Este es mi último posteo político, no digo que para siempre pero de mínima para lo que queda del año. Hay otras cosas sobre las que escribir además de la política, que para mí no viene siendo más que una decepción tras otra.
En rigor de verdad Argentina tiene muy pocos problemas reales.
El grueso de sus problemas son ficticios, inventados por la dirigencia política devenida casta que sí es EL problema real.
Por caso: la cuestión mapuche no tendría ninguna relevancia sin el Estado subvertido por esa casta.
Un país alejado del debe ser indicado por su idea fundacional, su Himno, su Constitución y la fe en el futuro que demostraron las oleadas inmigratorias, es un país que se gobierna contra sí mismo buscando el fin de su existencia.
Aquí no hay problemas de generación espontánea o casual, aquí abunda la invención del problema disfrazado de solución. Discursos huecos como el del Estado presente, leyes Lipovetzky, falsas intenciones de "mejorar" la república con totalitarismos de liderazgos que se pretenden eternos, y toda la suma de objetivos pomposos, declamados con entusiasmo en la prédica de los dueños de la pobreza pero que mueren miserablemente ante la evidencia de una niñez que saltea comidas.
Aquí los paladines de la igualdad han hecho la más desigual de las argentinas ante la pasividad expectante de todos nosotros, que en lugar de estar combatiendo al enemigo en el gobierno permitimos que sigan destruyendo el país haciendo pasar por legítimas elecciones de un sistema de representatividad política tan corrupto y viciado que no puede regenerarse por sí mismo.
El país donde la pared mea al perro, escuché decir alguna vez y vi luego al Ministerio de Seguridad de la Nación denunciar penalmente a los vecinos que reclamaban al Estado cumplir su función e impedir delitos.
Tal como desde antes venía pasando y sigue pasando que se condena a los defensores de la Patria victimizando a los enemigos que intentaron arriar la Generala Albiceleste para reemplazarla por un trapo rojo de eterna tiranía a imagen, semejanza y dependencia de la dictadura castrista que, rancia como pocas, sigue padeciendo el pueblo cubano.
Aquí la mentira ocupa el lugar de la verdad, y los fanáticos repiten que son 30.000 o que el ahogado fue desaparecido porque así lo manda el partido. La verdad es lo que el partido dice que es verdad, explicaba George Orwell en 1984 y se vive en Argentina. Como también se vive la ceguera de Rebelión en la Granja por la que algunos animales son más iguales que otros y los débiles mentales / débiles morales, buscan someterse a liderazgos que se pretenden infalibles, como el del cerdo Napoleón que nunca se equivocaba.
Como en tantos regímenes autocráticos se ha desmembrado aquí a la política de la racionalidad, y los líderes que sólo son líderes del fracaso, como Cristina Fernández y Mauricio Macri, son sostenidos por el fanatismo militante donde toda crítica se considera traición.
Sí, la enorme mayoría de los problemas argentinos son ficticios, o innecesarios si se quiere. Pero a esta altura del daño institucional, la degradación cultural, el deterioro material, la debilidad moral y la merma intelectual, no hay manera que este desmadre pueda arreglarse sin violencia.
Aquí hay razones de fondo para una guerra civil en sentido clásico. Hay concepciones de vida totalmente opuestas e incompatibles, hay un abismo ético entre quienes creen que robar está bien y quienes creemos que no.
Y sin embargo no habrá guerra, porque también tenemos exceso de agua destilada en las venas. Las mismas venas por donde antaño otras generaciones de argentinos sintieron correr sangre espesa y fuerte.
Seguirá la decadencia pronunciándose día a día bajo la farsa de la paz, seguiremos despidiendo jóvenes en Ezeiza y votando políticos que no van a defender otra cosa que sus mal habidos privilegios.
¿Qué otra cosa puede esperarse de un país que tolera en el Sillón de Rivadavia a un imbécil como Alberto de la Fernández?
Un seudo presidente que ha demostrado sobradamente ser incapaz mental e inhábil moral para ejercer el cargo y no es más que el mascarón de proa de un gobierno títere, golpista, corrupto, criminal y comunista.
Llega un momento de hartazgo donde uno debe recordar que seguir haciendo lo mismo esperando un resultado distinto es una de las definiciones de locura.
15 años llevo bregando desde La Pluma de la Derecha por recuperar la República y aquí me encuentro con el convencimiento que más allá de unos pocos logros (como haber contribuido a la reivindicación del Combate de Manchalá) cada vez estamos más lejos de recuperar la República y por ende también más lejos de ser un país serio capaz de perseguir objetivos nacionales. Cada día estamos más lejos de Malvinas y si seguimos no sorprendería que en el mediano plazo entre el continente y las islas se interponga un nuevo Estado.
Tengo el pleno convencimiento que esto ya no se arregla sin una revolución republicana, pero también tengo claro que no están ni estarán las convicciones para que eso ocurra. Todavía hay demasiada gente conforme, acostumbrada y resignada a que las cosas son así.
Tanta es la decepción en la política que muy mayoritariamente se acepta estaremos peor. Nadie en su sano juicio ve indicador alguno de mejora. Alguna catarsis colectiva cada tanto y la decadencia sigue como si nada.
No me parece correcto, entonces, seguir escribiendo para la catarsis propia y de algunos pocos. No me parece correcto seguir escribiendo cuando siento que debería estar combatiendo. No me parece correcto seguir escribiendo cuando mi voz se parece tanto al silencio. No me parece correcto seguir escribiendo cuando sólo soy un hombre y un voto. No me parece correcto seguir escribiendo cuando he visto a demasiados doblarse y en todos mis intentos políticos no he tenido más que decepciones. No me va seguir gastando tinta cuando tengo la sangre sublevada.
Acaso, hermosa palabra la palabra acaso, mi silencio sea más útil que millones de palabras para seguir sosteniendo lo que creo sigue siendo el mejor destino para la Nación Argentina y que tan bien supo expresar el Presidente Julio Argentino Roca: "El secreto de nuestra prosperidad consiste en la conservación de la paz y el acatamiento absoluto a la Constitución".
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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