GUERRA DE MIEDO CONTRA MIEDO
Los años de plomo fueron una completa tragedia. Y justamente por eso debemos preocuparnos por mantener una memoria cierta, de las que apoyan los documentos y testimonios reales de la época que dan cuenta de una guerra revolucionaria, guerra contrasubversiva, guerra sucia (tal cual yo prefiero calificarla) o como quieran llamarla pero siempre guerra. Negar la existencia de la guerra es tanto desconocer los "partes de guerra" publicados por el ERP y Montoneros como mantener abierta la posibilidad de repetirla.
La guerra revolucionaria declarada por las organizaciones terroristas dirigidas desde Cuba no fue una guerra convencional, de cara a cara, con ejércitos a bandera desplegada como se combatió en Malvinas.
Fue lo que son las guerras revolucionarias: mugre y clandestinidad.
El terrorismo castrista desplegó su ofensiva con ataques solapados tras infiltrar distintos ámbitos de la sociedad, hasta en hogares familiares poniendo bombas debajo de las camas. Y su violencia traía un mensaje: "Somos más malos que ustedes. Ríndanse a nuestra voluntad".
Pues bien, los argentinos no nos rendimos ante la agresión comunista, y nuestros soldados se adaptaron al escenario de guerra sucia que instaló el enemigo; para dejar bien en claro que podíamos ser más malos que ellos y sostener nuestro estilo de vida. Así se hizo lo necesario.
¿Errores, excesos y horrores? Por supuesto. No tiene propósito negarlos. Las guerras de Inteligencia, las que se libran desde la clandestinidad para definir la supremacía entre estilos de vida de convivencia imposible, se combaten sin piedad y sin reglas. Porque la única regla es no perder.
¿Cometimos crímenes? Sí. Para no cometer el mayor de los crímenes: que terroristas como Firmenich o Santucho se salieran con la suya y a precio de matar un millón de argentinos nos impusieran otra dictadura con pretensión de eternidad a imagen y semejanza de la de Cuba (que sigue siendo hoy día la misma dictadura que lanzó contra nosotros sus organizaciones terroristas).
Se pueden cuestionar los métodos, obviamente que sí, pero no al extremo de ser funcional al enemigo. En tal sentido, incluso disertando en ámbitos como el Círculo Militar he formulado severas críticas a determinadas conductas implementadas durante la guerra, pero nunca olvido el contexto criminal propio de la época, presente en los míos y en los otros, tal como lo manifesté hace largos años en la entrevista que recuerda este fragmento de video:
Entonces, ¿somos criminales los argentinos por haber eliminado terroristas? No. ¿Debemos sentir alguna culpa por los terroristas neutralizados? Ninguna. Que los lloren en Cuba.
LOS DESAPARECIDOS COMO TÁCTICA DE GUERRA
Veamos ahora la cuestión de los desaparecidos como táctica de guerra.
Téngase presente que antes del golpe de Estado de 1976, en el interregno "democrático" del peronismo, los terroristas que estaban presos conforme a Derecho fueron amnistiados y que esa amnistía sólo sirvió para que sintiéndose con mayor impunidad retomaran la lucha armada.
Las organizaciones terroristas que operaban en Argentina eran de una dimensión mucho mayor que las Brigadas Rojas, y si Italia las pudo combatir con la ley en la mano fue porque no tenían ni el despliegue ni el grado de infiltración de Montoneros y ERP. Aquí además del terrorismo urbano, las organizaciones castristas atacaron cuarteles y coparon ciudades, por sólo señalar dos tipos de acciones que definen un estado de guerra.
Muchas veces se pretende poner el caso italiano como ejemplo de lo que debió hacerse, pero es una comparación que carece de todo realismo.
En los setenta, la información circulaba a mucho menos velocidad que hoy, eso era determinante para que capturado un enemigo se tuviera tiempo de sacarle información y golpear por sorpresa a su organización. Lo cual no hubiera ocurrido de iniciarse un proceso penal. Cosa que sólo hubiera traído aparejada mayores vulnerabilidades para las fuerzas del Estado argentino, pues cabe recordar que al Juez Quiroga lo mataron los terroristas por haber dictado sentencia contra ellos en procesos legales.
Y subrayo este punto, porque a pesar del evidente prevaricato con que los militares han sido condenados por combatir y vencer al terrorismo castrista nunca mataron a ningún juez. Entre otras razones porque esos jueces, pueden serlo gracias a que los militares ganaron la guerra y con socrático patriotismo soportan las injusticias judiciales del revanchismo. El obsceno prevaricato de los jueces que condenan militares es también un acto de alevosa hipocresía, porque si pueden jugar a ser jueces sólo es gracias a que los militares ganaron la guerra. De ganar Firmenich o Santucho no se hubieran atrevido a juzgar a los vencedores, ni se los hubieran permitido.
Luego, en el fragor de la guerra, a más de capturar, interrogar (bajo tortura, sí) e ir desmantelando células enemigas en sucesivos operativos, había que devolver la gentileza del miedo: que sintieran los terroristas la incertidumbre de no conocer la suerte de sus combatientes.
