El tipo vivía aquellos días como el Capitán Willard protagonizado por Martín Sheen en Apocalypse Now. Se sentía atrapado en la escena del hotel. Intuía, con la fuerza de un lógico saber, que en la inactividad propia se fortalece el enemigo. Lo pensaba, lo decía, discutía, se convirtió en un problema. No era la primera vez que se lo catalogaba de problemático, siempre lo fue. Necesariamente lo era. Y estaba acostumbrado a serlo; por tener convicciones fuertes y saberse en minoría, a veces solo. A veces, aunque de un modo muy extraño nunca completamente solo. Siempre alguien recordaba los valores detrás de las palabras y los hechos. Eso lo convirtió en una especie de molesta conciencia moral. Molesta para cualquier corporación, pero imposible de acallar por esa corporación sin suicidarse. No se puede, al fin de cuentas, eliminar la memoria de la razón de ser sin dejar de ser. Por eso, aunque su actitud lo mantuviera haciendo equilibrio en una cuerda floja, en el fondo muy pocos querían que de verdad se caiga, y de esos pocos eran contados los que se animarían a empujarlo de haber encontrado la oportunidad.
Acaso -hermosa palabra la palabra "acaso"-, llevaba consigo cierta locura de Quijote en un mundo de sanchos. En ocasiones su sombra proyectaba esa misma figura que se vio pasar por la manchega llanura.
- Es el enemigo -advertía.
- Son molinos de viento -le respondían.
El tiempo le daría la razón. Claro que antes de eso pagó el precio de ir contra la corriente. Suele pasar que la inconveniencia de tener razón puede llevar a la paradoja de perder la razón. El fastidio de la incomprensión se torna hartazgo y la violencia se vuelve tentación. Una discusión llevó a otras, con tonos que iban escalando, hasta que los gritos se hicieron puños y patadas. Algo se dijo de una puerta y una ventana, de unos golpes en la cara de alguien. Se mintió también que ese alguien estuvo a punto de caer al vacío con fondo de asfalto por el vidrio roto de la ventana; mentiras que la gente esparce por el placer de fabular. Y con las fábulas apareció la distorsionada recordación de rebeldías pasadas. El historial acreditaba una larga enumeración de actos violentos, omitiendo en el relato de cada uno de ellos que esa violencia siempre estuvo debidamente justificada.
En cualquier caso el tipo, si bien preparado para jugar el límite, ya estaba jugado más allá de su hábito y jugando fuera de reglamento. Llegaba a comprender que sus decisiones estaban siendo extremas y contraproducentes, también se daba cuenta que a él no le importaban las consecuencias pero a los demás sí. Unos ojos cargados de lealtad, que supieron esperar el momento justo de intervenir, le hicieron saber que estaba pasado de rosca. "Exorbitado", le dijo. Se tomó entonces el tiempo para echar un cable a tierra volviendo a órbita.
Sí, tenía razón. Sí, estaba viendo lo que iba a pasar. Sí, había hecho todo y algo más de lo que estaba a su alcance para advertirlo y evitarlo. Y sí, hay un punto de no retorno que no tiene sentido cruzar cuando está claro que no va a servir de nada.
Fue en esos días que la amargura lo obligó a buscar modos de eludir la resignación, cambiar de estrategia y tal vez de motivación. Lo perdido perdido estaba, claro que no iba a poder dejar de pelear por ello porque nadie puede ir contra su naturaleza; y además enseña Cyrano que hay que saber sobrellevar las heridas y seguir a pesar que el triunfo sea imposible, porque: "¡Es más bello cuando se lucha inútilmente!".
No fue fácil volver a encajar en la normalidad reordenando su cabeza, calificando los sentimientos por prioridad y blindando aquellos que quería cuidar.
Siguió pasando el tiempo, tan rutinario como el sol y la luna. Hasta que el loco dejó de parecer tan loco. En parte porque se había serenado, y en gran parte porque al fin los hechos le habían dado la razón ocurriendo tal cual los había previsto. Nada peor para los cuerdos que aceptar reconocer que estaban equivocados. No todos lo hicieron, pero el tipo no cultivaba resentimientos, eso era atarse al pasado y él pensaba viendo hacia delante.
El gusto de la locura es una sensación poderosa. Haberlo probado una vez pone la mente en otro nivel porque la locura no se cura, como mucho se aprende a disimularla. Está ahí, acariciando cada pensamiento con alternativas que las personas cuerdas ni siquiera imaginan como fantasía.
Ocurre que el ánimo del loco está por encima de las convenciones, no le importan las mismas cosas que a los demás, no las siente ni las juzga de igual manera. Su noción del ridículo, por ejemplo, difiere notablemente de lo que abochorna al resto. Para él son ridículas buena parte de las conductas que siguen los cuerdos por temor a perder la cordura, cuando hacen que los ojos de los demás sean los de un orwelliano Gran Hermano despótico, un dios pagano, malvado e impiadoso cercenando el libre albedrío creación de Dios.
Y el tipo está ahí, con su novia en la fila a la caja del hipermercado, escuchando sin mayor interés la música que propalan los parlantes para disimular la mala organización. Ella parece estar revisando que la lista de compra este completa, ajena al modo en que él la mira sintiéndose enamorado, más que enamorado, locamente enamorado. Al fin llegan a la caja y cuando están poniendo la mercadería sobre la cinta, la voz de JAF canta aquello tan bonito de "Es tarde a la noche, ella busca qué vestir...", que expresa con muchísima precisión lo que siente por ella. Sin ningún margen de duda salta sobre la caja, se para pisando a los costados de la cinta y comienza a cantarle, desafina, casi que grita, espanta a clientes y empleados que no dudan estar presenciando algo ridículo protagonizado por un loco. Pero el loco sigue cantando. Cuando el primer guardia de seguridad se acerca le hace saber a un gesto de mano y mirada que le conviene esperar a que la canción termine. Para el momento del "wonderful tonight..." lleva la diestra a los labios y cierra arrojando un beso a ella que aún enrojecida de vergüenza hace que lo atrapa en el aire. De inmediato el tipo salta al suelo y amablemente se deja acompañar por el guardia de seguridad hasta la puerta de salida.
Antes de cruzar la puerta, gira la cabeza para verla. Ella sonríe. Y eso es todo lo que al tipo le importa, porque lo esencial no es invisible a la locura.
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.
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