viernes, 9 de septiembre de 2022

EL MOTIVO POR EL CUAL DIGO Y DIRÉ "LA MINISTRO"




Leyendo La Derecha Diario (portal que recomiendo) expresé mi decepción porque en algunos de sus titulares utiliza la horrible expresión "la ministra" o "primera ministra", lo que considero una concesión a la izquierda y un paso atrás en la batalla cultural pues creo que lo correcto en este contexto es decir "la ministro" como "la primer ministro".

Otro lector argumentó contra mi opinión señalando que la palabra "ministra" está aceptada por la Real Academia Española que la registra desde 1803 y que no hay que ver la batalla cultural en todos lados. 

Ciertamente la Real Academia Española acepta el uso de "ministra", lo que no ha impedido que en muchos ámbitos se siga aplicando a la palabra "ministro", que refiere un cargo, la regla del artículo para definir el género. 

Pero mi decepción no es porque La Derecha Diario se apegue a las reglas formales del idioma. Mi decepción, estrictamente personal cabe destacar, es porque a diferencia de lo que ese otro lector afirma entiendo que es preciso ver y dar la batalla cultural en todos lados. Y no por gusto, por necesidad ante un conflicto que lleva décadas y en el que los argentinos hoy estamos más inmersos que nunca.

Ocurre que Antonio Gramsci, el teórico comunista que entendió a la cultura como campo de lucha para la imposición a la sociedad del marxismo, tuvo una fuerte vocación por la lingüística y desde allí surgieron muchos de sus planteos. 

Siempre a mi modo de ver, quien mejor supo explicar las consecuencias prácticas de la teoría gramsciana fue George Orwell con sus novelas Rebelión en la granja y 1984, el uso del idioma como columna vertebral de la cultura y por ende intervenida desde el Estado para convertirla en desmemoria y adoctrinamiento que da perfectamente plasmado tanto en la frase "algunos animales son más iguales que otros", como en la finalidad de eliminar el pensamiento para reemplazarlo por la obediencia instintiva a través de la "neolengua".

En el transcurso de la Guerra Fría fueron escritos innumerables ensayos sobre la cultura como campo de combate, porque en el marco de una guerra que no se podía ganar violentamente dada la recíproca capacidad nuclear de las superpotencias, el objetivo dejó de ser destruir o someter al otro por la fuerza para conquistar su mente. El fundado temor a un holocausto atómico llevó así la prioridad inmediata de la guerra al plano de la cultura, sin descartar por ello la fase militar en las periferias del mundo, incluida Argentina donde se combatió cruentamente. Por ello Gramsci fue muy revalorado en ese período.

La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética generaron una euforia triunfalista sobre la derrota del comunismo, creyendo algunos que había llegado el fin de la historia. Pero la historia nunca termina y la cultura siguió siendo campo de batalla. 

La historia argentina en las cuatro décadas de democracia fallida refleja claramente como se viene dando la batalla cultural. Es ni más ni menos que la continuación la guerra revolucionaria por otros medios. Y así vemos que quienes defendieron al país de la agresión marxista están presos, pese a haber vencido, mientras que el enemigo (enemigo de la Patria y de la Libertad) sabiendo victimizarse ocultó de la memoria colectiva su condición totalitaria y terrorista construyendo un relato que, falseando la historia, domina la mente de los argentinos merced al adoctrinamiento mediante con el uso faccioso de los recursos de Estado implementado por el kirchnerismo desde 2003.

Tan fuerte es ese dominio mental, que gran parte de la población ha llegado al punto de justificar y defender la corrupción por creer que la facción gobernante roba por bondad hacia los pobres que, como no puede ser de otro modo en un esquema de poder semejante, cada vez son más.

Ese intento de dominación trajo aquí, con la misma finalidad y método que explica Orwell en sus novelas, la pretensión de modificar el habla con la excusa de suponer al idioma español (en todas sus variantes incluyendo el español que hablamos los argentinos) es excluyente y que por lo tanto debe ser modificado para ser inclusivo. Una falacia utilizada como excusa para condicionar el pensamiento y disciplinar así al conjunto de la sociedad.

Dicho en otras palabras, hablar como imbéciles para pensar como imbéciles y abandonar la Libertad para someterse al paternalismo estatal como en cualquier otra dictadura comunista.

De ese modo se normalizó lo ridículo de decir cosas como "jóvenes y jóvenas", "todes" y una enorme cantidad de aberraciones idiomáticas por todos conocida. En realidad el lenguaje inclusivo no incluye, porque excluye de hecho a todo lo que no es específicamente individualizado, así el "argentinos, argentinas y argentines" lejos de unir al conjunto lo divide en tres. 

