martes, 8 de mayo de 2018

HAY QUE MATAR A TATO BORES



Creo recordar que la primera vez que reí a causa de Tato Bores fue en su regreso a la televisión de 1978. Antes de eso era un nombre que sonaba de tanto en tanto en boca de mis padres, como cita en alguna reunión familiar y cuando la discusión sobre cuestiones políticas se alivianaba ironía mediante. 

Ese programa en particular se hizo luego pregunta obligada en patio del colegio: "¿Viste a Tato?". Séptimo grado, un par de años antes nos divertía imitar la voz del locutor que anunciaba los comunicados de la Junta Militar instaurada con el golpe de Estado de 1976: "Comunicado Nº 1...". Pero aquello duró muy poco, en cambio Tato nos despertaba una fascinación extraordinaria, era más. Sabíamos que era más. De algún modo intuíamos que en su humor había cosas que se nos escapaban por edad, y que sería una suerte de misterio que iríamos develando en el futuro.



Tato se hizo así una referencia magnética, crecimos con él explicándonos en solfa la realidad política del país. El tipo en frac, gordito, con peluca, antejos y un habano, que desde su teléfono con forma de Pantera Rosa podía jugarse un diálogo con el Presidente Videla y mofarse, con altura, de la sucesión presidencial en tiempos de dictadura. El mismo Tato capaz de bailar en patines la música de Village People y llevar a su programa a Raúl Alfonsín y Carlos Ménem, los dos primeros presidentes del intento democrático.

Tato Bores, un genio parecido pero distinto a Groucho Marx; porque Groucho inventaba el disparate, Tato lo explica...

Se dice que Tato Bores murió en 1996. Pero no es del todo cierto. Durante un tiempo creímos que era una bendición poder seguir riendo con sus sketchs y monólogos a pesar de su partida física. Los de mi generación, una generación de arena, consideramos que ya éramos adultos y sus humoradas no guardaban secretos para nosotros. ¡Qué ilusos! 

Todavía quedaba un misterio por resolver. Debajo de esa peluca y atrás de los anteojos la mirada de Tato Bores es la mirada maldita de alguien que, sin importar cuántas palabras module su boca, hace una sola y horrible pregunta: ¿De qué te seguís riendo? 

Entonces un día lo entendés, sabés que todo está girando igual desde que lo viste por primera vez y que el destinatario de sus palabras nunca fue alguien de un tiempo sino los prisioneros de esta calesita infernal que hemos dado en llamar Argentina.

Ayer escuché a un joven reír frente a un monólogo de Tato Bores, y sentí en sus risas un miedo que nunca antes conocí. Tato Bores va a seguir ahí, guiando una generación tras otra de argentinos a la risa de un destino previsible y de constante frustración. Una y otra vez. Interminablemente. El día de la marmota en un país de marmotas.

Pero no es culpa de Tato, no. Es culpa nuestra que no sabemos matarlo. Porque Tato, igual que el Coronel Kurtz se sabe maldito y espera que lo matemos, que lo liberemos y al mismo tiempo nos liberemos.

Hay que frenar la calesita y empezar a ser un país serio.

Hay que matar a Tato Bores.





Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
Premio Nobel de Literatura 2018
(Autoproclamado por decisión unánime)







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