miércoles, 20 de noviembre de 2019

MALVINAS COMO CRISTAL DE LA PATRIA




Malvinas es acaso, hermosa palabra la palabra “acaso”, el mejor cristal para evaluar la realidad argentina.

La derrota militar, graficada en aquella triste foto de los cascos dejados sobre la turba, no significó el renunciamiento a la aspiración de integrar soberanamente el territorio nacional.

Recuperar territorio usurpado por una potencia militar es uno de los mayores desafíos que puede enfrentar cualquier Nación, porque obliga a pensarse en términos de fortalezas y vulnerabilidades. Aquí no caben las bravatas emocionales ni el sentimentalismo milagrero del realismo mágico, la única verdad es la realidad y la política es el arte de lo posible por lo que en función de ella se decide cualquier estrategia.

Fue Mariano Grondona, a quien tuve por profesor de Derecho Político en la UBA, quien en su libro “La Argentina como vocación” planteó crudamente el significado de la Guerra de Malvinas como una deuda con aquellos que dejaron su vida en el combate. “Si empujamos decisivamente hacia adelante a la Argentina, la vida y la muerte de todos aquellos adquirirán sentido. Si no lo hacemos su vida y su muerte serán vanas. ¿Se quiere una deuda más pesada que ésta?”, sentencia Grondona. Y aunque yo crea que la exigencia de ese llamamiento de la Patria no consiste en que esas muertes adquieran sentido sino en evitar que lo pierdan, el razonamiento de Grondona es preciso en conducir atemporalmente a la pregunta clave que nunca debemos dejar de formularnos: ¿estamos hoy más cerca o más lejos de Malvinas que en 1982?

Pues estamos muy lejos, cada vez más lejos de honrar esa deuda con nuestros caídos. Y eso es así por una sencilla razón: no somos un país serio ni estamos intentando serlo.

Así como son serias las personas que honran su palabra armonizando lo dicho y lo hecho, los países son serios cuando honran sus propias leyes. Y cuando esas leyes son sabias, como la Constitución de 1853, eso los hace predecibles y confiables. Racionales, para decirlo en una sola palabra.

Alcanzar objetivos nacionales requiere políticos racionales y Argentina no los tiene. La dirigencia política ha ido mutando a casta desde 1983. Desde el retorno al imperio de la Constitución Nacional se ha ido diluyendo el idealismo y la esperanza en una democracia de muy baja intensidad, que sólo sirve como mero cronograma electoral destinado a dar un barniz de legitimidad a los privilegios de la casta gobernante.

Y esta casta política, enteramente incapaz de velar por otra cosa que no sea su mezquina conveniencia de corto plazo, encerrada en fantasías épicas de frasco de mayonesa, depravada al extremo de generar pobreza para lucrar con ella, no quiere ni puede ofrecer racionalidad a la Patria.

Así las cosas, Malvinas como causa nacional es hoy un sentimiento al garete. Escribo esto y sé que muchos se enfadarán conmigo. Pero es verdad. Puede haber distintos caminos, más solamente una sola dirección para encontrar solución a los problemas del país: la racionalidad de vivir bajo la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional.

Si como ciudadanos no somos capaces de organizarnos para generar alternativas al predominio de la parasitaria casta política, no habrá futuro de algo que honestamente pueda llamarse República Argentina.

Así está hoy la Patria, muy lejos de Malvinas. Y alejándose hasta de sí misma.


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía. 

sábado, 16 de noviembre de 2019

TWITTER, DONDE LOS PÁJAROS SE VUELAN...




Allá por el 2015 muchos argentinos percibían que aquellas elecciones presidenciales eran la última oportunidad de revertir la decadencia del país. Y ello, entre otros aspectos, implicaba barrer el fanatismo volviendo a la racionalidad, que es decir al apego a la verdad y al comportamiento civilizado por la educación y sus buenos modales. 

Si algo da la medida del fracaso macrista, desperdiciando por progre esa última chance, es que llegamos al 2019 sumando muchos más fanáticos a los muchos que ya había en 2015; porque no solamente siguieron siendo igual de fanáticos los kirchneristas sino que a modo de espejo también se fanatizaron los cambiemitas. 

Desde que la continuidad cultural quedó determinada por la cobardía del "no se puede porque vuelven", no se confrontó con la verdad la inercia de esa gran mentira que es la cultura subvertida en los 12 años del régimen, cuando desde el uso faccioso de los recursos del Estado y adoctrinamiento totalitario para el control social se quebró la racionalidad y los valores fundantes de la nacionalidad argentina. 