Ese mal llamado lenguaje inclusivo no tiene otro sentido que el de marcar diferencias para inventar conflictos de minorías y exacerbarlas, para que en modo hiperactivo reclaman tratos preferenciales, que van desde cupos laborales, como beneficios varios, a la exigencia moral de ser aplaudidos. Esto así porque sobre las ideas de Gramsci otros teóricos comunistas modernos, como Ernesto Laclau, que con el fracaso de la Unión Soviética se dieron cuenta que el capitalismo era la elección de los obreros, como aquellos alemanes que saltaban el muro de este a oeste en busca del confort capitalista, por lo que ya no podían utilizar como sujeto revolucionario al proletariado. Era preciso pues crear nuevos sujetos revolucionarios que pudieran ser utilizados por el comunismo para cuestionar toda democracia capitalista; por ello fomentan el resentimiento a través del indigenismo, las minorías sexuales, la justificación de la delincuencia como víctima del sistema y cualquier motivo que puedan convertir en conflicto al instalar contradicciones entre "explotados y explotadores" que debiliten la conciencia institucional y la identidad nacional de los países libres.

Ciertamente en los países comunistas y demás dictaduras, no hay posibilidad de señalar contradicciones porque no hay libertad, un significante detalles que olvidan todos los que se dejan seducir por los cantos de sirena del anticapitalismo.

Ahora bien, la avanzada del lenguaje inclusivo se relaciona con la Agenda 2030 de Naciones Unidas que, con contenidos progres, léase marxismo, insta a los estados a licuar sus identidades en una cultura globalizada y amorfa, cargada de disvalores que pese a proclamarla atentan contra la Libertad. De allí el empeño puesto por el gobierno del régimen kirchnerista en imponer el lenguaje inclusivo, que es decir condicionar el pensamiento.

A ese intento hay que resistirlo sabiendo que cualquier concesión a hablar como imbéciles es imbecilizarse. Y acá viene lo relativo en la autoridad de la Real Academia Española.

Naturalmente el idioma evoluciona, basta leer a Cervantes para darse cuenta, como la vida misma el lenguaje es dinámico y nadie pretende otra cosa. Pero, y acá lo importante, una cosa es la evolución del habla que se da en forma espontánea y otra muy distinta la que responde a una planificación estatal.

Ni remotamente está en mi ánimo cuestionar la autoridad de la Real Academia Española sobre las formas y el uso correcto del idioma español, tampoco me atribuyo la capacidad para hacerlo, muy simplemente lo que sostengo es que hoy en buena parte del mundo y muy especialmente en Argentina se libra una violenta batalla cultural que tiene al idioma español por tierra de nadie. 

Desde aquella trinchera disparan los que quieren imponernos su corrección política, su pensamiento, su modo de ver la vida y su régimen de gobierno totalitario, deformando las palabras para introducirlas en el diccionario y el habla por intencionalidad ideológica.

Desde esta trinchera no podemos simplemente permanecer a la defensiva, respondiendo exclusivamente a los disparos de diarrea verbal alzando como escudo el rigor de la Real Academia Española.

Porque en esta batalla la Real Academia Española es insuficiente, si nos mantenemos a la defensiva terminarán aceptando ante la pasividad que por el mero paso del tiempo se normalice cualquier aberración. Por eso hay que ser más papistas que el Papa, rechazar todo intento deformante y contraatacar remarcando, más allá de las reglas del idioma, endureciéndolas de modo que no queden dudas de la oposición. 

Por eso, simplemente por eso, recordando siempre que nuestro español argentino tiene modismos propios y su evolución se dio naturalmente por causas como la fuerte corriente inmigratoria europea que generó el lunfardo y lo integró vía Tango a nuestro hablar coloquial, del mismo modo que seguramente sumarán otras voces los emigrados venezolanos y otras corrientes migratorias actuales, desde esa identidad es que seguiré diciendo, por ejemplo "la ministro" o "la presidente".

Y esto porque siempre dije "la ministro" interpretado que el artículo define el género, desde luego no voy a caer en el absurdo de decir cosas como la "la rey", ni dejaré de usar otras palabras que tenía incorporadas de antes de la ofensiva falsamente inclusiva, como jueza.

El punto es que estamos inmersos, nos guste o no, queramos o no, en una virulenta batalla cultural por el dominio del idioma, y si queremos conservar la capacidad de pensar no podemos permitirnos el lujo de no pelear, hay que confrontar remarcando a través de las palabras una franca y constante oposición a la neolengua, Que conquisten las mentes para la barbarie o que las liberemos para la civilización, esa es la cuestión. 


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.




 





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