escribo ahora tienen otro destino. Las escribo como un mensaje de aliento, y también un llamado de atención, a todos los que pueden considerarse “guerreros del Tango”, segundas y terceras líneas que frente a la adversidad generan su propio espacio y lo sostienen porque entienden que la vida se empobrece si no se “hace” Tango. En esa convicción de amateur y semi profesional que busca realizarse llegando al punto de concentrar toda su actividad productiva en el Tango, percibo una fortaleza capaz de romper el cerco. Porque el Tango, de muchas maneras, está cercado. Y el primer cerco es el ego. Cada uno de nosotros, en el empeño por aportar lo nuestro, solemos olvidarnos de complementar afanes. Arrimarnos, es reconocernos en la misma senda y valorarnos doblemente. Solos, cada quien por la suya, no vamos a poder torcerle el brazo a la realidad donde los desarrollos tecnológicos que supuestamente facilitan la comunicación, bien pueden ser un arma de doble filo si fragmentan y separan lo que debe ir junto. Siendo partes del mismo colectivo, los que queremos Tango podemos sumar voluntades y ambicionar más. Ambicionar, ni más ni menos que, “hacer el Tango”.
Hacer el Tango. Esa es la cuestión. Y hacer el Tango es hoy, porque ayer ya fue y mañana será tarde. Urge entender que los grandes nos dan ejemplo con su arte, pero no lideran. No están en condiciones de abrir nuevos espacios, no tienen la voluntad de hacerlo o temen el eclipse de cualquier renovación, y acaso sea lo mejor. “No me lloren, crezcan”, ordenaba Gardel desde un graffitti de una calle cualquiera. Entonces hay que darle para adelante sin esperar de arriba ni una mano ni un favor.
Hacer el Tango es mostrarle al público tanguero que hay conciencia de algo nuevo, distinto, pero no muy distinto, que siendo fiel reflejo de este tiempo habla de nosotros, que siente lo que nosotros y que hay que salir a buscarlo como un rompecabezas de piezas que se van juntando.
Hacer el Tango, guerreros del Tango, es que en lugar de “mi público”, digamos “nuestro público”. Hacer el Tango es que en lugar de “armar mi disco” armemos “nuestro sello editorial”. Hacer el Tango es dar forma a un circuito de boliches por el que pasemos todos. Hacer el Tango son los discos de los nuestros en las mismas bateas. Hacer el Tango es darle forma y entidad al movimiento. Hacer el Tango es explotar las nuevas tecnologías. Hacer el Tango es juntar la orquesta y la voz con el baile. Hacer el Tango es darse contrapuntos. Hacer el Tango es marcar la diferencia.
Hacer el Tango es ser nosotros, bien nosotros. Como debe ser.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López