El teatro es un juego de fantasía que invita a jugar, a soñar, a transportarse, a combinar la posibilidad de estar en otra piel, en otro tiempo o en otro lugar. Experimentar eso, es disfrutar del teatro.
El viernes 06 de Abril de 2018 asistí al Teatro La Comedia. Me detengo en el nombre del teatro: "La Comedia"; porque cobra relevancia en función de la obra que iba a ver afianzando la percepción de acercarse al origen. Haré un largo preámbulo para decir algo muy simple, pero si omitiera esto en su debida extensión no podría decirlo.
En la Buenos Ayres heroica que tras vencer dos veces a los invasores ingleses se lanzó a la revolución, ir a La Comedia era soñar con tener la civilización del mundo al alcance de la mano, ahí, representada sobre unas modestas tablas. Y en la Casa de la Comedia reinaba Luis Ambrosio Morante, histrión, chispeante, risueño, aquel que debe ser llamado el primer actor argentino.
Me he soñado allí, acudiendo al teatro mientras se gestaba la Revolución de Mayo, para ver a Morante representar a Cicerón en "Roma Salvada" y reconociendo en el público a personajes de la época, cuando cada frase dicha por Morante abría eco de insultos entre godos y criollos.
Sí, me he soñado allí, cientos de veces, como uno de los amigos de Vicente López que en la noche del 8 de Mayo de 1813 lo acompañaron a la Casa de la Comedia para ver a Luís Ambrosio Morante protagonizar el “Antonio y Cleopatra”, de Ducis. Disfrutar del histrionismo de Morante, que ni siquiera disminuía por su afección a lanzar consignas políticas desde el tablado. Morante enfatizaba con cada pasaje patriótico del drama la candente actualidad, pero Vicente López permanecía serio. Enfundado en su frac de grandes cuellos y solapas, ajeno a los aplausos y exclamaciones con los que, bajo el incentivo del hábil comediante, a cada rato se levantaba el público de sus asientos. Buenos amigos lo llevaron al teatro a empellones, queriendo levantarle el ánimo por esa frustración en que el encargo de la Asamblea para escribir una marcha patriótica lo traía sumido. Al fin del segundo acto, López, desoyendo los ruegos de sus amigos abandonó la sala intempestivamente: La inspiración lo había tocado, despertada por alguna palabra o gesto de Morante.
López corrió por las calles, envuelto en su roja capa sin reparar en charcos ni barro. Él, que se creía abandonado por la inspiración de las musas, estancado en la opresión de una atmósfera húmeda y pesada, que se veía a sí mismo laxo y abatido, sin luz ni nervio en la mente, sentía de repente la inspiración y sus oídos poblarse de voces. “¡Muerte al invasor!”, repetían gritos que nadie más escuchaba atravesando las paredes bajo el eco lejano de disparos y sablazos. Quería retener cada palabra, y desde el Cabildo le llegaba la voz de Saavedra al emitir su voto en Mayo del diez: “Que no queden dudas que es el pueblo el que confiere toda autoridad o mando”. Y al mismo tiempo sabía que no eran las palabras sino el espíritu el que debía dejar fluir. El viento húmedo que venía del río le erizaba en frío la piel. “Ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país”, escribió Moreno, que descansaba en el fondo del mar. Se sentía avasallante, capaz, dueño al fin de las palabras. “Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola la mandé hacer celeste y blanca”, rugía Belgrano bajo la misma inspiración. El pecho le ardía, le quemaba, y sus manos pulsaban la seguridad de escribir las palabras justas. “¡A la carga mis valientes!”, sentía que ordenaba su sangre cual San Martín en San Lorenzo. No había cadenas que lo detengan, capaz de romperlas todas entró a su casa empujando y pateando puertas hasta el escritorio donde la pluma y el papel lo esperaban. Y en ese momento sublime de inspirado arrebato, abriéndose el pecho, Don Vicente López y Planes, el combatiente, el abogado, el poeta de 29 años, estampaba su corazón en el papel dictándose, una a una, las palabras exactas.
Me confieso un soñador que ha soñado mil veces estar esa misma noche cerca de Morante y de Vicente López. Imaginen entonces que un día, un amigo que conoce de esos sueños y comparte devoción por el Himno Nacional Argentino me invita al teatro porque hay una obra que se llama "Coronado de Gloria" y, sencillamente, tenemos que verla. Sin tener en claro lo que podíamos encontrar y como siempre preparados para lo peor.
Pues vaya sorpresa, finalmente estuve ahí. ¡Ahí mismo! en La Comedia, qué a su vez era Cádiz y desde los recuerdos de Blas Parera; con Vicente López y Morante... ¡Morante!
Como contrariando la famosa expresión de Gaudio, por momentos me sentí tentado de gritar: "¡Qué bien que la estoy pasando!". Afortunadamente, todavía conservo algunos frenos inhibitorios que me permiten comportarme en público. Eso sí, finalizada la obra aplaudí de pie.
Sepan comprender la necesidad de este largo preámbulo. Conmovido y habiendo perdido toda posibilidad de ser objetivo, no pretendo reseñar una obra de teatro ni limitarme a recomendarla como una simple salida. Espero, anhelo, deseo, compartir una experiencia con quienes puedan sentir algo parecido.
"Coronado de gloria" es autoría del compositor Mariano Cossa. La obra nos presenta a Blas Parera apenas retornado a España en 1818. El raro exilio de volver a su Patria, es el nervio que artícula el relato y lo hace verosímil, contando la historia del Himno Nacional Argentino desde el relato interesado de un atribulado Blas Parera, interpretado por Juan Manuel Correa, en la poco relajada situación de ser sometido a interrogatorio por ponerse en duda su lealtad a España.
Desde allí serán evocados Luis Ambrosio Morante (Marcelo Serre) y Vicente López (Miguel Sorrentino).
No siendo la sala un teatro propiamente dicho, con butacas y escenario, la puesta del director Daniel Marcove, quien también interpreta al Marqués Castell Dosrieus receloso funcionario de la Corona inquisidor de Blas Parera, resuelve la utilización del espacio sacando provecho de la cercanía, potenciada pero no invadida por los músicos en escena (Mariano Cossa y Chistrian De Miguel).
Lo que se cuenta a través de Blas Parera en "Coronado de gloria" es una historia teatral, una excelente expresión artística que no debe ser confundida con una lección de historia.
Aplausos de pie y, además, Morante... ¡Morante!
Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha
Estado Libre Asociado de Vicente López
Bravo!!!! Muchas gracias!!!
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