Rosana Tamagnone, “Anochecer de fuego” (acrílico, tinta y suave pastel sobre papel de acuarela).
1.- DAVIÁN, EL CORSARIO INFERNAL
Desde que aquella tarde se cubrió de noche, la tormenta devoró días y estrellas con la furia del mar enloqueciendo la brújula. Pocas cosas asustan a marinos experimentados, menos aún a corsarios que navegan bajo el pabellón de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Toda fragata con patente de corso lleva a La Muerte en cubierta y por cada aventura se cuentan cien desventuras. No, los corsarios no temen morir. Tampoco estos, que se dicen argentinos aunque sus voces griten la extranjería de los soldados de fortuna. Pero el temor reverencial a la zozobra por los caprichos del océano les ha enseñado que hay cosas peores que morir.
Ninguno de ellos ha pisado jamas la tierra de los libres del sur y sin embargo sueñan con ella. Les han llegado las historias de guerreros imbatibles cruzando la cordillera de altas montañas para liberar países. Saben que un tal Bouchard, argentino aunque nacido en Francia, fue uno de esos héroes formidables y circunnavegó el globo como corsario. Corsario, como ellos, unidos todos bajo la misma bandera azul y blanca que nunca han visto flamear sino en el mar.
Imaginan llegar por ese río plateado que no saben marrón y sentir, si alguna vez lo sintieron, tener Patria otra vez. Han combatido por ella, han sangrado por ella, han arriado otras banderas y tomado presas naves de guerra, mercantes y esclavistas. Algún prisionero realista les contó haber escuchado en Chile versos nacidos en Buenos Aires sobre una nueva y gloriosa Nación, pero no supo cantarla y en los corsarios sólo quedó esa frase: “una nueva gloriosa Nación”. La repetían en el español que podían, la cantaban igual que un mantra. Y ahora, entre crujidos de madera al azote del mar, es el rezo en los labios del Comandante Davián.
De él se dice que murió sosteniendo la Bandera Argentina a órdenes de otro corsario, el Capitán Luis Michel Aury, intentando capturar Trujillo. En las leyendas del mar al barco corsario capitaneado por un muerto se lo cree invencible, los hombres confían en que si su capitán es más que un mero mortal los peligros siempre serán menos. Davián sabe que no, sangra como cualquiera y no le queda claro cómo es que volvió de la muerte. De ahí su rezo. No quiere otra muerte sin conocer la Patria que abrazó a la distancia, aquella por la que ya dio su vida.
“Una nueva gloriosa Nación”, ora en un español afrancesado que parece al fin hacer efecto. Se amansa el mar y lentamente la espesa bruma se disipa tornándose en la suave y fina neblina sobre la que vuelven a insinuarse las estrellas. Al rato el silencio abismal del navío en descanso, ya sin maderas crujiendo, ni gritos de mando en el cansador ajetreo, esparce en la tripulación la somnolencia de la deriva sin viento.
Pesan los párpados a quienes siguen despiertos, pero todos espabilan al oír la voz: “¡Tierra a estribor!”.
Davián, ignorando completamente la posición de la fragata y sin saber cuánto tiempo ha transcurrido desde la última ubicación comprobada, recorre el horizonte con su catalejo. Todavía las estrellas no son más que unos difusos puntos brillantes sobre la neblina, pero alcanzan para que la costa se presente ya a simple vista.
- ¿Qué es esa tierra? -pregunta alguno sin que nadie sepa responder.
Los contornos que la noche dejan ver ofrecen colores y resplandores desconocidos, intrigantes, amenazantes. Ante el paisaje azul ennegreciendo y sangrando, atraviesa a los marinos la certeza de haber llegado a un lugar maldito.
- No es un volcán -dijo el experimentado contramaestre que partiendo de su Irlanda natal se jactaba de conocer todos los mares, y tras un corto silencio añadió- y si no es un volcán debe ser la entrada al Infierno.
Davián al percibir el temor en sus corsarios, acaso por ser él mismo un misterio inexplicable ordena aprestos de desembarco. Y al percibir el primer atisbo de dudas en los rostros lanza una breve y sonriente arenga:
- Si es el infierno rendiremos al Diablo. Somos argentinos.
“¡Hú! na nueva gloriosa Nación / ¡Hú! na nueva gloriosa Nación”, canturrean sobre los remos. Y siguen canturreando al hollar la tierra incierta, adentrándose en las tinieblas, desafiando al miedo convencidos de ser argentinos, de la clase de argentinos para los que el coraje siempre es mejor. La única que les ha sido dado creer que existe. De esos que, acaso, hermosa palabra la palabra acaso, dos siglos más tarde ya no queden más.
