lunes, 1 de abril de 2019

QUE MALVINAS NO SEA UN SENTIMIENTO RIDÍCULO



DISPOSICIONES TRANSITORIAS

Primera. La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional.

La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino.

Constitución de la Nación Argentina.




Tengo un fuerte sentimiento malvinero, algo que considero conocido por los lectores de La Pluma de la Derecha y seguramente la mayoría de ellos comparte.

Ahora bien, el sentimiento por sí solo no le alcanza a Malvinas para proyectarse como causa nacional. Sin soporte de racionalidad institucionalizada corre riesgo de reducirse a manifestaciones de catarsis, bravatas o lamentos de impotencia. O sea, una cosa triste de patética insignificancia, no muy distinta de la resignación derrotista, porque los países no se rigen por sentimientos ridículos, como el entusiasmo o la depresión de sus circunstancias, sino por la constancia de sus convicciones sobreponiéndose a ellas

Sentir Malvinas exige pensar Malvinas, incluso en aquello que el pensamiento lastime al sentimiento. Pensar es en sí un dolor destinado a evitar otros dolores y que casi siempre entra en colisión con el puro sentimentalismo. Y entonces la pregunta: ¿dónde están realmente las convicciones de los argentinos?

Somos un país que teniendo una Constitución Nacional, es decir, habiéndose pensado como organización, obra igual que un territorio al que todavía no llegó la ley. ¿Alguien puede creer, por pensar o sentir, que siendo erráticos o pendulares vamos a recuperar Malvinas? Ni Malvinas, ni nada.

Si no demostramos tener la convicción de vivir bajo la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, seguiremos siendo ese país extraño a los ojos del mundo que en cada encrucijada que le ofrece el destino elige el peor camino. 



Cuando José Luis Espert hizo un posteo de resignación derrotista en Twitter muchos se indignaron. A mí, en cambio, sin estar de acuerdo con Espert me pareció una buena oportunidad para plantearnos crudamente la cuestión. Y de aquel mal posteo, dos años después surgió otro del mismo Espert, ya aspirante a candidato presidencial, corrigiendo su postura. 


Celebré aquella corrección de parte de Espert, porque al salir de la resignación derrotista volvía a ubicarse dentro de los parámetros constitucionales que es donde debemos conservar siempre las discusiones sobre el destino del país para que sean racionales y, por ende, viables.

También la celebré por otro motivo. Creo firmemente en siempre dar al otro la posibilidad de corregirse, incluso y especialmente cuando se trata de cuestiones significativas; como Malvinas lo es para mí. 

Por si hiciera falta aclararlo, Espert no era entonces, ni es ahora, mi candidato presidencial. Si alguien creyó que por ahí venía la cosa le sugiero que vuelva a leer desde el principio, porque no está entendiendo el artículo y mucho menos podrá entender lo que sigue. 

El mayor daño que el régimen kirchnerista le hizo al país en su afán de imponerse, como proyecto totalitario de corrupción estructural totalmente opuesto a la Constitución Nacional, fue su intento de reducir la capacidad intelectual de los argentinos al clasificarnos en dos únicas y excluyentes categorías: amigo o enemigo. Aquello redujo el diálogo al cruce de insultos y el entendimiento a la sumisión obsecuente, y todavía hoy, por el continuismo cultural de CAMBIEMOS sigue siendo un lastre de los tantos que nos mantienen empantanados.

En pleno kirchnerismo, una herramienta de la resistencia era fomentar el debate. A la cual  contribuía predicando desde este blog: "Quiero que mis convicciones sigan siendo auténticas, que sean puestas a prueba por las razones del otro y por las dudas propias. Ayudémonos a pensar". 

Hace muchos años, demasiados, que somos un país ridículo, embrutecido, dañado en sus instituciones y degradado en su cultura hasta la merma intelectual. Dejar de serlo requiere afirmar la convicción de alcanzar y defender el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional. Ese es el largo camino de la racionalidad. 


Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
República Argentina

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