El cambio en la Presidencia de Mauricio Macri no fue tal, se redujo a una promesa postergada en la suma de nuevas mentiras para exacerbar la ilusión fanatizada de los que tempranamente eligieron negar el fracaso y creer para no pensar. Ni el segundo semestre, ni los brotes verdes, ni la lluvia de inversiones, llegaron jamás. Del mismo modo que jamás se terminó con el curro de los derechos humanos, la mentira de los 30.000 desaparecidos, o la grasa inútil y desbordante del Estado. Al final de cuatro años, sin las correcciones reclamadas por "liberalotes", "gorilas", "fachos", "golpistas" y un largo etcétera de descalificativos en los que se unían kirchneristas y macristas, el resultado es un triste amontonamiento de eslóganes vacíos: como "Argentina sin narcotráfico" y "Hambre cero". 

Corresponde asumir (puedo estar equivocado pero esta es mi opinión) que en la última elección presidencial la polarización no fue entre honestidad y deshonestidad, entre racionalidad y fanatismo, entre totalitarismo y república. Aquellas cosas que aparentaban estar bien en claro en 2015, en 2019 se diluyeron para terminar polarizando entre las mentiras de unos y las mentiras de otros, entre el fanatismo de aquellos y el fanatismo de estos, entre totalitarismo y progresía; al fin de cuentas la misma casta política y fracaso.  

88,48% de los electores votaron por las dos variables de la misma mentira, dos relatos ajenos a la realidad, dos placebos homeopáticos de fe y optimismo para un país que requiere cirugía mayor. 

No afirmó con esto que Argentina tenga una masa crítica de 22.944.316 fanáticos, porque no todos esos votantes lo hicieron por fanatismo.  Algunos votaron por los derivados del fanatismo, miedo al otro, desprecio al otro, odio al otro. En cualquier caso la reducción del entendimiento del conflicto a su resolución más básica: la lógica amigo / enemigo. Otros votaron por ignorancia, desinterés cívico o la aspiración de llevarse alguna migaja del banquete de la casta. El fanatismo es un componente importante de la degradación argentina, pero la cobardía y el desinterés también juegan su parte en el desastre. 

La pregunta de mi desvelo, que a esta altura de la historia planteo en términos de mera curiosidad intelectual porque considero que la suerte ya está echada y no fue suerte, es ¿cómo poner un freno a la violencia latente en nuestra sociedad y que va estallando en los países de la región? Y en esto quiero ser claro, no hablo de movilizar fuerzas políticas, algo que excede totalmente mis posibilidades como, seguramente, las del lector. Digo: ¿en qué podemos contribuir desde nuestra modesta individualidad a no ser cómplices de la irracionalidad generalizada? 

Entonces me respondo a partir de un recuerdo. Muchos años atrás, cuando en lugar de ser viejo y sabio era joven e impetuoso (permita el lector que me burle de mí mismo), viví una tensa situación profesional en la que un superior jerárquico, objetando mi rebeldía de entonces, me instaba a deponer la actitud porque: "No es buen momento para defender convicciones"; respondí al instante que: "El problema con las convicciones es que no es en los buenos momentos cuando tienen que defenderse". Asumí las consecuencias de lo que pasó después -que no viene a cuento- y hasta el día de hoy me enorgullezco de aquello.  

Sigo pensando igual, que uno no debe dejarse ganar por el contexto aunque vengan degollando. Groucho Marx es divertido si se tienen convicciones firmes, sin ello pierde toda la gracia. No quiero dejar de reírme, no sería bueno. Y ahora que viene un alud de irracionalidad lo único que podemos hacer, o al menos lo único que se me ocurre desde mi pobre imaginación, es no dejarnos arrastrar afirmando nuestra Libertad según lo enseñado por George Orwell: la Libertad consiste en poder decir que dos más dos son cuatro. 

Tenemos que oponernos desde esa convicción a la barbarie reduccionista del pensamiento que significa el fanatismo. Antes de llegar a las barricadas o las trincheras, donde ya de nada sirven las palabras ni el quinto mandamiento, tratemos de atestiguar en las redes sociales que es posible pensar, debatir en forma civilizada, disentir educadamente y que las convicciones auténticas son más fuertes que la furia fanática. 

Twitter es un campo de pocas palabras donde, tal vez más que en ninguna otra red social, es fácil caer en el insulto, la agresión instintiva, o como diría el gran filósofo rosarino Alberto Olmedo empantanarse en lo burdo, soez y chabacano. Allí, en esa virtualidad accesible a nuestra insignificancia asumida y modestia de medios, podemos ejercitar las formas educadas del 2 + 2 = 4 al responder a los relatos, mentiras y agresiones del fanatismo. Hacer de cuenta que los bárbaros que buscan contagiarnos su violencia virtual se expresaran en forma seria, reescribirlos mentalmente y contestar a esa reescritura como si fueran contendientes de un debate estilo Oxford, elevarlos a pesar de ellos a otro escalón intelectual por encima del primate básico para bajarle la locura al fanatismo. Ya tuvo mucho fanatismo el país y tiene demasiado ahora, para que siguiéndoles la corriente terminemos todos fanáticos. 

