Allá por el 2015 muchos argentinos percibían que aquellas elecciones presidenciales eran la última oportunidad de revertir la decadencia del país. Y ello, entre otros aspectos, implicaba barrer el fanatismo volviendo a la racionalidad, que es decir al apego a la verdad y al comportamiento civilizado por la educación y sus buenos modales.
Si algo da la medida del fracaso macrista, desperdiciando por progre esa última chance, es que llegamos al 2019 sumando muchos más fanáticos a los muchos que ya había en 2015; porque no solamente siguieron siendo igual de fanáticos los kirchneristas sino que a modo de espejo también se fanatizaron los cambiemitas.
Desde que la continuidad cultural quedó determinada por la cobardía del "no se puede porque vuelven", no se confrontó con la verdad la inercia de esa gran mentira que es la cultura subvertida en los 12 años del régimen, cuando desde el uso faccioso de los recursos del Estado y adoctrinamiento totalitario para el control social se quebró la racionalidad y los valores fundantes de la nacionalidad argentina.
El cambio en la Presidencia de Mauricio Macri no fue tal, se redujo a una promesa postergada en la suma de nuevas mentiras para exacerbar la ilusión fanatizada de los que tempranamente eligieron negar el fracaso y creer para no pensar. Ni el segundo semestre, ni los brotes verdes, ni la lluvia de inversiones, llegaron jamás. Del mismo modo que jamás se terminó con el curro de los derechos humanos, la mentira de los 30.000 desaparecidos, o la grasa inútil y desbordante del Estado. Al final de cuatro años, sin las correcciones reclamadas por "liberalotes", "gorilas", "fachos", "golpistas" y un largo etcétera de descalificativos en los que se unían kirchneristas y macristas, el resultado es un triste amontonamiento de eslóganes vacíos: como "Argentina sin narcotráfico" y "Hambre cero".
Corresponde asumir (puedo estar equivocado pero esta es mi opinión) que en la última elección presidencial la polarización no fue entre honestidad y deshonestidad, entre racionalidad y fanatismo, entre totalitarismo y república. Aquellas cosas que aparentaban estar bien en claro en 2015, en 2019 se diluyeron para terminar polarizando entre las mentiras de unos y las mentiras de otros, entre el fanatismo de aquellos y el fanatismo de estos, entre totalitarismo y progresía; al fin de cuentas la misma casta política y fracaso.
88,48% de los electores votaron por las dos variables de la misma mentira, dos relatos ajenos a la realidad, dos placebos homeopáticos de fe y optimismo para un país que requiere cirugía mayor.
No afirmó con esto que Argentina tenga una masa crítica de 22.944.316 fanáticos, porque no todos esos votantes lo hicieron por fanatismo. Algunos votaron por los derivados del fanatismo, miedo al otro, desprecio al otro, odio al otro. En cualquier caso la reducción del entendimiento del conflicto a su resolución más básica: la lógica amigo / enemigo. Otros votaron por ignorancia, desinterés cívico o la aspiración de llevarse alguna migaja del banquete de la casta. El fanatismo es un componente importante de la degradación argentina, pero la cobardía y el desinterés también juegan su parte en el desastre.
La pregunta de mi desvelo, que a esta altura de la historia planteo en términos de mera curiosidad intelectual porque considero que la suerte ya está echada y no fue suerte, es ¿cómo poner un freno a la violencia latente en nuestra sociedad y que va estallando en los países de la región? Y en esto quiero ser claro, no hablo de movilizar fuerzas políticas, algo que excede totalmente mis posibilidades como, seguramente, las del lector. Digo: ¿en qué podemos contribuir desde nuestra modesta individualidad a no ser cómplices de la irracionalidad generalizada?
Entonces me respondo a partir de un recuerdo. Muchos años atrás, cuando en lugar de ser viejo y sabio era joven e impetuoso (permita el lector que me burle de mí mismo), viví una tensa situación profesional en la que un superior jerárquico, objetando mi rebeldía de entonces, me instaba a deponer la actitud porque: "No es buen momento para defender convicciones"; respondí al instante que: "El problema con las convicciones es que no es en los buenos momentos cuando tienen que defenderse". Asumí las consecuencias de lo que pasó después -que no viene a cuento- y hasta el día de hoy me enorgullezco de aquello.
Sigo pensando igual, que uno no debe dejarse ganar por el contexto aunque vengan degollando. Groucho Marx es divertido si se tienen convicciones firmes, sin ello pierde toda la gracia. No quiero dejar de reírme, no sería bueno. Y ahora que viene un alud de irracionalidad lo único que podemos hacer, o al menos lo único que se me ocurre desde mi pobre imaginación, es no dejarnos arrastrar afirmando nuestra Libertad según lo enseñado por George Orwell: la Libertad consiste en poder decir que dos más dos son cuatro.
Tenemos que oponernos desde esa convicción a la barbarie reduccionista del pensamiento que significa el fanatismo. Antes de llegar a las barricadas o las trincheras, donde ya de nada sirven las palabras ni el quinto mandamiento, tratemos de atestiguar en las redes sociales que es posible pensar, debatir en forma civilizada, disentir educadamente y que las convicciones auténticas son más fuertes que la furia fanática.
Twitter es un campo de pocas palabras donde, tal vez más que en ninguna otra red social, es fácil caer en el insulto, la agresión instintiva, o como diría el gran filósofo rosarino Alberto Olmedo empantanarse en lo burdo, soez y chabacano. Allí, en esa virtualidad accesible a nuestra insignificancia asumida y modestia de medios, podemos ejercitar las formas educadas del 2 + 2 = 4 al responder a los relatos, mentiras y agresiones del fanatismo. Hacer de cuenta que los bárbaros que buscan contagiarnos su violencia virtual se expresaran en forma seria, reescribirlos mentalmente y contestar a esa reescritura como si fueran contendientes de un debate estilo Oxford, elevarlos a pesar de ellos a otro escalón intelectual por encima del primate básico para bajarle la locura al fanatismo. Ya tuvo mucho fanatismo el país y tiene demasiado ahora, para que siguiéndoles la corriente terminemos todos fanáticos.
En este pésimo momento, cuando Argentina es un océano de irracionalidad, le pido al lector apegarse al lema del blog y sostener esa conducta para no convertirnos en lo mismo que debemos combatir:
"Quiero que mis convicciones sigan siendo auténticas, que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias. Ayudémonos a pensar".
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López.
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