Y es que la guerra revolucionaria, en su total falta de convención, tiene un rasgo psicológico más fuerte que en otros conflictos; es una guerra de crueldad y miedo contra miedo. Por lo que la derrota de cualquier bando queda sellada cuando en lugar de causar miedo, tiembla de miedo. Y los terroristas temblaron.
Cuando una organización de tipo militar no tiene certeza sobre la disposición de sus tropas, ni puede determinar si sus faltantes han sido capturados, están muertos o desertaron, se produce el desbande. Ante ese desbande, Montoneros intentó la locura de una contraofensiva idiota en la que, como si la consigna hubiera sido "animémonos y vayan", no se arriesgó ningún jefe.
EL QUE A HIERRO MATA A HIERRO MUERE
¿Qué esperaban los terroristas que mataron a militares y sus hijos en sus casas o en las puertas de sus casas? ¿Qué una vez capturados se les iba a ofrecer un café con medialunas y otra amnistía?
No iba a pasar. Por lo que cayó encima de los subversivos castristas todo el odio que generaron con su proceder artero.
Es un estribillo común de la prédica izquierdista de posguerra decir que aquí no hubo guerra sino genocidio y que la apropiación de hijos de terroristas fue una práctica aberrante. Pues bien, al respecto es preciso contestar con toda claridad: cada uno de los llamados "nietos recuperados" demuestra dos cosas.
Primero demuestra el sentido humanitario de quienes adoptaron como propios a los hijos de terroristas (terroristas que, dicho sea de paso, eran horribles padres y solían usar a su prole como escudo humano). Supusieron los militares que de esa forma se evitaría que crecieran odiando como odiaban sus padres.
Segundo demuestra la inexistencia del tal mentado genocidio: los nazis no preservaban vidas de bebés judíos, ni los turcos a los armenios, ni los hutus a los tutsi.
Ese rasgo humanitario de los militares argentinos, en el marco de una guerra sin ningún tipo de convenciones, confirma que su objetivo no era exterminar personas sino aniquilar el accionar terrorista. Es el mismo motivo por el que pulula tanto "sobreviviente".
EL GENOCIDIO QUE NO FUE
Más aún, los militares argentinos impidieron el genocidio que sí planificaba el terrorista castrista Roberto Santucho, jefe del ERP, quien calculaba tener que matar a un millón de argentinos para imponer el "socialismo".
Por esa misma razón es una completa aberración la recurrente e interesada búsqueda de equiparar los desaparecidos con los muertos del nazismo. Es ofensivo igualar víctimas exterminadas en razón de lo que eran y con total prescindencia de cual fuera su conducta, con aquellos que en el marco de una guerra revolucionaria que ellos mismos declararon fueron muertos por ser integrantes de organizaciones terroristas que no tenían ningún prurito en matar inocentes.
Nada de esto se dice en el relato oficial impuesto sobre los años de plomo, es algo que la imposición cultural de la "corrección política" impide manifestar, porque con "el diario del lunes" se ha olvidado la realidad del domingo. Las teorías sobre la posibilidad de haber lidiado con los terroristas aplicando algún otro criterio, meramente policial y por ende ajustado estrictamente a la ley penal, olvidan que Argentina no era Suiza. Ese pequeñito detalle no puede pasarse por alto sin una hipocresía descomunal, como la que campea desde hace décadas en Argentina.
Una vez más expreso mi agradecimiento a quienes combatieron y vencieron al terrorismo castrista impidiendo que nos arrebataran Patria y Libertad.
LA GUERRA SUCIA COMO PROBLEMA ACTUAL
Un país que condena implacable e impiadosamente a sus defensores entrega su futuro al enemigo. Es lo que hizo Argentina para hundirse en la decadencia a la vista de todos.
Por ello los jóvenes, que enfrentan las adversidades del presente, deben comprender que mientras el pasado se siga mintiendo y llos militares encarcelados, la política toda seguirá envilecida por la subversión cultural del kirchnerismo y el Poder Judicial seguirá siendo, prevaricato sistematizado mediante, una burla al sistema republicano.
La batalla cultural consiste principalmente en desmantelar el relato y corrupción kirchnerista sobre los años de plomo, porque si se le impone a cualquier sociedad la culpa por haberse defendido del terrorismo esa sociedad debilita su identidad y con ello su voluntad de ser y prevalecer.
Argentina es el mejor ejemplo de esa debilidad: se dejó embaucar durante 20 años tolerando que las mentiras crecieran y se impusieran como verdades dogmáticas.
Si los jóvenes argentinos quieren ser dueños de su futuro y no muñecos de ajenas maquinaciones, deberán rescatar la verdad histórica que les han negado conocer.
Brego entonces por la libertad de Alfredo Astiz y todos los vencedores de la guerra contra el terrorismo castrista que, prevaricato mediante, se encuentran prisioneros.
Y afirmo: No fueron 30.000, no fue genocidio, fue guerra. Puedo cuestionar los métodos, pero no voy a renegar de la victoria.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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