En este pésimo momento, cuando Argentina es un océano de irracionalidad, le pido al lector apegarse al lema del blog y sostener esa conducta para no convertirnos en lo mismo que debemos combatir: 

"Quiero que mis convicciones sigan siendo auténticas, que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias. Ayudémonos a pensar".




Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López.



miércoles, 6 de noviembre de 2019

"FILONAZI", SEGÚN EL PROGRE MARCELO LONGOBARDI




Marcelo Longobardi es un periodista al que escucho desde hace años, décadas ya. Algunas veces coincido con sus apreciaciones, otras veces disiento rotundamente. Tal el caso de su editorial del día 6 de Noviembre de 2019 en "Cada Mañana" por Radio Mitre, que pude escuchar con la tranquila resignación de permanecer en un atasco de tránsito. 

Antes de ir sobre sus dichos, debo señalar que la Nación Argentina se encuentra experimentando la transición hacia el regreso del régimen kirchnerista por el fracaso de un gobierno progre. Y que, además, fracasa por progre. La Presidencia de Mauricio Macri no ha sido ni liberal, ni conservadora, ni nacionalista, es decir: no ha sido de Derecha. Y tan progre como el gobierno es la mayor parte del periodismo argentino, empezando por el gran multimedios del progresismo que es Clarín. Marcelo Longobardi es parte de ese periodismo. Y decirlo no significa que quienes somos de Derecha lo querramos hacer desaparecer como sí plantea y se propone el kirchnerismo; simplemente es tener en claro la realidad de la prensa y el negocio periodístico. A diferencia de los comunistas, que eso son los kirchneristas, nosotros no soñamos con un partido único que domine la prensa, por eso no llamamos "periodista" al agente de Inteligencia cubana y terrorista montonero Rodolfo Walsh. Nosotros, aquellos a los que los progres llaman "fachos", "liberalotes", "gorilas", "genocidas", y un largo etcétera de agravios, valoramos la libertad de expresión, sencillamente porque bregamos por la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional.  

Ha dicho Marcelo Longobardi que en el debate presidencial español, según todos los medios de ese país, "quien salió fortalecido es un personaje muy complicado llamado Santiago Abascal". Según interpreta Longobardi, cuando los sectores que representan las posiciones más moderadas no consiguen acuerdos y llevar adelante cosas "surgen, inclusive en países tan desarrollados como España, líderes muy radicalizados, en este caso Santiago Abascal que es un tipo de la ultraderecha filonazi". Y agrega calificativos: "zarpado, otra que Bolsonaro" y "un peligro internacional", para concluir que lo que sucede con Santiago Abascal y VOX en España "es una enseñanza para los argentinos y para la gente que pretende en la Argentina tener cierta moderación". 

Cabe preguntarse si Marcelo Longobardi, antes de tirar esta pieza oratoria del periodismo militante versión progre, se ha tomado el trabajo de leer las propuestas de VOX, o escuchar discursos de Santiago Abascal, porque llamarlo "filonazi" es ignorancia o mala fe; en cualquier caso algo inaceptable en cualquier periodista, mucho más en uno cuya opinión tiene gran repercusión. Suele ocurrir que los progres llaman moderación a la falta de convicciones y complicado al que piensa a contracorriente, porque en ese juego hipócrita de sostener la corrección política que la izquierda les ha escrito terminan acusando de "fascistas" a los comunistas; como si tuvieran miedo que señalar hacia los comunistas diciendo "esos son comunistas" los condenase a ser macartistas. Pues bien, dejemos claro que el macartismo -como bien sostiene Nicolás Márquez- es un sano y noble sentimiento. Dictadores como Castro o Maduro no son fascistas, son comunistas, de un rojo a prueba de daltónicos. 

El peligro para España no son las convicciones y la sensatez de Santiago Abascal, de hecho este argentino se ha emocionado al escucharlo hablar del pasado español como muy pocos políticos argentinos se atreven a hablar del pasado argentino. Si aquí alguien cree que puede haber futuro de Libertad, convalidando como cierto el pasado falseado y dogmatizado por el kirchnerismo para un presente de odio, es preciso señalar que no lo habrá. Porque la mentira planificada conduce al totalitarismo orwelliano. 

Desde luego Longobardi no leerá esta nota, y tampoco escuchará las palabras de Santiago Abascal en el video que la cierra, pero a pesar de Longobardi y todo el periodismo progre, espero alguna vez, por nosotros y nuestra posteridad, escuchar un discurso similar de un Presidente Argentino. Y si contrariando las probabilidades ocurriera que leyera esta nota, atendiera este video y tuviera la suficiente apertura mental para escapar de sus prejuicios progres, Longobardi no volvería a llamar "filonazi" a Santiago Abascal. Pues no hay ninguna declaración de VOX o Abascal que justifique ese insulto.





Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,
un liberal que no habla de economía.







¿Qué es la Derecha?

¿Qué es la Derecha?
La Derecha, soy yo.

Ariel Corbat

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