Nota: Los dos hombres mencionados por sus nombres en este cuento son personajes históricos. Efectivamente el Coronel Davián, corsario a las órdenes de Aury, murió salvando la Bandera Argentina durante el frustrado asalto a Trujillo (hoy territorio de Honduras), el 22 de Abril de 1820. ¡Honor a los combatientes y gloria a los caídos!
2.- GRITAR EL GRITO
Con cada zancada la oscuridad aumenta su intensidad desvaneciendo el alrededor. Avanza con temor, tanteando antes de cada paso con la punta del pie que haya un suelo que pisar. Los ojos ya perdieron su capacidad de mirar y los demás sentidos no compensan su carencia. Nada en su piel, más que frío interior encrespándose ante las caricias del hálito tibio por el que deambula. Nada que tocar con las manos. Sólo su sensación única de soledad. Cree recordar que otros le acompañaban, pero no quienes, ni la razón o el modo en que se alejó de ellos. No recuerda un rostro, ni una voz; nada. Se detiene intentando escuchar, en los constantes y aletargados sonidos del silencio, alguna respuesta para entender donde está y haciendo que. Pero esos zumbidos, los ecos de la mudez, le aturden con evasivas. Más quiere ver y menos ve. Más quiere oler y menos huele. Más quiere oír y menos oye. Más quiere gritar y menos puede. Da manotazos que confirman el vacío. Nada le orienta hacia la salida que busca sin entender el encierro de un laberinto sin paredes.
Horas, días, semanas… Años tal vez sin sed ni hambre, sin sueños ni empuje. Acaso sin ser.
Cierra los ojos queriendo forzarse a dormir, aprieta los párpados y en un chispazo sorpresivo la claridad carmesí de los latidos del corazón aturde sus oídos. Al estremecimiento abre los ojos sintiendo que oscuridad entra por ellos borrando el río de sangre que cree haber visto. Otra vez la negrura y el silencio paraliza su alma. Duda, le acaricia la tentación de ser la misma oscuridad, pero vuelve a cerrar los ojos, aprieta más fuertes los párpados, escucha sus latidos cada vez más fuertes mientras se suceden chispazos sangrientos causando dolores que iluminan por dentro. Igual que la lava le quema la conciencia con amores, odios, miedos, complejos y bravura olvidada. En los párpados apretados un resplandor creciente guía sus pasos ganando seguridad. Huele borbotones de sangre, escucha voces ancestrales, siente instintos atávicos y en su piel la frescura del agua le golpea las rodillas con vaivén de mar. Las manos salpicadas vuelven a tocar el rostro. La memoria de un espejo recompone las facciones. Se ve. Se ve como sus ojos nunca antes pudieron verle. Grita hasta que la garganta duele y la sonrisa gana los labios. Respira. Detiene su andar y gira el cuerpo hacia la dirección por la que viene. Exhala, inhala y no sin vacilar abre al fin los ojos. Descubre los contornos oscuros de una tierra maldita, de la que brota sangre y olvidos como relámpagos. Comprende que viene de ahí, aún sin saber la razón. Intuye décadas de opresión y la Libertad a su espalda. Girá y el mar que abraza sus piernas lo llama con la claridad del pronto amanecer. Recobra la conciencia de su nombre, su estirpe, sus sueños, sus amores y la Patria que debía cobijarle pero los tiranos robaron a su familia antes de nacer.
No tiene más que su propio ser, el orgullo de los libres y la inmensidad del mar. Se zambulle a nadar, tras la guía de su estrella, la verdadera, la que fue de sus antepasados y que aún sigue en el firmamento confiando en el destino. Bracea sin más esperanza que ser libre. Es una esperanza fuerte que va creciendo en la alegría de ser y le mantiene a flote hasta sintiéndose desfallecer. “Libertad”, se dice en cada brazada. “¡Libertad!”, reza en el cansancio. “¡¡Libertad!!”, grita sin rendirse.
Una mano le sube a la balsa. Varios pares de ojos celebran entonces ese milagro en el mar y como un buen augur para su propio escape, también repiten: ¡Libertad!.
Nota: Cuba es desde 1959 una dictadura comunista. Los cubanos siguen arriesgando sus vidas en balsas para escapar de la tiranía, la más vieja y rancia de América. Cerca de dos millones de cubanos viven en el exilio.
3.- EL GUANTE DEL DUELISTA
Sacude la cabeza, como si recién saliera del mar buscando secar el cabello con la violencia de un movimiento. No puede evitar ese gesto imposible de disimular, como mucho lo contiene ni bien se dispara. Desde hace años es su tic característico. Ocurre que para él pensar es una sensación líquida y trabajar con ideas lo mismo que deslizarse bajo el agua. Cuando un enigma capta su interés, en el afán por descifrarlo se concentra hasta sumergirse en abismos a cuál más profundo. Y sólo por dos razones vuelve a la superficie desde la profundidad de su concentración: victoria o frustración.
Según sea el caso sonreirá exclamando un eufórico y gutural ¡Sí!, apretando en el puño lo intangible pero resuelto. En esos instantes vuelve a su juventud, fresco, vital, luminoso, sin que ninguna tribulación empañe su felicidad. Claro que por cada vez que emerge con esa plenitud, debió emerger otras muchas con la desesperación y el temor de no alcanzar la superficie, con el ahogo doliéndole en los ojos mientras que abriendo la boca hasta el límite de desencajar la mandíbula busca tomar aire para sus pulmones. En esos trances se encorva sobre el escritorio igual que caminan algunos ancianos, con el recuerdo feroz de una experiencia atroz.
Buzo táctico y espeleólogo, casi deja la vida explorando la conexión subterránea entre un lago y un río. El laberinto de túneles estrechos, la peor pesadilla de la claustrofobia, con suelo lodoso y espeleotemas sólidos que con sus filos amenazaban morderlo pronto redujo sus sentidos al tacto. Sus luces no le permitían más que verse envuelto en el halo de un resplandor ciego, acaso más peligroso que la completa oscuridad. Debió decidir si continuar o regresar cuando, según su teoría, creía estar a mitad de camino.
Y fue esa duda, esa exacta duda, la que cambió para siempre sus sensaciones al pensar. Sopesó riesgos y certezas, contrapuso orgullo y humildad, aventura y precaución, instinto y razón, persistir o rendirse, muchas contradicciones consumiendo oxígeno. Al final el científico se impuso al aventurero, la certeza a la incógnita, la razón al instinto, la humildad al orgullo y, esto es lo importante: persistir a rendirse, porque saliendo de ahí podía regresar e intentarlo otra vez.
Dificultosamente se fue empujando hacia atrás por esa tubería desconcertante en la que no encontraba cavidades con el suficiente espacio para poder voltear su cuerpo. Cuando al fin encontró el espacio para girarse estaba acalorado sintiendo que el oxígeno se agotaba. Volvió a la superficie sin recordar en qué momento dejó caer la boquilla y el agua entró a sus pulmones, sus colegas lo rescataron inconsciente y con mucho esfuerzo lograron reanimarlo.
Desde entonces planea otra expedición que confirme su teoría. Obsesionado con no rendirse analiza datos de hidrografía y compila los resultados de exploraciones en ambos extremos de lo que afirma, sabe, intuye, es un ducto con suficiente caudal para llevar una persona del río al lago y viceversa.
A nadie más le interesa. No hay otra persona que crea que probar el punto, el insignificante punto, sea importante. Eso también lo sabe.
Tiene allí en su estudio la lámina de un pintura que lo cautivó a primera vista. Verla fue como recibir el golpe del guante de un duelista en la mejilla. Una afrenta insultante de las que el honor exige resarcir aunque en el lance se pierda la vida. Vio en ella mucho más que los colores de un paisaje nocturno y enigmático, vio el día y la certeza. Porque esa paleta oscura lo devolvió a las sensaciones conocidas en un lugar donde era imposible ver. Pero extrañamente, o no tanto, le clarificó que hasta la noche más cerrada, la más cargada de misterios, miedos y amenazas se disipa en un amanecer.
Otros frente al mismo cuadro mirarían las estrellas, o los contornos de la elevación, los resplandores extemporáneos, el rojo artero o el espejo de agua. Pero sus ojos sólo pueden ver entre la formación rocosa y el mar la entrada de una gruta.
Y si como un viejo sabio supo observar, en la vida de todo hombre hay un momento en el que sabe de una vez y para siempre quién es, el espeleólogo aprieta en su puño la intangible gloria de saberse ser.
Vivirá con esa gloria o morirá con ella. Pronto y sin vuelta atrás.
4.- ANOCHECER DE FUEGO (cuento hecho soneto)
Confunde con estruendos repentinos
la pólvora estallando mil colores,
todos ven una noche de fulgores
no al engaño como artes levantinos.
Oriente es sombras y dragones chinos,
paciencia que envenena por favores.
Si sonríen "sumisos" sus señores,
algún sino ha caído en desatinos.
Ese dragón está contando errores,
tendido sobre cielos argentinos
mide suelos embriagando traidores.
¿Lo ves? Entre artificios azulinos
refrena los instintos cazadores,
ofrece flores; perfumando espinos.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
16 de Marzo de 2023
ESTADO LIBRE ASOCIADO DE VICENTE LÓPEZ.
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